El olor, eso fue la primera cosa que me marcó en este continente. África olía distinto a lo que yo había conocido hasta entonces. No era un olor ni perfumado ni desagradable, era una mezcla de humedad, de calor, de amargor y de tierra. Era algo distinto, muy distinto para mí. Marta me lo comentó nada más poner los pies en la pista, pero yo ya lo había percibido desde que franqueé la puerta del avión.
Sin embargo a las pocas horas de estar allí, ya lo había asimilado y ya no era capaz de percibirlo. Una pena.
El aeropuerto de Bangui tenía el tamaño de una estación de servicio aproximadamente, el cual, todas las personas que bajamos del avión llenamos inmediatamente.
Antes de ir a por las maletas debíamos pasar los controles militares y civiles allí instalados, Marta me fue guiando paso a paso, donde debía enseñar mi visado, mi resguardo del avión, mi pasaporte, el documento a rellenar,… y tras más o menos una hora esperando a que salieran nuestras maletas, que imaginamos, que no tardaban porque el avión estuviese demasiado lejos de nosotros, sino por la manera en que debían de acercarlas del avión a la cinta transportadora, salimos a la calle. Allí la expectación era enorme, y no solo la mía, montones de jóvenes se apiñaban en torno a las vallas para esperar que saliéramos y proponerse como portadores, guías, etc…
Serían cerca de las once de la mañana y tenía frente a mí la primera visión de lo que era Bangui. Aproximadamente el 60% de mi visión era de cielo abierto, y el resto vegetación verde menta, una tierra rojísima y una carretera que en su día fue construida en asfalto.
Enseguida localizamos al chofer de MSF, que nos recogió a Marta a mí y a MTV.
Marie Térèse V. (quien se gustaba llamar MTV) era una mujer suiza de origen portugués criada en Francia (ese tipo de cosas que me encantan), de unos 60 años, de pequeña estatura, pero dinámica como si tuviese 30 años menos y con una súper experiencia a sus espaldas en MSF. MTV también había sido enviada a Bangui, en aquella ocasión por la sección belga del pull de emergencias, para que estudiara y sopesara la idea de volver a abrir un proyecto que habíamos cerrado en el norte del país ( en Kaga-Bandoro) por motivos de seguridad a raíz de la muerte de Elsa, la voluntaria francesa que falleció hacía dos meses.
MTV viviría también en la casa con nosotros mientras estudiaba la situación desde la capital, hasta que saliera al terreno a hacer su trabajo, una semana aproximadamente.
De ella aprendí también mucho los primeros días, pero sobre todo a nivel trabajo, puesto que era una persona con una capacidad de toma de decisiones y evaluación de situaciones tremenda.
Francamente fui muy afortunado de llegar el mismo día con Marta y MTV a Bangui, puesto que al formar yo parte del equipo de coordinación en la capital y al asistir ellas a las reuniones, unido a lo que fue el día a día en aquellas dos semanas me sirvió para aprender en unos pocos días lo que probablemente nadie me hubiese enseñado en todo el año.
Metimos nuestras maletas en la parte de atrás del Toyota y Marta y MTV se instalaron junto al equipaje, yo lo hice junto a Christian, el chofer, un señor con apariencia de chico, con una hermosa sonrisa de oreja a oreja y que media uno ochenta y tantos de estatura. En Bangui había gente muy muy alta.
Desde mi puesto de copiloto y con la ventanilla bajada, allí iba yo como un niño al que le enseñan por primera vez el mar, fijándome en toda esa gente que se encontraba a ambos lados de la carretera, dispuestos en infinidad de puntos de venta artesanales y particulares, desde donde se vendía la más diversa cantidad de artículos y servicios. Me fueron llamando la atención la cantidad de gente que transportaba sus productos sobre la cabeza, la venta de pequeños trozos de madera, infinidad de tarjetas de teléfonos móviles, de huevos duros que eran transportados con un equilibrio propio de funambulistas, pero debo de reconocerles que lo que más me impresionó, fue el puesto de fotocopiadora que regentada un buen señor que consistía en un generador, una fotocopiadora, un montón de folios en blanco y una sombrilla, destinada para que no se calentara en sobre exceso la máquina.
La mayoría de vehículos que compartían la carretera con nosotros, que eran bien pocos, solían ser Taxis, todos ellos pintados de amarillo o lo que llamaban ellos minibuses y que funcionaban como tales, eran furgonetas Mitsubishi que de serie ofrecen capacidad para unas 12 personas, pero que se las apañaban para llevar el doble de pasajeros dentro. Pueden ustedes hacerse una idea lo que significaría tomar uno de estos minibuses lleno, a las dos de la tarde en Bangui. Iban todos éstos pintados de verde.
Mientras íbamos avanzando hacia el centro de Bangui, yo iba realizando en mi cabeza donde me encontraba. Para empezar a descubrir ese gran continente, yo me decía que no podía haber caído en mejor lugar que allí, en el mismo Corazón de África.
Bangui era la Capital, la ciudad más importante de la República Centroafricana, y sin embargo ver el estado en que se encontraban sus comercios, sus casas y sobre todo sus calles, con hoyos y desniveles impropios de un camino rural en España, me daban una idea de lo que quería decir aquello que había leído acerca de ese País, que se encontraba en el séptimo peor puesto de desarrollo económico a nivel mundial. La pobreza física estaba presente, sin embargo los rostros de la gente no eran de enfado y seriedad como veía por ejemplo en París cada vez que iba allí, muy al contrario eran en su mayoría alegres.
