Mi primera salida para visitar el terreno, fue a nuestro proyecto en Pweto, en la región de Katanga, la más al sur del País. Fui acompañado de nuestro jefe de misión, Frank, un joven holandés que hablaba casi perfectamente cinco lenguas, entre ellas el español y volamos en un DC3, el mismo avión que aparece en el último fotograma de Casablanca, una auténtica reliquia del año cuarenta, realmente una máquina preciosa. Con él sobrevolamos el lago Tanganika y fuimos a aterrizar junto a la frontera con Tanzania.
Pweto era un proyecto que llevaba abierto más de ocho años y donde nuestra misión de urgencia había llegado a su fin. El pueblo había progresado enormemente desde nuestra llegada allí, mayormente en cuanto acceso a la salud se refiere, y el hospital al que apoyábamos se había convertido en una estructura sólida que empezar a funcionar de manera más o menos autónoma.
Desde la pista de aterrizaje, que se encontraba en una altiplanicie se podía disfrutar de la imagen de todo el pueblo bañado por el lago. El coche de MSF estaba preparado a “pie de pista” entre los matorrales preparado para llevarnos hasta la base.
Fui allí para poder supervisar y echar una mano en el cierre de todos los contratos del personal y poder preparar todas las indemnizaciones a tal efecto, para toda la gente que había estado allí trabajando para MSF. Pasé cinco días intensísimos en los que afortunadamente conseguimos acabar con nuestro trabajo sin demasiados contratiempos.
El equipo de expatriados se había reducido a cuatro personas, las imprescindibles para poder cerrar aquel proyecto, Felipe el coordinador del equipo colombiano, Petra la enfermera checa, Akoi el médico Ganhés y Martin el logista y administrador francés.
Por las tardes, tras la puesta de sol, en Pweto no había mucho que hacer así es que solía salir a dar un paseo por el poblado acompañado a veces por todo el equipo a veces solo por Petra y disfrutábamos con la imagen de todos los pescadores que salían a faenar con sus faroles encendidos para atraer la atención de los peces imaginábamos, desde la orilla nos parecía estar viendo una ciudad iluminada flotando en medio del lago. Era espectacular.
Al concluir mi trabajo allí pasé un par de días en Lubumbashi, la capital de la región del Katanga y nuestra base central de MSF durante algunos años, allí también debíamos finiquitar los contratos del personal y de alquileres con los distintos agentes con quien habíamos trabajado. Coincidí con Aziz que por su parte hacía el inventario de cierre de todo el aparato logístico, en parte fue divertido ir encontrando reliquias que diferentes expatriados a lo largo de ocho años fueron abandonando u olvidando en aquella base que ahora tocaba a su cierre.
De vuelta a Bukavu, hacía ya un mes que estaba allí, el equipo se fue remodelando, Tere, John y Aziz fueron partiendo y en su lugar fueron llegando Imma nuestra coordinadora médica, al fin después de cuatro meses la misión iba a poder contar con éste puesto tan fundamental, Rafa el coordinador logista, Toni el encargado del aprovisionamiento y Manel el asistente de Imma. Junto a Frank y yo mismo formábamos el equipo completo(a falta de la financiera que llegaría en enero) en Bukavu base de nuestras operaciones en Congo.
A Imma ya la había conocido en RCA pues salió evacuada del Chad en febrero de ese mismo año y fue en Bangui donde le dimos alojamiento durante una semana hasta su regreso a casa. Era una enfermera catalana con bastante experiencia en MSF, sin embargo era la primera vez que iba a realizar la función de coordinadora, la máxima a nivel médico que podía desempeñar, y a pesar de que no se encontraba muy a gusto en ese puesto lo hizo consciente de la necesidad que teníamos y porque accedieron a enviar a Manel, su pareja y médico también catalán, como ayudante de ella y con la condición de quedarse allí hasta que encontraran un(a) coordinador(a) para un año en la misión.
