domingo, 19 de abril de 2009

Sensaciones encontradas




Mi primera salida para visitar el terreno, fue a nuestro proyecto en Pweto, en la región de Katanga, la más al sur del País. Fui acompañado de nuestro jefe de misión, Frank, un joven holandés que hablaba casi perfectamente cinco lenguas, entre ellas el español y volamos en un DC3, el mismo avión que aparece en el último fotograma de Casablanca, una auténtica reliquia del año cuarenta, realmente una máquina preciosa. Con él sobrevolamos el lago Tanganika y fuimos a aterrizar junto a la frontera con Tanzania.
Pweto era un proyecto que llevaba abierto más de ocho años y donde nuestra misión de urgencia había llegado a su fin. El pueblo había progresado enormemente desde nuestra llegada allí, mayormente en cuanto acceso a la salud se refiere, y el hospital al que apoyábamos se había convertido en una estructura sólida que empezar a funcionar de manera más o menos autónoma.
Desde la pista de aterrizaje, que se encontraba en una altiplanicie se podía disfrutar de la imagen de todo el pueblo bañado por el lago. El coche de MSF estaba preparado a “pie de pista” entre los matorrales preparado para llevarnos hasta la base.

Fui allí para poder supervisar y echar una mano en el cierre de todos los contratos del personal y poder preparar todas las indemnizaciones a tal efecto, para toda la gente que había estado allí trabajando para MSF. Pasé cinco días intensísimos en los que afortunadamente conseguimos acabar con nuestro trabajo sin demasiados contratiempos.
El equipo de expatriados se había reducido a cuatro personas, las imprescindibles para poder cerrar aquel proyecto, Felipe el coordinador del equipo colombiano, Petra la enfermera checa, Akoi el médico Ganhés y Martin el logista y administrador francés.
Por las tardes, tras la puesta de sol, en Pweto no había mucho que hacer así es que solía salir a dar un paseo por el poblado acompañado a veces por todo el equipo a veces solo por Petra y disfrutábamos con la imagen de todos los pescadores que salían a faenar con sus faroles encendidos para atraer la atención de los peces imaginábamos, desde la orilla nos parecía estar viendo una ciudad iluminada flotando en medio del lago. Era espectacular.

Al concluir mi trabajo allí pasé un par de días en Lubumbashi, la capital de la región del Katanga y nuestra base central de MSF durante algunos años, allí también debíamos finiquitar los contratos del personal y de alquileres con los distintos agentes con quien habíamos trabajado. Coincidí con Aziz que por su parte hacía el inventario de cierre de todo el aparato logístico, en parte fue divertido ir encontrando reliquias que diferentes expatriados a lo largo de ocho años fueron abandonando u olvidando en aquella base que ahora tocaba a su cierre.

De vuelta a Bukavu, hacía ya un mes que estaba allí, el equipo se fue remodelando, Tere, John y Aziz fueron partiendo y en su lugar fueron llegando Imma nuestra coordinadora médica, al fin después de cuatro meses la misión iba a poder contar con éste puesto tan fundamental, Rafa el coordinador logista, Toni el encargado del aprovisionamiento y Manel el asistente de Imma. Junto a Frank y yo mismo formábamos el equipo completo(a falta de la financiera que llegaría en enero) en Bukavu base de nuestras operaciones en Congo.
A Imma ya la había conocido en RCA pues salió evacuada del Chad en febrero de ese mismo año y fue en Bangui donde le dimos alojamiento durante una semana hasta su regreso a casa. Era una enfermera catalana con bastante experiencia en MSF, sin embargo era la primera vez que iba a realizar la función de coordinadora, la máxima a nivel médico que podía desempeñar, y a pesar de que no se encontraba muy a gusto en ese puesto lo hizo consciente de la necesidad que teníamos y porque accedieron a enviar a Manel, su pareja y médico también catalán, como ayudante de ella y con la condición de quedarse allí hasta que encontraran un(a) coordinador(a) para un año en la misión.
Rafa era un maño de unos cincuenta años y que era todo un “manitas” y hombre de la montaña, que trabajaba para MSF desde hacía no mucho tiempo pero que se encontraba como pez en el agua en su trabajo.
Tony era un chico simpatiquísimo también de Barcelona y más cerca de los cuarenta que de los treinta y cinco, era su tercera misión con MSF y sus formas le delataban como un antiguo rockabilly de los ochenta, nos pudimos reír mucho durante la misión con sus ocurrencias, en cierta parte me recordaba a John Travolta en Grease.

De nuevo logramos montar un buen equipo con el que podría trabajar a gusto en un País donde el trabajo en general de todos nosotros no era nada sencillo, y sobre todo muy poco reconocido.