No tenía ni idea como iba a pasar aquel año en Bangui, pero una cosa que yo sospechaba en lo más profundo de mí empezaba a tomar visos de realidad. Vivir en África iba a ser muy especial, e intuía que especialmente bonito y enriquecedor
Sin embargo a las pocas horas de estar allí, ya lo había asimilado y ya no era capaz de percibirlo. Una pena.
El aeropuerto de Bangui tenía el tamaño de una estación de servicio aproximadamente, el cual, todas las personas que bajamos del avión llenamos inmediatamente.
Antes de ir a por las maletas debíamos pasar los controles militares y civiles allí instalados, Marta me fue guiando paso a paso, donde debía enseñar mi visado, mi resguardo del avión, mi pasaporte, el documento a rellenar,… y tras más o menos una hora esperando a que salieran nuestras maletas, que imaginamos, que no tardaban porque el avión estuviese demasiado lejos de nosotros, sino por la manera en que debían de acercarlas del avión a la cinta transportadora, salimos a la calle. Allí la expectación era enorme, y no solo la mía, montones de jóvenes se apiñaban en torno a las vallas para esperar que saliéramos y proponerse como portadores, guías, etc…
Serían cerca de las once de la mañana y tenía frente a mí la primera visión de lo que era Bangui. Aproximadamente el 60% de mi visión era de cielo abierto, y el resto vegetación verde menta, una tierra rojísima y una carretera que en su día fue construida en asfalto.
Enseguida localizamos al chofer de MSF, que nos recogió a Marta a mí y a MTV.
Marie Térèse V. (quien se gustaba llamar MTV) era una mujer suiza de origen portugués criada en Francia (ese tipo de cosas que me encantan), de unos 60 años, de pequeña estatura, pero dinámica como si tuviese 30 años menos y con una súper experiencia a sus espaldas en MSF. MTV también había sido enviada a Bangui, en aquella ocasión por la sección belga del pull de emergencias, para que estudiara y sopesara la idea de volver a abrir un proyecto que habíamos cerrado en el norte del país ( en Kaga-Bandoro) por motivos de seguridad a raíz de la muerte de Elsa, la voluntaria francesa que falleció hacía dos meses.
MTV viviría también en la casa con nosotros mientras estudiaba la situación desde la capital, hasta que saliera al terreno a hacer su trabajo, una semana aproximadamente.
De ella aprendí también mucho los primeros días, pero sobre todo a nivel trabajo, puesto que era una persona con una capacidad de toma de decisiones y evaluación de situaciones tremenda.
Francamente fui muy afortunado de llegar el mismo día con Marta y MTV a Bangui, puesto que al formar yo parte del equipo de coordinación en la capital y al asistir ellas a las reuniones, unido a lo que fue el día a día en aquellas dos semanas me sirvió para aprender en unos pocos días lo que probablemente nadie me hubiese enseñado en todo el año.
Metimos nuestras maletas en la parte de atrás del Toyota y Marta y MTV se instalaron junto al equipaje, yo lo hice junto a Christian, el chofer, un señor con apariencia de chico, con una hermosa sonrisa de oreja a oreja y que media uno ochenta y tantos de estatura. En Bangui había gente muy muy alta.
Desde mi puesto de copiloto y con la ventanilla bajada, allí iba yo como un niño al que le enseñan por primera vez el mar, fijándome en toda esa gente que se encontraba a ambos lados de la carretera, dispuestos en infinidad de puntos de venta artesanales y particulares, desde donde se vendía la más diversa cantidad de artículos y servicios. Me fueron llamando la atención la cantidad de gente que transportaba sus productos sobre la cabeza, la venta de pequeños trozos de madera, infinidad de tarjetas de teléfonos móviles, de huevos duros que eran transportados con un equilibrio propio de funambulistas, pero debo de reconocerles que lo que más me impresionó, fue el puesto de fotocopiadora que regentada un buen señor que consistía en un generador, una fotocopiadora, un montón de folios en blanco y una sombrilla, destinada para que no se calentara en sobre exceso la máquina.
La mayoría de vehículos que compartían la carretera con nosotros, que eran bien pocos, solían ser Taxis, todos ellos pintados de amarillo o lo que llamaban ellos minibuses y que funcionaban como tales, eran furgonetas Mitsubishi que de serie ofrecen capacidad para unas 12 personas, pero que se las apañaban para llevar el doble de pasajeros dentro. Pueden ustedes hacerse una idea lo que significaría tomar uno de estos minibuses lleno, a las dos de la tarde en Bangui. Iban todos éstos pintados de verde.
Mientras íbamos avanzando hacia el centro de Bangui, yo iba realizando en mi cabeza donde me encontraba. Para empezar a descubrir ese gran continente, yo me decía que no podía haber caído en mejor lugar que allí, en el mismo Corazón de África.
Bangui era la Capital, la ciudad más importante de la República Centroafricana, y sin embargo ver el estado en que se encontraban sus comercios, sus casas y sobre todo sus calles, con hoyos y desniveles impropios de un camino rural en España, me daban una idea de lo que quería decir aquello que había leído acerca de ese País, que se encontraba en el séptimo peor puesto de desarrollo económico a nivel mundial. La pobreza física estaba presente, sin embargo los rostros de la gente no eran de enfado y seriedad como veía por ejemplo en París cada vez que iba allí, muy al contrario eran en su mayoría alegres.
No tenía ni idea como iba a pasar aquel año en Bangui, pero una cosa que yo sospechaba en lo más profundo de mí empezaba a tomar visos de realidad. Vivir en África iba a ser muy especial, e intuía que especialmente bonito y enriquecedor