viernes, 24 de agosto de 2007

Bangui







El olor, eso fue la primera cosa que me marcó en este continente. África olía distinto a lo que yo había conocido hasta entonces. No era un olor ni perfumado ni desagradable, era una mezcla de humedad, de calor, de amargor y de tierra. Era algo distinto, muy distinto para mí. Marta me lo comentó nada más poner los pies en la pista, pero yo ya lo había percibido desde que franqueé la puerta del avión.
Sin embargo a las pocas horas de estar allí, ya lo había asimilado y ya no era capaz de percibirlo. Una pena.
El aeropuerto de Bangui tenía el tamaño de una estación de servicio aproximadamente, el cual, todas las personas que bajamos del avión llenamos inmediatamente.
Antes de ir a por las maletas debíamos pasar los controles militares y civiles allí instalados, Marta me fue guiando paso a paso, donde debía enseñar mi visado, mi resguardo del avión, mi pasaporte, el documento a rellenar,… y tras más o menos una hora esperando a que salieran nuestras maletas, que imaginamos, que no tardaban porque el avión estuviese demasiado lejos de nosotros, sino por la manera en que debían de acercarlas del avión a la cinta transportadora, salimos a la calle. Allí la expectación era enorme, y no solo la mía, montones de jóvenes se apiñaban en torno a las vallas para esperar que saliéramos y proponerse como portadores, guías, etc…
Serían cerca de las once de la mañana y tenía frente a mí la primera visión de lo que era Bangui. Aproximadamente el 60% de mi visión era de cielo abierto, y el resto vegetación verde menta, una tierra rojísima y una carretera que en su día fue construida en asfalto.
Enseguida localizamos al chofer de MSF, que nos recogió a Marta a mí y a MTV.
Marie Térèse V. (quien se gustaba llamar MTV) era una mujer suiza de origen portugués criada en Francia (ese tipo de cosas que me encantan), de unos 60 años, de pequeña estatura, pero dinámica como si tuviese 30 años menos y con una súper experiencia a sus espaldas en MSF. MTV también había sido enviada a Bangui, en aquella ocasión por la sección belga del pull de emergencias, para que estudiara y sopesara la idea de volver a abrir un proyecto que habíamos cerrado en el norte del país ( en Kaga-Bandoro) por motivos de seguridad a raíz de la muerte de Elsa, la voluntaria francesa que falleció hacía dos meses.
MTV viviría también en la casa con nosotros mientras estudiaba la situación desde la capital, hasta que saliera al terreno a hacer su trabajo, una semana aproximadamente.
De ella aprendí también mucho los primeros días, pero sobre todo a nivel trabajo, puesto que era una persona con una capacidad de toma de decisiones y evaluación de situaciones tremenda.
Francamente fui muy afortunado de llegar el mismo día con Marta y MTV a Bangui, puesto que al formar yo parte del equipo de coordinación en la capital y al asistir ellas a las reuniones, unido a lo que fue el día a día en aquellas dos semanas me sirvió para aprender en unos pocos días lo que probablemente nadie me hubiese enseñado en todo el año.
Metimos nuestras maletas en la parte de atrás del Toyota y Marta y MTV se instalaron junto al equipaje, yo lo hice junto a Christian, el chofer, un señor con apariencia de chico, con una hermosa sonrisa de oreja a oreja y que media uno ochenta y tantos de estatura. En Bangui había gente muy muy alta.
Desde mi puesto de copiloto y con la ventanilla bajada, allí iba yo como un niño al que le enseñan por primera vez el mar, fijándome en toda esa gente que se encontraba a ambos lados de la carretera, dispuestos en infinidad de puntos de venta artesanales y particulares, desde donde se vendía la más diversa cantidad de artículos y servicios. Me fueron llamando la atención la cantidad de gente que transportaba sus productos sobre la cabeza, la venta de pequeños trozos de madera, infinidad de tarjetas de teléfonos móviles, de huevos duros que eran transportados con un equilibrio propio de funambulistas, pero debo de reconocerles que lo que más me impresionó, fue el puesto de fotocopiadora que regentada un buen señor que consistía en un generador, una fotocopiadora, un montón de folios en blanco y una sombrilla, destinada para que no se calentara en sobre exceso la máquina.
La mayoría de vehículos que compartían la carretera con nosotros, que eran bien pocos, solían ser Taxis, todos ellos pintados de amarillo o lo que llamaban ellos minibuses y que funcionaban como tales, eran furgonetas Mitsubishi que de serie ofrecen capacidad para unas 12 personas, pero que se las apañaban para llevar el doble de pasajeros dentro. Pueden ustedes hacerse una idea lo que significaría tomar uno de estos minibuses lleno, a las dos de la tarde en Bangui. Iban todos éstos pintados de verde.
Mientras íbamos avanzando hacia el centro de Bangui, yo iba realizando en mi cabeza donde me encontraba. Para empezar a descubrir ese gran continente, yo me decía que no podía haber caído en mejor lugar que allí, en el mismo Corazón de África.