Mi segunda visita al terreno la hice a Kalonge donde teníamos un proyecto abierto desde hacía cuatro meses, es decir bastante reciente. Kalonge era un pueblecito enclavado en mitad de la selva y de muy difícil acceso por una pista que si no llovía podíamos tardar unas cuatro horas en recorrer los apenas sesenta kilómetros que lo separaban de Bukavu. Eso sí el paisaje era tan tremendamente denso en vegetación que merecía la pena el tiempo empleado en los desplazamientos en 4X4.
Mi visita fue de apenas tres días para conocer el proyecto y la gente, expatriados y nacionales que allí trabajaban para MSF. Dábamos el apoyo al hospital de la zona en medicamentos, formación y material con el objetivo de que la gente pudiese recibir una atención adecuada y gratuita, en una zona donde la diferencia entre pagar algo o no por recibir atención marca la diferencia muchas veces entre quien tiene una posibilidad y quien no tiene ninguna. También apoyábamos algunos puestos de salud desperdigados por la montaña y cuyo acceso era realmente complicado.
Si no fuese por la presencia del ejército congolés, de la rebelión no lejos de allí y de la extrema pobreza…se diría que estábamos en un paraíso terrenal, pero la realidad era bien distinta y la gente del lugar distaba mucho de vivir en condiciones ideales.

Al finalizar el año y justo después de terminar de contratar a nuestros chóferes para Bukavu, empezamos a tener nuestros primeros problemas, justo el día de Nochebuena al llegar al despacho vimos una pintada en tiza en nuestra puerta de acceso, iba dirigida a mi como administrador de la misión y nos decían que llevásemos cuidado con nuestra manera de trabajar, que ya habíamos despedido a mucha gente en Katanga y que empezábamos a hacer lo mismo en Kivu, y que aquello podía ser peligroso para nosotros.
Hicimos algunas fotos para guardar el texto de la amenaza y lo comunicamos a Barcelona y Atenas, donde teníamos nuestra célula de referencia, sin embargo no le dimos mayor importancia y lo catalogamos como un hecho aislado seguramente debido al malestar de algún candidato al puesto de chófer no seleccionado.


A principios de enero Imma y yo nos fuimos a Minova, un proyecto que habíamos cerrado hacía algún tiempo al borde del lago Kivu y al que teníamos que ir para terminar de atar unos flecos, como una donación en medicamentos y el pago de los últimos salarios e indemnizaciones. Minova se parecía bastante a Kalonge, era una zona espectacularmente bonita, rica en vegetación y con el lago Kivi de fondo. Imma y yo bromeábamos a cerca de retirarnos algún día en algún lugar como Minova.
Aquellos días juntos dormíamos en la parroquia del pueblo pues ya no teníamos base allí y por la noche podíamos hablar tranquilamente bajo un manto estrellado y degustando algo de cerveza local caliente, antes de irnos a dormir. Nos sirvió para conocernos un poco mejor. Imma no me atraía físicamente y además estaba en pareja, sin embargo empezaba a apreciar en ella la persona y la mujer que era. Segura como he conocido a pocas, sencilla y a la vez efectiva a la hora de afrontar los problemas cotidianos y las grandes cuestiones de la vida, parecía no complicarse la vida mientras avanzaba por ella con paso muy firme, era en una palabra una mujer bastante resolutiva y cargada de experiencia en general. A sus veintiún años ya se fue a vivir sola, estudiaba enfermería pagándose los estudios con un trabajo en una mutua y dejaba a su primer novio tras cinco años de relación, toda una carrera a tan pronta edad que no pueden más que formar a una persona preparada para casi todo.
Yo a su edad, viviría en casa de mis padres aún siete años más, a penas había trabajado algún fin de semana de manera ocasional, todavía era virgen y empezaba a experimentar por primera vez lo que era vivir fuera de casa un largo tiempo yendo a París en verano. Realmente me llevaba algo de ventaja.

Al volver de nuevo a Bukavu, el tema de las amenazas empezó a tomar otro cariz. Un lunes por la mañana recibía en mi móvil una amenaza directa de muerte por no acceder a las peticiones que supuestamente se nos había hecho. Esa misma tarde hicimos una reunión de todo el equipo de expatriados para ver cual era la postura a adoptar, pues empezábamos a inquietarnos sobre el asunto. Decidimos que yo me iría a Goma a la otra orilla del lago a unos cien kilómetros al norte, y donde acabábamos de abrir un nuevo proyecto, para poder trabajar desde allí mientras el equipo en Buakvu empezaría las investigaciones necesarias para intentar averiguar quien o quienes estaban detrás de aquel despropósito. Empezarían hablando con Flory mi asistente y una de las personas de mayor confianza entre nuestro staff para intentar saber por dónde empezar a sospechar.
Para sorpresa nuestra al día siguiente por la mañana recibía otro mensaje donde las amenazas continuaban en la misma línea, pero donde además se nos decía que teníamos la intención de que yo fuese a Goma y de investigar a Flory, aquello nos sobrecogió a todos porque era una información que sólo se había hablado en una reunión con expatriados y hacía sólo algunas horas. Con lo cual quería decir no sólo que alguien había estado “poniendo la oreja” en nuestra reunión sino que además era alguien muy cercano al equipo.
Nuevamente nos reunimos esa misma mañana y para evitar cualquier tipo de riesgos yo iba a salir de la misión de manera inminente y se iba a reunir a todo el staff para contarles lo ocurrido y hacerles entender que MSF tendría que cerrar su base en Bukavu, por lo tanto despido de todo el staff, si no se averiguaba quien estaba detrás de todo aquello, porque evidentemente de aquella manera no se podía seguir trabajando allí.
Así pues en menos de 48 horas pasé de verme amenazado a tener que salir de forma precipitada del Congo, una situación que me dejó no sólo completamente desubicado sino con un regusto muy amargo sobre todo lo que había pasado. Estuve tres días en Ruanda hasta que logramos un vuelo para España y allí pude darle vueltas al tema, la sensación que se me quedó fue una mezcla de impotencia y cólera por recibir aquel trato simplemente por hacer correctamente mi trabajo. Incluso llegué a plantearme el no regresar más a Congo pues aquella gente no merecían ni mi esfuerzo ni mi dedicación, sin embargo no podía penalizar a todos, a mi incluido, por la falta de uno o unos pocos, y decidí que aquella no era una manera de acabar la misión. Lo que había sucedido allí lo intentarían hacer con cualquier otro que viniese en mi lugar, con lo cual no arreglaríamos nada, así que en cuanto se aclarara quien estaba detrás y se pudiese asegurar así la integridad de los expatriados, yo volvería y me quedaría hasta el final, trabajando con más dedicación y consciencia si cabía y siendo todavía más meticuloso en mi trabajo, no sin dejar de lado el aspecto de la seguridad que pasaba a tomar una parte más importante de lo que normalmente ya lo era. Cuando tomé el avión para Barcelona estaba convencido que tenía que volver y no solo por mi.