Rafa era un maño de unos cincuenta años y que era todo un “manitas” y hombre de la montaña, que trabajaba para MSF desde hacía no mucho tiempo pero que se encontraba como pez en el agua en su trabajo.
Tony era un chico simpatiquísimo también de Barcelona y más cerca de los cuarenta que de los treinta y cinco, era su tercera misión con MSF y sus formas le delataban como un antiguo rockabilly de los ochenta, nos pudimos reír mucho durante la misión con sus ocurrencias, en cierta parte me recordaba a John Travolta en Grease.
De nuevo logramos montar un buen equipo con el que podría trabajar a gusto en un País donde el trabajo en general de todos nosotros no era nada sencillo, y sobre todo muy poco reconocido.
Mi segunda visita al terreno la hice a Kalonge donde teníamos un proyecto abierto desde hacía cuatro meses, es decir bastante reciente. Kalonge era un pueblecito enclavado en mitad de la selva y de muy difícil acceso por una pista que si no llovía podíamos tardar unas cuatro horas en recorrer los apenas sesenta kilómetros que lo separaban de Bukavu. Eso sí el paisaje era tan tremendamente denso en vegetación que merecía la pena el tiempo empleado en los desplazamientos en 4X4.
Mi visita fue de apenas tres días para conocer el proyecto y la gente, expatriados y nacionales que allí trabajaban para MSF. Dábamos el apoyo al hospital de la zona en medicamentos, formación y material con el objetivo de que la gente pudiese recibir una atención adecuada y gratuita, en una zona donde la diferencia entre pagar algo o no por recibir atención marca la diferencia muchas veces entre quien tiene una posibilidad y quien no tiene ninguna. También apoyábamos algunos puestos de salud desperdigados por la montaña y cuyo acceso era realmente complicado.
Si no fuese por la presencia del ejército congolés, de la rebelión no lejos de allí y de la extrema pobreza…se diría que estábamos en un paraíso terrenal, pero la realidad era bien distinta y la gente del lugar distaba mucho de vivir en condiciones ideales.
Al finalizar el año y justo después de terminar de contratar a nuestros chóferes para Bukavu, empezamos a tener nuestros primeros problemas, justo el día de Nochebuena al llegar al despacho vimos una pintada en tiza en nuestra puerta de acceso, iba dirigida a mi como administrador de la misión y nos decían que llevásemos cuidado con nuestra manera de trabajar, que ya habíamos despedido a mucha gente en Katanga y que empezábamos a hacer lo mismo en Kivu, y que aquello podía ser peligroso para nosotros.
Hicimos algunas fotos para guardar el texto de la amenaza y lo comunicamos a Barcelona y Atenas, donde teníamos nuestra célula de referencia, sin embargo no le dimos mayor importancia y lo catalogamos como un hecho aislado seguramente debido al malestar de algún candidato al puesto de chófer no seleccionado.
A principios de enero Imma y yo nos fuimos a Minova, un proyecto que habíamos cerrado hacía algún tiempo al borde del lago Kivu y al que teníamos que ir para terminar de atar unos flecos, como una donación en medicamentos y el pago de los últimos salarios e indemnizaciones. Minova se parecía bastante a Kalonge, era una zona espectacularmente bonita, rica en vegetación y con el lago Kivi de fondo. Imma y yo bromeábamos a cerca de retirarnos algún día en algún lugar como Minova.
Aquellos días juntos dormíamos en la parroquia del pueblo pues ya no teníamos base allí y por la noche podíamos hablar tranquilamente bajo un manto estrellado y degustando algo de cerveza local caliente, antes de irnos a dormir. Nos sirvió para conocernos un poco mejor. Imma no me atraía físicamente y además estaba en pareja, sin embargo empezaba a apreciar en ella la persona y la mujer que era. Segura como he conocido a pocas, sencilla y a la vez efectiva a la hora de afrontar los problemas cotidianos y las grandes cuestiones de la vida, parecía no complicarse la vida mientras avanzaba por ella con paso muy firme, era en una palabra una mujer bastante resolutiva y cargada de experiencia en general. A sus veintiún años ya se fue a vivir sola, estudiaba enfermería pagándose los estudios con un trabajo en una mutua y dejaba a su primer novio tras cinco años de relación, toda una carrera a tan pronta edad que no pueden más que formar a una persona preparada para casi todo.
