domingo, 13 de enero de 2008

Gracia de Dios y Ornela




Aquel martes sería otro día extraordinario más en mi vida en Bangui. De aquellos de los que estaba convencido no olvidaría nunca.

La mañana se presentaba ya algo estresante para mí, pues debía acabar un informe presupuestario que el coordinador general me había pedido para la reunión que teníamos esa misma tarde. Nada más poner en marcha el ordenador abrí el informe en concreto para no olvidarlo, y seguidamente empecé a leer los mails del terreno y de la sede, la cosa empezó a torcerse con diferentes problemas surgidos en un lugar y en otro y a eso se sumó el corte eléctrico que padecimos durante más de tres horas y la pésima comunicación que ese día teníamos en la radio, lo que hacía desesperante hablar con el terreno para llegar a arreglar cualquier contratiempo. El tipo de cosas que solían poner a prueba mi paciencia

La mañana pasaba y el informe no avanzaba por sí mismo. Tenía además varias salidas previstas que aplacé hasta el final de la mañana.

Decidí que lo mejor sería hacer una sola salida; ineludible al banco, y que después de comer iría antes al despacho para terminar el asunto del informe.

La salida al banco fue realmente bien y tardé menos de lo previsto, sin embargo de vuelta al despacho todos mis compañeros se habían ido para casa a comer excepto mi amigo el doctor Gbane que se estaba preparando para ello. Le pedí que me esperara fuera el tiempo de dejar lo que había recogido del banco.

Cuando salí lo vi hablando con nuestro guardián y con un chico al que no conocía.

Al parecer una persona estaba tiraba en el suelo en la calle de atrás a la nuestra. Gbane intentaba recabar información de si era una persona que estaría enferma o bien si era alguien que simplemente se había caído.

El muchacho no nos supo responder y decidimos tomar el coche para acercarnos ya que en caso de tratarse de una urgencia habría que llevar a la persona al hospital pues en el despacho no teníamos los medios para atenderla.

Conforme nos aproximábamos al lugar acerté a ver a la persona en el suelo y a tres mujeres que la observaban, una de ellas en cuclillas le daba aire con unas hojas.

Cuando bajamos del coche y nos acercamos, descubrí también dos niños, una niña y un niño, seguramente hermanos que miraban también lo que pasaba de cerca.

Se trataba de una mujer de menos de cuarenta años, estaba tumbada boca abajo y completamente empapada en sudor, brazos y ropa. Tenía la cabeza girada hacia un lado y los ojos asombrosamente abiertos, con la mirada perdida, mirando a un infinito ficticio a ras del suelo. No hablaba, y respiraba produciendo un sonoro ruido a la altura de sus pulmones.

La llegada de nuestro coche atrajo a los curiosos que por allí rondaban.

Gbane empezó a preguntarles a las mujeres que allí estaba qué es lo que habían visto, al tiempo que comenzaba a realizar sus primeras observaciones visuales y táctiles.

Le preguntábamos a la enferma donde vivía y tras varios intentos, con un hilo de voz apenas atino a darnos el nombre de un barrio que yo no conocía, afortunadamente uno de los recién llegados identifico enseguida el barrio diciendo que él vivía también por allí. Le preguntamos si estaría dispuesto a acompañarnos para mostrarnos el sitio en caso de necesidad y aceptó sin dudarlo un instante.

Gbane ordenó introducir a la enferma en el coche. Íbamos a llevarla a urgencias al hospital pues para él aquello no tenía para nada buena pinta y estaba empezando a preocuparse seriamente por ella.

Al introducir a la mujer en el coche por la puerta de atrás del Land Cruiser advertí que los dos niños nos habían seguido, pero ninguno de los adultos se dirigió a ellos, mientras estos miraban con demasiada curiosidad lo que hacíamos, Gbane y yo nos miramos al mismo instante y casi al unísono nos dirigimos a las tres primeras mujeres que encontramos, “los niños son de ella?” Si nos afirmaron, “estaban con ella antes de desplomarse”.