martes, 14 de abril de 2009

Echando la vista atrás




Hace ya cinco meses que llegué a Congo, cómo pasa el tiempo! Apenas me he dado cuenta de que ya ha pasado todo ese tiempo y sin embargo han ocurrido cosas muy importante en mi vida, no estaría exagerando si digo que habrá un antes y un después de esta brutal misión.

Es domingo por la mañana de un día de marzo y estoy sentado en el balcón de mi habitación mirando hacia el lago Kivu, el sol comienza a esconderse detrás de algunos nubarrones y la temperatura es ideal, como siempre. En el ordenador suenan los hermanos Auserón intentando desgranar el misterio de su negra flor y poco a poco comienza a llover, en unos pocos minutos ya llueve a cántaros como de costumbre en esta época del año, enciendo un cigarrillo mientras con una mano le doy vueltas a la cajetilla de Pall Mall mentolado y constato otra losa que me ha deparado esta misión, mientras en Centroáfrica era un raro hábito de evasión aquí se ha convertido en una dependencia, que es de lo que realmente se trata.

Con la primera calada echo la mirada atrás e intento poner un poco de orden en todo lo vivido en este tiempo.

Recuerdo por ejemplo cuando llegué aquí y al equipo que conocí, todo parecía gente muy maja, como suele pasar siempre que llegas a un nuevo lugar, aunque aquí lo refrendé al poco tiempo. Me llevé una especial alegría por reencontrar a mi amigo Aziz con quien coincidí varios meses en Bangui y a quien le cogí un afecto especial. Aziz es una de esas personas que su sola presencia sirve para levantar la moral del equipo más deprimido. También me alegró mucho reencontrar a John, compañero de promoción en MSF que llevaba en la misión ya más de seis meses y que estaba hacia el final de su contrato. John era medio sueco medio griego y era el chico por el que todas las tías solían suspirar, inteligente, alto, guapo, encantador, simpatiquísimo…en fin una joyita.

También conocí a Tere, que se ocupaba de las finanzas de la misión y de quien Lorena me había hablado mucho y bien, me dijo que me entendería muy bien con ella y así fue. Ella se autodenominaba Doris, aquel pececillo de la peli “buscando a Nemo” que perdía la memoria a cada cinco minutos, a tal punto era despistada, afortunadamente Tere tenía un hábito con el que sobrevivía en su puesto…ponerse alarmas en el móvil que le fuesen recordando todo lo que tenía que hacer, así a cualquier momento, comiendo, en el coche, antes de ir a dormir, en medio de una reunión se la podía ver con su móvil anotando tal cosa u tal otra de la que se acababa de acordar…y a cualquier momento su móvil iba sonando con mensajitos de lo que tenía que ir haciendo, la verdad es que todo lo llevaba con mucho humor.

Aquellos primeros días andaba yo expectante y algo ansioso en conocer los pormenores de mi nueva misión, cómo sería la gente del staff nacional, los proyectos que teníamos abiertos, trabajar en Congo, la ciudad de Bukavu donde iba a pasar la mayor parte de mis nueve meses…las comparaciones con Bangui serían inevitables.

Poco a poco fui poniendo cara y respuesta a todas mis curiosidades y así fui comenzando a trabajar. Lo primero de todo era ponerme al día sobre la legislación congolesa, sobretodo en materia laboral, pero también respecto a la leyes por las que se regían nuestras actividades, estudiar nuestros propios reglamentos internos, reglas de seguridad, informes del contexto, acuerdos de colaboración específicos con el gobierno congolés, etc…

Una de las primeras grandes noticias fue que uno de los miembros claves en todo el staff nacional, el cocinero, era un amante de su trabajo y así lo disfrutábamos cada vez que nos sentábamos a la mesa. Es muy importante para la vida de equipo contar con un buen cocinero, te hace la vida mucho más llevadera, o digamos que la falta de éste, complica la vida de un equipo de manera impecable.