Bangui era la Capital, la ciudad más importante de la República Centroafricana, y sin embargo ver el estado en que se encontraban sus comercios, sus casas y sobre todo sus calles, con hoyos y desniveles impropios de un camino rural en España, me daban una idea de lo que quería decir aquello que había leído acerca de ese País, que se encontraba en el séptimo peor puesto de desarrollo económico a nivel mundial. La pobreza física estaba presente, sin embargo los rostros de la gente no eran de enfado y seriedad como veía por ejemplo en París cada vez que iba allí, muy al contrario eran en su mayoría alegres.
No tenía ni idea como iba a pasar aquel año en Bangui, pero una cosa que yo sospechaba en lo más profundo de mí empezaba a tomar visos de realidad. Vivir en África iba a ser muy especial, e intuía que especialmente bonito y enriquecedor

lunes, 20 de agosto de 2007

Rumbo a África

El último rostro conocido que vi antes de mi partida a Bangui fue el de mi amiga Alejandra, en París, durante el trasbordo necesario que se debe de hacer para llegar hasta allí. Estuvimos tomando un zumo y un chocolate durante cerca de una hora y media, ella encantadora como siempre, me trajo media baguette, algo de queso y un croissant, no pudo elegir nada más parisino.
Para mí pasar por París antes de emprender aquel viaje, fue como hacerle un guiño a esa maravillosa ciudad que tanto adoro.
Charlar con Alex me vino realmente bien, es una de esas personas todo corazón con las que te sientes a gusto y tranquilo mientras hablas.
Al final, por supuesto, tuve que añadir una capa más de tristeza sobre mí al despedirme de ella, pero fue mucho mayor la repercusión del bien que hizo en mí el verla que otra cosa. Estuvimos hablando por supuesto de lo que significaba esa experiencia para mí, pero también de ella y de sus planes y de nuestros futuros. Siempre nos gustaba hablar de ello, y aunque no arreglásemos el mundo con ello, sí que nos hacía sentirnos especialmente bien hablar de ello el uno con el otro.