A mí por un momento se me heló el corazón. Ver esas dos criaturas, tan pequeñas, tan inocentes y tan ajenas a todo lo que le estaba pasando a su madre, me produjo una enorme tristeza.

Eran adorables, vestían ropas hechas jirones, estaban sucios y olían fatal, pero eran dos ángeles, tenían realmente un rostro y una sonrisa sacados de un cuento de hadas.

Los subimos detrás junto a su madre, al acompañante y Gbane, yo subí delante junto al chofer y tomamos rumbo al Hospital de la Comunidad, el más importante de Bangui.

A nuestra llegada nadie salió a recibirnos, había bastante gente por allí, pero ninguno era medical. Bajamos a la enferma entre todos pues era incapaz de tenerse de pie y entramos con ella en brazos. Yo decidí ocuparme de los niños y los tomé de la mano para que no se perdieran, muy educadamente me dieron sus diminutas manecillas y entramos detrás del grupo.

Seguía sin aparecer nadie, pero encontramos una camilla en el hall y decidieron depositarla en ella. Gbane que ya se conocía el sistema de urgencias del hospital nos guió por los pasillos hasta llegar al lugar indicado, afortunadamente pudo enseguida conseguir una sala donde pudo atenderla con la ayuda de un enfermero que allí había y a la espera de la llegada del médico de urgencias.

Yo me quedé esperando en el pasillo junto a los niños. Los senté en un banco y yo junto a ellos. Ella que sería a penas un año mayor que él, llevaba una bolsa con algunos cacahuetes y dos bolas de lo que debía ser una especie de pasta de harina y agua, poco cocinada pero lo suficiente para ser comida. Su hermano le predio abrir la bolsa para comer algunos cacahuetes a lo que ella asintió. Con la gracia innata de los niños de esas edades comenzó a abrir la bolsita y a dejar caer en la mano de su hermano algunos cacahuetes que éste fue guardando sobre su sucia camiseta, yo le señalé el banco para hacerle ver que era un lugar menos sucio que su improvisada mesa, y allí fue colocando sus frutos secos, mientras yo les partía en dos trozos una de aquellas dos bolas de “pan”.

Entre ellos hablaban en sango y yo no los entendía nada, sin embargo yo quería conocer sus nombres, así pues empecé a imitar a Tarzán en las películas que había visto y mientras miraba a la niña directamente a los ojos, me golpeaba el pecho suavemente mientras repetía mi nombre “Pepe, yo Pepe”, luego la señalaba a ella y le preguntaba “y tu?” ella me miraba divertida y luego miraba a su hermano con una sonrisa, éste le devolvía la sonrisa y ambos comenzaban a reír. Lo intenté varias veces sin resultado, evidentemente ella no estaba comprendiendo nada. Y la gente que pasaba por allí de vez en cuanto tampoco. Finalmente me acerqué a una enfermera que estaba sentada no lejos de allí y tras darles los buenos días le pregunté si me podía decir como se decía en sango “como te llamas?”, ella al principio se ruborizo un tanto y esbozo una tímida sonrisa, yo comprendí que ella pensaba que yo estaba tratando de ligar con ella, pero enseguida le señalé con el dedo a los niños y le dije “es porque quiero saber como se llaman los niños a los que vigilo mientras cuidan de su madre”. Entonces abrió los ojos con una expresión de quien entiende lo que esta pasando y me espeto una frase en sango que a duras penas pude mal repetir, ella rió y decidió acompañarme hasta los niños.

- Ella se llama Ornela y él Grâce de Dieu

Le di las gracias y volvió a su sitio. El nombre de él significaba en español Gracia de Dios, lo que al principio me chocaba un poco, ahora ya estaba mas habituado a escuchar nombre del tipo, Dios dado, Juan de Dieu Dios gracias, etc…

Una mujer que por allí pasaba nos miro especialmente extrañada y no pudo evitar preguntarme “son suyos los niños?”

-No, no, son de una mujer a la que están atendiendo dentro y yo los vigilo mientras tanto.

- Pertenece usted a su comunidad?

- No, trabajo para Médicos si fronteras

- Ah! De acuerdo, que Dios le bendiga.