Mi asistente, tan importante en mi trabajo, sobretodo en mis primeros días, se llamaba Flory, era un oriundo tipo que pasaba a penas los cuarenta años y el metro cincuenta de estatura, siempre con sus pantalones bien subidos hasta prácticamente los sobacos, desde luego era siempre una persona que no pasaba desapercibida a pesar de su escasa altura, siempre sonriente, amigo de todos, charlatán, algo despistado eso sí, pero se notaba que dominaba su trabajo, y que llevaba muchos años trabajando en ello.

Del resto de la plantilla sólo remarqué que contábamos únicamente con un chofer en nómina y el resto eran temporeros, cosa que me chocó notablemente, y que nuestra asistente financiera Hortense, era bastante joven y tímida, cosa que podía estar muy bien por un lado, pero que podía ser un peligro, pues su posición era clave para todos al manejar buena parte del dinero de la misión y solía ser un puesto objetivo de presiones por parte del resto del staff.

Una vez instalado en Bukavu ya solo me quedaba ponerme al día de nuestros proyectos y sobre todo ir a visitarlos en cuanto tuviera una ocasión. Estaba deseando poder empezar a viajar por este fantástico País, tan precioso, tan pobre, tan salvaje, tan incomprendido…

domingo, 7 de diciembre de 2008

KARIBU SANA

Habían pasado tres meses desde que regresé de Centroáfrica y todo aquel tiempo lo dediqué por entero a mi, a mi bien estar personal. El primer mes incluso lo viví al margen de las horas que me marcaba el reloj. Así dormía a partir de las seis de la mañana o de la tarde sin prestar demasiada atención a lo que pasaba a mi alrededor, me convertí en una especie de invitado anónimo en una fiesta que deambula de un rincón a otro sin pararse a hablar con nadie pero observándolo todo.
Igual pasaba largas horas frente al televisor mirando los juegos olímpicos que por entonces andaban por China que me dormía en la cama entre leyendo un libro o algún comic. Recuerdo que también aquel mes fui al cine indiscriminadamente para saciar mi sed después de un año vacío en grandes pantallas. Adoraba ir al cine, especialmente solo, cuando realmente disfrutaba desde el momento de comprar la entrada hasta el último título de crédito. Yo estaba convencido que para realmente interpretar una película era necesario ir al cine, allí en una sala oscura, sentado cómodamente en un sillón de cara a la gran pantalla sin nada que te perturbase la vista periférica, sólo podías hacer que concentrarte en la película y meterte dentro de ella. Además para mi las películas era como la belleza en la mujer me gustaban el 80 % de las que veía. Y del otro 20% tres cuartas partes no me desagradaban. En realidad creo que no tenía ningún criterio y esto era una gran ventaja frente al resto.
Los otros dos meses me fui integrando poco a poco a la vida que pasaba alrededor de mi, así comencé a viajar de manera casi compulsiva, dos veces a Valencia para colaborar con la delegación de MSF de Valencia, una vez a Madrid para despedir a mis queridas amigas que volvían a París. Alejandra pasaba por la ciudad de la luz una vez más pero en aquella ocasión para recogerlo todo y marcharse a Cork donde empezaba una nueva aventura en su vida y dulce Ana venía de su trabajo en Argelia durante toda la primavera para volver a París. Pasé por Barcelona para hacer mi debriefing y sobretodo bajé muchas veces a Alicante, donde cada vez tenía más claro que algún día me instalaría a vivir, pues era una ciudad que me atraía muchísimo.
Siempre me había gustado la ciudad de Alicante para vivir, sobre todo porque era una ciudad junto al mar, un mar al que se podía llegar paseando desde el centro de la ciudad. Además no tenía el tamaño de las grandes ciudades con lo cual no se perdía tiempo en los desplazamientos.

En mi tiempo en Elda a menudo iba a tomar café con mi grupo de amigos a la Aljaima, un salón de té que regentaba una pareja del grupo. Allí pasábamos las horas de la tertulia comentando las impresionantes noticias de los periódicos, los extravagantes programas de la tele, las asombrosas historias que recogíamos de Internet o simplemente hablando sobre películas o documentales que habíamos visto en los últimos tiempos. Nunca conseguíamos arreglar el mundo ni ponernos de acuerdo en casi nada, lo cual era un argumento muy recurrente para volver a tomar los mismos temas días más tarde. Lo cierto es que siempre había estado orgulloso de la mayoría de los amigos que tenía en Elda pues éramos de los más diverso y por lo tanto gratificante en cuanto a la suma de ideas.