Yo a su edad, viviría en casa de mis padres aún siete años más, a penas había trabajado algún fin de semana de manera ocasional, todavía era virgen y empezaba a experimentar por primera vez lo que era vivir fuera de casa un largo tiempo yendo a París en verano. Realmente me llevaba algo de ventaja.
Al volver de nuevo a Bukavu, el tema de las amenazas empezó a tomar otro cariz. Un lunes por la mañana recibía en mi móvil una amenaza directa de muerte por no acceder a las peticiones que supuestamente se nos había hecho. Esa misma tarde hicimos una reunión de todo el equipo de expatriados para ver cual era la postura a adoptar, pues empezábamos a inquietarnos sobre el asunto. Decidimos que yo me iría a Goma a la otra orilla del lago a unos cien kilómetros al norte, y donde acabábamos de abrir un nuevo proyecto, para poder trabajar desde allí mientras el equipo en Buakvu empezaría las investigaciones necesarias para intentar averiguar quien o quienes estaban detrás de aquel despropósito. Empezarían hablando con Flory mi asistente y una de las personas de mayor confianza entre nuestro staff para intentar saber por dónde empezar a sospechar.
Para sorpresa nuestra al día siguiente por la mañana recibía otro mensaje donde las amenazas continuaban en la misma línea, pero donde además se nos decía que teníamos la intención de que yo fuese a Goma y de investigar a Flory, aquello nos sobrecogió a todos porque era una información que sólo se había hablado en una reunión con expatriados y hacía sólo algunas horas. Con lo cual quería decir no sólo que alguien había estado “poniendo la oreja” en nuestra reunión sino que además era alguien muy cercano al equipo.
Nuevamente nos reunimos esa misma mañana y para evitar cualquier tipo de riesgos yo iba a salir de la misión de manera inminente y se iba a reunir a todo el staff para contarles lo ocurrido y hacerles entender que MSF tendría que cerrar su base en Bukavu, por lo tanto despido de todo el staff, si no se averiguaba quien estaba detrás de todo aquello, porque evidentemente de aquella manera no se podía seguir trabajando allí.
Así pues en menos de 48 horas pasé de verme amenazado a tener que salir de forma precipitada del Congo, una situación que me dejó no sólo completamente desubicado sino con un regusto muy amargo sobre todo lo que había pasado. Estuve tres días en Ruanda hasta que logramos un vuelo para España y allí pude darle vueltas al tema, la sensación que se me quedó fue una mezcla de impotencia y cólera por recibir aquel trato simplemente por hacer correctamente mi trabajo. Incluso llegué a plantearme el no regresar más a Congo pues aquella gente no merecían ni mi esfuerzo ni mi dedicación, sin embargo no podía penalizar a todos, a mi incluido, por la falta de uno o unos pocos, y decidí que aquella no era una manera de acabar la misión. Lo que había sucedido allí lo intentarían hacer con cualquier otro que viniese en mi lugar, con lo cual no arreglaríamos nada, así que en cuanto se aclarara quien estaba detrás y se pudiese asegurar así la integridad de los expatriados, yo volvería y me quedaría hasta el final, trabajando con más dedicación y consciencia si cabía y siendo todavía más meticuloso en mi trabajo, no sin dejar de lado el aspecto de la seguridad que pasaba a tomar una parte más importante de lo que normalmente ya lo era. Cuando tomé el avión para Barcelona estaba convencido que tenía que volver y no solo por mi.