En cuento se marcho me quedé pensando en el cuadro que formábamos Ornela, Grâce de Dieu y yo allí sentados en el banco. Luego no pude evitar pensar en el feo asunto que recientemente había acontecido en Chad con la ONG Arca de Zoé y por un momento pensé que si la información hubiera calado en Bangui, mi situación en aquel momento no era la mas ideal.

Tras una media hora, Gbane salio de la sala y vino a verme:

- Necesito dinero para pagar estos medicamentos para poder tratarla, y no llevo nada encima, llevas tu?

- Si, algo levo, cuanto es?

- No lo sé exactamente, pero menos de cinco mil francos.

- Y si no hay dinero no le dan los medicamentos? Es así?

- Exactamente.

Aquello era una de las cosas más repugnantes que sucedían en Bangui y en toda RCA, daba igual si te estabas muriendo o no, si eras un niño o no, si querías ser tratado en el hospital había que pagar las medicinas por adelantado.

Le di el dinero y se acerco a la farmacia del hospital para comprarlos.

Al tiempo que regresaba Gbane, el médico de urgencias llegó y ambos entraron juntos.

El tiempo que allí pasé esperando con los niños iba viendo y comprendiendo que vivir en Bangui no era sencillo para la mayoría de la gente, pero especialmente difícil para los que caían enfermos. Las condiciones del hospital estaban por debajo de cualquier mínimo exigible para un centro de salud. Estaba tremendamente sucio y mal conservado, la gente circulaba por todas partes los enfermos atendían de cualquier manera en cualquier sitio.

Cuando Gbane volvió a salir me señaló que la íbamos a llevar a su casa en terminar de recuperarla pues la gravedad había pasado, yo sentí un gran alivio y me emocioné al mirar a los dos pequeños y verlos sonreír, no habían entendido nada de lo que había sucedido, pero es como si ellos en todo momento supieran que no iba ha suceder nada grave y que fuéramos justamente nosotros los que nos preocupábamos por nada.

- Lo ideal es que se quedara aquí en el hospital pero no hay camas disponibles como siempre. De todas formas con la medicación lo que necesita básicamente es reposo.

Aquella situación me parecía desagradable y frustrante, pero aunque hubiese habido cama, ni la mujer tenía pinta de poder pagarla ni había ningún familiar para poder quedarse con ella.

Así pues, cuando por fin la sacaron de la sala en la misma camilla en la que la habíamos entrado, nos dirigimos hacia el coche y la subimos con cuidado, el acompañante que se había quedado pacientemente esperando fuera con el chofer nos ayudaron a subirla.

Aquello reflejaba bien a las claras los extremos de Bangui, por un lado podías morir por no tener 3 euros para pagar unos medicamentos, sin embargo alguien a quien no conocías de nada era capaz de ayudarte y dedicarte toda su jornada para echar una mano. De un lado la crueldad y del otro la solidaridad viviendo una pegada a la otra.

El chofer nos llevo hacia el barrio donde vivía la mujer, en realidad más que un barrio era Damala, un poblado a doce kilómetros de Bangui, un lugar por el que nunca había pasado hasta entonces.

Al llegar allí fuimos a ver al jefe del poblado y le explicamos lo sucedido, ella comenzaba a caminar y pudo alcanzar una silla que le ofrecieron la decena de personas que se acercaron al ver llegar el coche.

Nos agradecieron infinitamente el servicio a lo que respondimos que era lo mínimo que podíamos hacer.

Gbane les dejó los medicamentos necesarios para el tratamiento mientras yo fui a despedirme de Ornela y de Grâce de Dieu, que me regalaron su última sonrisa y no pude evitar volver a emocionarme, mientras les decía adiós, pensaba en la poca fortuna que tenía la gente que nacía en sitios como aquel poblado y de lo poco conscientes que éramos los que no nacíamos en sitios como Damala.

De vuelta a Bangui fuimos directamente a casa, para entonces nuestros estómagos empezaron a recordarnos que todavía no habíamos comido. Pero una cosa estaba clara, mi jefe no tendría el informe como me había pedido, al menos no para aquella tarde que empezaba a tocar su fin.