Sería a mediados de octubre, en una tarde casi primaveral, y tras despedirme de ellos en la puerta de la Aljaim, me dirigía hacia mi viejo Citröen cuando me sonó el móvil, al otro lado estaba Marisol mi supervisora en la sede de MSF. Quería saber cómo me encontraba y si me podía proponer un nuevo proyecto. Le dije que sí enseguida, pues de repente despertó en mi una enorme curiosidad y emoción como el niño que tiene ante sí un enorme regalo envuelto de Navidad y que se dispone a abrirlo.
En la conversación sobre la nueva propuesta alcancé a retener dos conceptos “Congo” y “puesto de nueva creación”, aquello me interesó lo suficiente para pedirle que me mandara por mail toda la información que tuviera.
Cuando le colgué me di cuenta que inconscientemente me había metido en el coche y de que ya me había sentado frente al volante, alcé la vista y me vi reflejado en el retrovisor interior, con una especie de mueca le espeté a aquel reflejo algo así como “volvemos a África?”
Tardé poco más de quince minutos en llegar a casa, pero mientras aparcaba, en mi cabeza ya empezaba a tener claro que iba a aceptar aquel nuevo reto pues sinceramente no encontré ningún argumento de peso para pensar lo contrario.

Unos días más tarde tras varios intercambios de llamadas y mails ya había aceptado y comencé a comunicárselo a todo mi entorno. Como no podía ser de otra manera la noticia en casi todo el mundo a mi alrededor despertó preocupación y desconocimiento, y es que a pesar de que el Congo era un País arrasado por las guerras desde hacía quince años, en aquellos días el recrudecimiento de los ataques en una zona defendida por las Naciones Unidas, convirtió el combate en mediático y se hablaba de ello en todos los medios. A mi lo que realmente me motivaba más era que la presencia de MSF en aquella zona estaba más que justificada pues los desplazados se contaban por cientos de miles.
Antes de emprender mi viaje decidí ir a Portugal a visitar a Aurora que por aquella época hacía sus prácticas de enfermería en Coimbra, Tenía muchas ganas de volver a ver a la Pelirroja pues hacía mucho tiempo que no hablaba con ella tranquilamente y estar solos en Coimbra estaba convencido que nos brindaría aquella oportunidad.
Quedamos en vernos en Oporto donde ella había pensado pasar su fin de semana.
Nada más llegar al centro de la ciudad, vino a recogerme a la salida del metro, la vi estupenda y muy establecida, a pesar de que ella sólo había llegado la víspera, el haber pasado varias semanas sola en Portugal aprendiendo el idioma a marchas forzadas le había impregnado ese aire desenvuelto.
Pasamos dos días en Oporto recorriendo tranquilamente sus calles, comiendo en sus restaurantes, bebiendo en sus bares, hasta fuimos al teatro creyendo ir a ver un musical y topamos con un congreso de Tunas. Dos días en definitiva en los que pudimos mirarnos de frente y dentro de cada uno y contarnos las experiencias de nuestros pasados recientes. Francamente fue algo que nos sentó muy bien a ambos.
Los siguientes dos días los pasé en Coimbra, bonita ciudad con aire de burgo de principios de siglo XX y con una gente realmente amable poblando sus calles.
Me llamó agradablemente la atención de Aurora, que cuando le conté que me iba al Congo, su primera reacción no fuese de preocupación sino de felicidad al saber me iba a hacer lo que realmente quería.
El último día al despedirme de ella en la estación nos deseamos suerte mutuamente y nos citamos para el verano siguiente cuando ambos terminásemos nuestras aventuras.
Nada más llegar a Elda tuve que hacer corriendo las maletas para ir a Barcelona a recibir las últimas consignas antes de emprender el viaje.
De nuevo los días en la Sede fueron una auténtica locura andando de un departamento a otro y de cita en cita, viendo a todo aquél que tenía algo que aportar sobre mi nuevo destino y sobre mi nueva función. Mi puesto volvía tener un título rimbombante “Human resources and administration coordinator/assistant of head of mission”, empezaba a pensar que en MSF se pagaba a alguien expresamente para que se inventaran estos nombres. El cometido de mi trabajo era el de planificar, hacer un seguimiento y evaluar a todos los recursos humanos de la misión tanto expatriados como sobre todo personal local, con el objetivo de poder promocionar y revalorizar nuestro Capital humano. Además de la administración en general y el asistir/sustituir al Jefe de misión en lo que necesitase.
Me contaron que iba a encontrar una misión en la que se estaban cerrando dos proyectos y abriendo uno nuevo y con un cuarto en marcha, pero con un staff total de 150 personas, la mitad de lo que había gestionado en RCA con lo cual me pareció un reto muy interesante en el que iba a poder trabajar con dedicación.