Había estado ya en numerosas ocasiones en el aeropuerto Charles de Gaulle en París, pero nunca en la parte de la Terminal 2 donde salen los viajes más “exóticos/lejanos”. La fauna de personas que allí nos encontramos era para pintar un cuadro. Gente que iba a Río de Janeiro, a Hong Kong o a Bangui. Yo estaba especialmente encantado con estar allí. La cantidad de nacionalidades, razas y culturas diferentes allí congregadas me hacían sentir realmente bien. No sé ustedes, pero yo creo que cuando todo el mundo “es de fuera” todos somos del mismo sitio, y nadie se siente excluido.
Mientras esperábamos el embarque, yo me fijaba en los que serían mis compañeros de viaje a Bangui, entre los que contaba una familia libia compuesta de varios parientes y multitud de niños, un periodista americano blanco, con pinta de hippie de finales de los años setenta, pelo lacio y rubio peinado con raya y una gran perilla rubia y con gafas redondas, una pareja de blancos con pinta de turistas(¿) y que no acertaban a hacerse entender en francés con dos ejecutivos de color que tenían a su lado. Una terna de rechonchos blancos con pinta de acabarse de conocer pero que se apiñaban entre ellos como dándose cobertura, una chica blanca y solitaria que leía un libro mientras apoyaba sus pies desnudos en la silla de al lado, dos bellísimas chicas de color trajeadas como si trabajaran para alguna embajada, ....
El avión que AirFrance fletaba para nuestro viaje era bastante confortable y con diferentes ofertas de distracción individualizadas, en materia de películas, música, juegos, información, etc....
Mientras nos instalábamos en nuestros asientos, dobles en su mayoría, un joven seguido de una chica se me acercó y me dijo en inglés;
- Sorry, do you speak english?
- No, sorry, a little little bit.- le respondí, cosa que sirvió de bien poco, pues acto seguido me abalanzó una enorme frase de la que apenas atiné a comprender su principio.
- This is my wife….bla bla bla- me decía mientras señalaba a la chica que tenía detrás- bla, bla Windows in the other bla bla- seguía hablando mientras yo miraba como ella ponía una cara de estar diciendo “no hace falta que le cuentes tu vida my darling, no te está entendiendo”.
Evidentemente, a ella no le faltaba razón, no me estaba enterando de gran cosa, pero cuando hubo terminado de hablar, yo lo miré con gesto de extrañeza y le dije con actitud de quitarle importancia a su petición, “change?” mientras les enseñaba mi trozo de billete donde venía mi número de asiento y les mostraba con mis manos mi propio asiento. Ambos abrieron los ojos de par en par y asintieron felices.
Les dije que no había ningún problema, le pedí que me enseñara su billete con mi nuevo número de asiento, y entre un sinfín de “thanks you very much” intenté buscar ese asiento con mis ojos, cuando lo localicé con la vista, vi que mi nueva compañera de vuelo sería la chica solitaria de los pies desnudos.
Nada más sentarme junto a ella intenté averiguar su nacionalidad fijándome en lo que leía, pero me lo puso realmente difícil, pues empezó ojeando una revista francesa que había en el bolsillo del asiento delantero, al poco tiempo la dejó con aire desinteresada y aburrida y desplegó el USA today que habría conseguido seguramente a la entrada del avión.
A pesar de tener una apariencia bastante neutra, su media melena de pelo castaño, que llevaba recogido en una coleta y su tez morena no me daban demasiadas pistas. Yo empezaba a sospechar que era anglosajona y que entablar conversación con ella sería realmente complicado, a pesar que me apetecía preguntarle si ya conocía la República Centroafricana y Bangui, y sobre todo el poderle decir que para mí era mi primera vez y que quería saberlo todo sobre ello, cuando de repente guardó el periódico, se acomodó un poco más y sacó un libro de Noah Gordon, en español!!
No pude evitarlo.
-Eres española?
Aunque no lo fuera, debía de entenderme.
- Sí –me respondió- tú también?
- Sí, sí, y? has viajado alguna vez más a Bangui?
- Eh? Sí, hace cinco años, estuve viviendo allí durante un año aproximadamente.
Genial!- pensé, lo mismo que iba a hacer yo, y además ella volvía de nuevo. Algo me decía que todo iba a ir como la seda en Bangui.
-Y tú? Has estado ya allí alguna vez?
-No, no, es mi primera vez- atiné a decirle mientras pensaba a qué diablos habría ido ella la primera vez y sobre todo, a qué volvía ahora.
-Y vas con alguna organización?
Caray! esta tía sabía poner las preguntas adecuadas. Supuse entonces que el 90% de gente blanca de mi edad que iban a un destino parecido iban con motivos humanitarios. Lo que me hacía pensar que ella también iba por el mismo motivo.
- Sí, voy con Médicos Sin Fronteras, pero no soy médico, soy financiero
Mientras terminaba de decirle esto ella frunció el ceño y me miró como si me tuviera que reconocer.
- MSF? Yo también trabajo para ellos.
-