A Barcelona me vino a ver Lorena, una enfermera argentina con la que había trabajado en Bangui y que acababa de llegar precisamente de allí para volver a casa. Atravesaba unos momentos delicados por una herida de amor que no terminada de cicatrizar. Era un pedazo de pan andante, una de esas personas que de tan buenas, algunos desalmados se aprovechaban de ellas.
Vino a acompañarme hasta el aeropuerto para despedirme, todo un detalle de su parte.
Volé a Ámsterdam y de allí a Nairobi donde tuve que hacer una pesada escala antes de llegar a Ruanda. Afortunadamente encontré y pude hablar con Sophia, una médica alemana que trabajaba para MSF Holanda y que se dirigía a Goma. Era cirujana, de mi misma edad más o menos y primera misión y se iba al ojo del huracán en aquellos momentos. Pensé inmediatamente en sus padres, porque a los míos no sé de qué manera les hubiera podido explicar si yo me hubiese ido a una misión parecida. Lo que seguramente le ayudó a convencerlos de que estuvieran tranquilos es que la misión era únicamente para un mes.
Finalmente tomamos el avión hasta Kigali donde a cada uno le esperaba su taxista y allí nos despedimos deseándonos toda la suerte del mundo, ella iba al norte del lago Kivu y yo hacia el sur del mismo.
El último tramo de mi viaje sería sin duda el más espectacular, desde Kigali hasta la frontera con Congo atravesamos unos trescientos kilómetros durante cinco horas todo lleno de colinas impresionantemente verdes. Ruanda era un País precioso, pero lo realmente hermoso fue el último tercio del recorrido donde la carretera se adentraba en el parque Nacional Nyungwe, cuyo interior albergaba algunos de los últimos Gorilas de montaña que quedaban en el mundo, de hecho entre las fronteras de Ruanda, Uganda y Congo se podía censar las tres cuartas partes de toda esta espectacular especie en el planeta. Hacía entonces cuarenta años que Dian Fossey Había empezado su aventura con sus "Gorilas en la niebla" y veintitrés que fuera brutalmente asesinada a machetazos precisamente en Kigali por los propios asesinos de los gorilas que ella defendía.
Realmente el paisaje invitaba a bajarse el coche y comenzar a hacer senderismo hacia el interior de la jungla. Me parecía que en cualquier momento se nos fuese a cruzar Tarzán en una de sus lianas.

Durante el trayecto fui conversando con Jean Claude, el taxista, acerca de la vida en Ruanda y sobre el antes y el después al genocidio del noventa y cuatro entre Hutus y Tutsis. Su impresión era que aquella masacre no se había olvidado, pues era imposible, pero que sí había servido para mostrarles que aquel no era el camino y que ambas etnias estaban condenadas a convivir y trabajar juntas si querían ver al País prosperar. A mi se me hacía un nudo en el estómago nada más de pensar en aquello y que yo estaba entonces donde todo aquello había ocurrido.

En torno a las dos de la tarde llegamos por fin a la frontera y al otro lado pude vislumbrar el Land Cruiser de MSF que me esperaba. Tras las formalidades del visado me despedí de Jean Claude y crucé a pie mientras reconocí a una musungu que se dirigía hacia mí y que me saludaba “Jambo! Soy Tere, Karibu sana a Congo”.

viernes, 22 de agosto de 2008

Trescientos sesenta y cinco días



Cuando tomé la decisión de que no renovaría aquella primera misión, me cambió la manera de ver las cosas.

Se acabó aquella incertidumbre de los meses por venir, si seguiría en Bangui o en “mi casa”, se apagó la esperanza de seguir con la que había sido mi gente durante aquel buen año y en su lugar nació la luz de una nueva ilusión. La ilusión de volver con los mios de siempre y conmigo mismo. Iba a volver con mi familia, donde crecí, en el pueblo donde me crié y redeado por la gente que me moldeó, iba a volver a encontrarme con todo lo que yo era y con todas las referencias que había tenido desde el principio, en las que siempre me había apoyado, las que siempre me habían servido, incluso en los peores momentos, y así iba a encontrarme conmigo en el tiempo y en el espacio adecuado para descansar, para descomprimir.

De golpe, empecé a pensar que necesitaba ese tiempo, ese descanso, esa serenidad...ese desahogo.

Hasta entonces me había prometido no pensar en mi vuelta, ni en las cosas que haría en volver, pues temía que mi voluntad se viera afectada por el deseo de volver, y creo que así hubiese sido, pues en el momento que decidí que volvía, me costó pensar en otra cosa que no fuese volver.

De alguna manera, me hacía sentir culpable el hecho de que me fuera y de que decenas de asuntos se quedaran lanzados pero sin concluir, que no fuera a ser testigo del trabajo final de muchas de las cosas que poníamos en marcha, y como de costumbre desconfiaba de que lo que allí quedaban fueran hacer el mismo trabajo que yo...hasta que dejé de tomarme por imprescindible, me costó una buena dosis de amor propio convencerme de que todo marcharía igual o mejor cuando yo me fuese, pero lo conseguí.

Fue el momento de hacer balance de aquel año tan especial. Sagrado balance el que me quedaba por hacer, no sé si iba a ser capaz incluso de sacar alguna conclusión válida mientras siguiera allí. Tantas experiencias vividas, tan intensas, tan distintas a todo lo que hasta entonces había conocido.

Tantas lecciones por asimilar, tantos ejemplos para recordar, tantas gentes de las que aprender....el balance iba a ser tremendo. A la medida del año vivido.

Lo mejor de aquellos últimos días fue que pude vivirlos en el terreno, viviendo con la gente que trabajaba en los hospitales, con los desplazados, con las clínicas móbiles...palpando la realidad de lo que nuestra presencia aportaba a la gente que vivia en penuria, de primera mano.

Todo aquello es lo que daba sentido a mi año, al dinero donado por la gente, a los malos momentos, a las fustraciones....y estando allí desaparecía cualquier duda de que lo que se hacía allí, por encima de discusiones, estrategias, standares de aplicación obligatoria y medidas de seguridad, valía absolutamente la pena. Estar en el terreno, era intenso y duro mentalmente pero una experiencia gratificante como dudaba podría vivir otra en mi vida.

Retengo con cariño, por ejemplo, aquel día que junto a Lorena, una enfermera argentina que era todo dinamismo y corazón, fuimos a recorrer el campo de refugiados que había cerca de Kabo. Unas seis mil personas que estaban allí sin nada más que unos palos cubiertos con ramas de palmera y plásticos como casa y la manioca y los cacahuetes junto a la comida que de vez en cuando se les distribuía como único sustento.

Nosotros les procurábamos los cuidados sanitarios y un apoyo logístico haciendo letrinas y pozos de agua. Pero vivir allí no era el deseo de nadie de los que allí había, sino la obligación de los que tenían miedo a ser robados, maltratados, violados o matados en los poblados de decenas de kilómetros alrededor.

Recuerdo que aquel día visitando el sitio junto a Lorena, los niños (casi) siempre ajenos a la realidad e inocentes a todo, nos rodearon mientras caminábamos por entre las rudimentarias cabañas, y comenzaron a cantar una canción local, que Lorena había aprendido del tiempo que llevaba en Kabo. Al cabo de unos minutos una cincuentena de niños estaban alrededor de nosotros cantando y bailando junto a nosotros dos, poco a poco algunos adultos se fueron acercando e integrándose...El momento no duró más de quince minutos pero yo pensé que aquella imagen me duraría toda mi vida en la retina.

Pensé que allí estábamos todos cantando la misma canción y bailando de la misma manera, por un momento coincidimos todos aquellos niños y nosotros haciendo lo mismo en Kabo, pero yo sabía que si bien nuestros caminos se cruzaron en ese instante, de dónde veníamos y hacia dónde íbamos, eran caminos tan distantes que yo pensé que a pesar de esos quince minutos de coincidencia de realidades, nuestras vidas estaban tan lejos la una de las otras, que aquello nos debía servir a todos de referencia para el futuro del mundo tan desigual que habíamos creado.




A finales de julio terminaba mi misión. El 27 de julio de 2007 salía de mi casa en Elda para emprender aquel buen año y como cerrando un círculo el 27 de julio de 2008 volvía a dormir en mi casa. Aquel buen año marcaría para siempre mi manera de pensar, de ser y de vivir.

En la República Centroafricana, entre Kabo, Batangafo, Kagabandoro y Bangui había alrededor de trescientos trabajadores, que trabajaron o trabajan para MSF España/Bélgica, otros muchos lo hacen para MSF Holanda y Francia en otras ciudades del País, otros para otras organizaciones no gubernamentales o para las Naciones Unidas, y cientos de miles en todo el mundo hacen lo mismo.

La inmensa mayoría es gente local que intenta con su trabajo mejorar la situación en la que se encuentran sus barrios, sus ciudades, sus países....es un trabajo muy serio y muy importante y que realmente ayuda a hacer las vidas de los que más sufren algo más dignas y algo más esperanzadoras. Por supuesto que no será ni un sistema perfecto, ni el mejor posible a hacer, pero es muy válido y ayuda mucho a gente que lo necesita.



Gracias de corazón a todas esa personas que se esfuerzan para hacer ese trabajo y gracias también a todas las personas que colaboran desde su humilde posición a hacer esto posible.





domingo, 25 de mayo de 2008

Sintiendo tener que partir

Mientras mi primer año en África iba llegando a su fin, un insólito sentimiento se iba apoderando de mí. Una mezcla de amargor y dulzor se obraba en mi interior. Seguro que entienden que lo que había vivido durante todos aquellos meses en Bangui me había marcado interiormente y me negaba a pensar que se fuera a terminar, pero por otro lado a aquella altura del año me sentía bastante agotado mentalmente y cada vez me costaba mucho más esfuerzo poder continuar con mi trabajo.

Existía la posibilidad de poder prolongar mi misión por algunos meses más o incluso otro año, y en aquellos días dudaba a menudo entre llamar a Barcelona y pedir esa prolongación o hacerme ver que el descanso me era más necesario que deseado.

Había vivido tantos buenos momentos a lo largo de aquel tiempo que el hecho de pensar que tenía que irme me helaba el corazón.

De un lado pensaba mucho en mi madre a la que tanto echaba de menos y que tanto padecía por no tenerme a su lado, en los míos que a menudo me repetían que me extrañaban, tenía ganas de ver a mis sobrinas, a mis hermanos, quería volver abrazar a mi padre y pasar nuevas veladas con mis amigos, yo también echaba mucho de menos a toda mi gente. Pero en Bangui había conseguido hacerme un hueco, había conseguido echar unas pocas pero muy fuertes raíces, había mucha gente a la que quería que se quedaría allí, y lo que es peor, si me marchaba no sabría si algún día volvería por allí.

Por otro lado en aquellos días Gbane llegó al final de su misión y partió a Costa de Marfil, me dio muchísima pena que se fuera. Gbane había sido todo un ejemplo para mí los nueve meses de convivencia que estuvimos juntos, en el aspecto humano era un diez y me mostró muchas cosas sin darme un sólo consejo que yo fui añadiendo a mi particular manera de interpretar la vida. Me recordó en cierta manera a la Dulce Ana que conociera en París unos años atrás y que tanto me enseñó también. Personas que todo el mundo debería poder cruzarse al menos una vez en sus vidas. Un tipo de personas que destilaban humanidad en esencia pura por los cuatro costados y que eran el mejor antídoto contra la intolerancia, el egoísmo y el desprecio que muchas veces detectamos a diario.