Marta y yo fuimos a parar de compañeros de viaje en una nave que contaba con cerca de doscientos cincuenta pasajeros. Además yo estaba en aquel asiento de rebote. Curioso encuentro.
Ella iba a Bangui para hacerle un coaching a Carol mi jefe de misión, un tipo genial, con gran sentido del humor, canadiense, que a pesar de tener experiencia en el terreno, siempre había trabajado para MSF Holanda u otras ONGs y que era su primera experiencia con la sección española de MSF.
Iba a estar viviendo dos semanas en nuestra casa en la Capital.
De ella los primeros días obtuve muchísimos recursos y experiencias. Tenía un atractivo pasado, seis años vividos en New York y trabajando en Naciones Unidas, luego en Barcelona, su ciudad natal, trabajó con Amnistía Internacional y con alguna otra ONG que no recuerdo, y desde hacía unos cinco años con Médicos sin fronteras. Un largísimo recorrido para alguien que no aparentaba tener todavía la cuarentena. Más tarde sabría que habíamos nacido el mismo año, bendito ‘71.
Sobre todo aprendí de ella a como tratar al personal del staff local contratado por nosotros y a como comportarse en la capital, con los niños, los camareros, en la calle, en los restaurantes, en el mercado, con la gente en general, etc….
Su estancia en Bangui en esos días iba a estar cargada de un alto contenido emocional, pues el año que pasó allí en la capital, vivió en esa misma casa donde vivíamos, pero entonces vivía junto a su pareja, con quien ya no le unía esa relación. Vivieron en el anexo, donde se volvió a instalar en esta ocasión, y allí constató que incluso las paredes seguían teniendo la misma pintura que ellos dos habían pintado.
Estuvimos charlando bastante hasta que nos sirvieron la cena y no quedamos dormidos, debían ser las dos de la mañana y ese día al amanecer me esperaba lo que yo tanto había deseado, África.

viernes, 17 de agosto de 2007

En Barcelona

Antes de viajar para Bangui pasé mis últimos días en España en Barcelona y aquellos días fueron muy intensos y algo extraños.
Los primeros tres, donde se incluía, mi primera visita a la sede como “expatriatado” el fin de semana, la visita de Ventura y de Ana y el concierto de Elbicho en Mataró. Fueron realmente bonitos en su esencia, pero salpicados de una gran dosis de nostalgia. No me refiero a ese tipo de nostalgia con la que recordamos los buenos tiempos vividos, sino a esa otra con la que vivimos en ocasiones unos hermosos momentos que sabemos a ciencia cierta que tienen sus días contados.


En cierta manera dejaba mi estilo de vida, mi pueblo, mi continente, mi familia, mis amigos y mi nuevo Amor “no correspondido”. No de forma definitiva, pero sí por un AÑO! Por lo que era natural que esos días corriera por mi cuerpo esa mezcla de felicidad, por estar todavía con quien se desea estar, y tristeza porque mis días disfrutando de aquello estaban contados.
Era tal la plenitud de mi estado, que no había espacio ni siquiera de pensar en África.

A casi nadie le gustan las despedidas, a ella especialmente tampoco le gustaban.
Yo intento pensar que siempre hay una vuelta, y en la que todo será diferente, alegre y dichoso. Pero a veces eso, tampoco funciona.