Esa sensación de mezcla amarga me acompañaría durante muchos días y fue muy difícil de ignorar, pero intenté hacerlo pensando en cada momento que me quedaba allí, empecé a tomar la distancia suficiente a cada instante para poder mirar lo que me estaba pasando y poder disfrutarlo, decidí sacar la cabeza del manillar del día a día para mirar hacia todos los lados y poder apreciar todas las vistas y a toda la gente que había en torno de mí.

Empecé entonces a hacer balance de todo mi periodo en Bangui, y a pensar en todo lo bueno que había pasado en aquellos meses, en como habían crecido nuestros proyectos en el terreno, en toda esa gente a la que le habíamos facilitado el acceso primario a la salud, y en esa gente a la que nuestros médicos habían salvado la vida sencillamente por estar allí y poder atenderlos, en todos aquellos niños que habían nacido en nuestros hospitales gracias a cesáreas que de otro modo no lo hubiesen hecho, en todos los casos de malaria o de enfermedad del sueño que habíamos detectado y tratado, en todas las hernias que se habían operado…realmente poder ayudar a que todos aquellos médicos, enfermeros y personal en general pudiesen desarrollar su trabajo había sido una experiencia única. Al mismo tiempo me sentía orgulloso de todos aquellos amigos que con sus modestas donaciones hacían posible todo aquello, y en todas las personas anónimas que en todo el mundo hacía posible que la ayuda llegara a algunos sitios donde era muy necesaria. Aquellos sitios donde la diferencia entre recibir aquella ayuda o no recibirla significaba realmente salvar o aliviar vidas o no. Esto me mostraba un signo de esperanza a toda esa ausencia de interés general que el Norte siempre le había dedicado al Sur.

También hacía balance de todas las personas que había conocido personalmente durante todo aquel tiempo; el personal local y expatriado con el que había trabajado, y la gente de Bangui con quien había convivido. Cada persona a su manera había dejado una pincelada en mi mural.

Del personal local aprendí mucho de lo que significaba ser centroafricano, de lo mucho que costaba abrirse paso y poder procurarse una vida digna, me enseñaron que en Bangui no se podía dar nada por sentado, que el valor de las cosas estaba directamente ligado al sacrificio para obtenerlas, el precio de los logros no lo marcaba un indicativo material sino que se cuantificaba en la cantidad de sacrificio que había requerido. En uno, me mostraron el auténtico valor de las cosas en Bangui.

Entre todo el universo de personal expatriado que conocí, voluntarios de otras ONGs o personal de naciones unidas en su gran mayoría pude observar una basta fauna de personalidades y motivaciones diferentes. Gente que estaba allí convencida de que lo que estaba haciendo era lo mejor que podía hacer, gente que buscaba una aventura en su vida que poder valorar, gente que deambulaba en aquellos momentos entre dos aguas y que encontraban allí un refugio temporal y gente que estaba enganchada a aquella forma de vida. Cada punto de vista tenía cosas interesantes a aportar.

De toda la gente local que conocí en Bangui, aparte del personal que trabajaba conmigo, hubo una persona que me marcó principalmente pues era con quien más tiempo pasaba y era quien mejor me mostraba las diferencias entre Bangui y Elda, entre un africano y un europeo, entre aquellas dos galaxias en constante tangencia que nunca llegaban verdaderamente a tocarse.

Aquella persona era Marina, la camarera de Satis.

Entre los numerosos restaurantes y discotecas, Satis era uno de los pocos bares de Bangui donde se podía ir a tomar una cerveza y unos cacahuetes y charlar tranquilamente.

A Marina la conocí el primer día que llegué a Bangui pues aquella misma noche fui a cenar con Marta y dos compañeras más y pasamos por Satis. Pero no fue hasta unos meses más tardes cuando realmente tomé confianza con Marina y que empezamos a colocar sobre la barra de aquel bar nuestros diferentes enfoques de ver la vida. Allí la veía casi cada viernes y hablábamos de lo que nos unía y de lo que nos distanciaba durante horas y horas. Ella había trabajado de camarera desde hacía varios años y siempre había tratado con muchos blancos, nunca terminó unos estudios medios pero sabía mucho más de la vida que muchos académicos. Había conocido muchas historias locales y occidentales, vividas en primera o en tercera persona, historias de Amor y romanticismo y de odio y violencia. Todo esto hacía de ella a sus apenas 27 años cumplidos una persona con mucho recorrido.

No sabía realmente si estaba a dos meses de dejar Bangui, a dos meses de instalarme en Bangui, a dos meses de comenzar una nueva aventura o dos meses de una especie de depresión post parto. Lo único que tenía claro es que yo había ido a Bangui sin ni tan siquiera saber situarla en el mapa y a aquellas alturas ya sabría siempre donde situarla, en un lugar muy cerquita de mi corazón.