El domingo tuve que despedirme de Ventura y de Ana, de alguna forma era como terminar de cortar el cordón umbilical.
A partir de esa tarde todo tendría un único destino, una sola dirección y un hermoso y nuevo proyecto que a buen seguro iba a hacer cambiar muchas cosas en mí.
Cogí todas esas experiencias acumuladas hasta esa misma tarde, y mientras las ordenaba en recuerdos en mi maleta personal, iba dándole forma a mi nuevo equipaje. Tenía que prepararme para mi gran viaje.

Los días que siguieron al fin de semana, fueron realmente duros. En la sede de MSF tuve alrededor de una quincena de reuniones, briefins, charlas, una pila inhumana de documentación a leer, a revisar, una cantidad ingente de datos a asimilar y retener que evidentemente no sería capaz de hacerlo hasta pasados muchos días.
Por las noches cuando volvía al hostal siempre pensaba que la cabeza me iba a estallar con tanta información metida a presión. Afortunadamente aun me quedaba una válvula de escape en Barcelona, mi amigo José.
En él aliviaba todas mis sobrecargas acumuladas durante el día.
Déjenme que les diga que por mucho que crean que han perdido a un amigo porque hace muchos años que no han hablado con él, si realmente es un tal, siempre sabrán que lo es porque podrán contar con él en los momentos de apuro.
Realmente esos tres últimos días antes de partir volvieron a recordarme el stress vivido en Elda hacía unos días, y no serían lo tranquilos que yo hubiese deseado. Sin embargo sirvieron para no ponerme nervioso ante la próximidad del viaje.

Realmente el momento en que “realicé” que efectivamente me iba, fue veinte minutos antes de emprender viaje al aeropuerto, cuando tuve mis ultimas llamadas telefónicas, con mi hermano primero, con mi familia al completo después, Ventura, algún que otro amigo y finalmente Ana.

miércoles, 15 de agosto de 2007

Prólogo



Los últimos días vividos en Barcelona tuvieron un sabor agridulce.
Estuvo muy bien poder aflojar el ritmo casi kamikaze que viví en Elda en la anterior semana, pero no me llegué a encontrar del todo sereno. En esos días de “transición” en Barcelona pude dormir, pasear, reflexionar, pensar en todo lo que rodeaba al viaje y a mí, es cierto.
Pero mis últimos días en Elda y mis días en Barcelona tuvieron momentos de gran felicidad y de cierta tristeza ajenos al hecho de tener que partir. Ventura y Ana, que estuvieron allí conmigo saben a lo que me refiero.


Buenos días señores y señoras, me llamo José Hilario, pero casi todos me conocen por Pepe, tengo el firme convencimiento que me enfrento a un año que va a ser un punto de inflexión en mi vida y he querido dejar reflejo escrito de tal cosa, por ello voy a convertirme en su “maitre” en este Blog durante los próximos meses.
Instálense y póngase cómodos que esto está a punto de comenzar.



Cuando allá por el mes de enero me mandaron un mail desde Médicos Sin Fronteras (MSF) diciéndome que había sido seleccionado para pasar una primera entrevista, reconozco que la parte de mi cerebro que se dedica a fabricar los sueños y las ilusiones, se puso a trabajar a fondo.

Luego llegaría lo del Camino a Santiago, aquellos “benditos” 40 días que tanto bien me hicieron, pero esto necesitaría de otro blog para poder acercarme a un resumen de todas las sensaciones que allí viví.
A mi vuelta a Elda, cuando a penas llevaba un mes, recibí la citación de MSF para pasar aquella primera reunión.
Lo cierto es que a partir de aquello todo fue rodado, bastante rápido, casi no me daba tiempo a ir digeriendo todo lo que iba pasando. Y eso para un rumiante como yo, acostumbrado a pasar horas y horas digeriendo los acontecimientos importantes de su vida, no era lo más aconsejable. Sin embargo toda esa velocidad la daba por buena, puesto que la meta que se me dibujaba era exactamente la que había diseñado mi máquina de sueños.
Justo para el primer día de fiestas de Elda me comunicaban que había sido seleccionado para formar parte de MSF y que a partir de entonces debía estar preparado para que en unos meses me comunicaran mi primera misión en terreno.
Ese mes de junio, fue especial, muy especial, tuve una par de encuentros con el que podía haber sido mi futuro ideal. Por aquel entonces yo estaba dispuesto a entregarme a los brazos de quien para mí era la persona más adecuada que jamás encontraré en mi camino. Con todo el cuidado que conlleva decirle semejante “barbaridad” a una persona, me lancé a hacerlo juzgando que si bien el riesgo a lastimarme era alto, nada tenía que perder frente a la posibilidad de que ella aceptara ofrecerme su complicidad y su compromiso conmigo. Eso hubiese sido un cénit colocado a mitad de mi vida que quizá no hubiera sabido digerir, pero que ansiaba.
Pero sucedió que para ella, ni yo era su príncipe azul ni nuestra vida la imaginaba juntos y de color de rosa. No obstante, tan especial era ella que incluso me hizo sentir que lo que acababa de suceder lejos de ser una tragedia se iba a convertir en una amarga semilla que con el tiempo daría un hermoso fruto en forma de Amistad.

Por entonces ya tenía casi definido mi verano. Pensaba después de asistir a mi “breve” curso de formación con MSF en Barcelona a finales de julio, en irme quince días a Argelia, más concretamente a Orán, donde pensaba convivir con otra gente en un campo de trabajo rehabilitando un antiguo hospital y unos baños turcos. Luego, a la vuelta pensaba viajar a París durante dos semanas para volver a tomar contacto con mi gente de allí y con la propia ciudad de la que me confieso enamorado, pero en este caso es un Amor Platónico, de ese que tuve con quince años y que nunca podrá morir porque nunca se podrá consumar.
Finalmente para la segunda semana de septiembre ya tenía los billetes de avión para volar a Stuttgart a visitar a Ana, la revoltosa Termita, que se le metió la idea en la cabeza de casarse en esos días.
Entre tanto sucedió algo a lo que todavía hoy sigo dando vueltas, antes de acudir a esa formación en Barcelona, me llamó Christine, una amiga alemana, que había conocido en el Camino de Santiago, que volvía a estar de nuevo terminándolo. Ella lo hacía varias veces al año pues trabajaba acompañando a adolescentes con problemas. Quería que la acompañase en la última semana del viaje que estaba terminando en esas fechas, pues en la primera ocasión, cuando nos conocimos, no tuvimos a penas tiempo de hablar demasiado. Yo me lo tomé como la posibilidad de realmente atar los lazos de amistad con aquella interesante asistente social, que vivía a caballo entre Bélgica y Alemania, dedicada a ayudar a chicos/as con serios problemas, y que repartía su tiempo libre entre la meditación, sus viajes a la India y el voluntariado.
Lo cierto es que esa semana, andando entre Santiago y Fisterra, fue realmente apasionada. Me confesó al segundo día de estar con ella que estaba enamorada de mí y que estaba dispuesta a readaptar su vida con tal de que pudiéramos intentar empezar a llevar una vida en común.
A mi todo aquello me vino demasiado grande, principalmente por lo inatendido, no podía imaginar que por las cuatro veces que habíamos coincidido en Mi Camino y los mails intercambiados luego hubiesen creado ese efecto en ella. De todos modos todo era demasiado complicado para que pudiera salir bien. Yo enamorado de otra persona, ella viviendo a unos 3000 kilómetros de mí, yo con un proyecto casi definido de irme a África o Sudamérica durante al menos seis meses, ella con un viaje ya confeccionado para ir a la India durante un par de meses, incluso existía el problema de la lengua, ella alemana, hablaba un perfecto inglés y un más que fluido francés, lengua en la que nos comunicábamos pues mi inglés de tarzán apenas daba para decir justamente que no hablaba inglés.
Sin embargo, como les decía, la semana fue realmente apasionada, decidimos vivirla a tope y sin cuestionarnos demasiado las cosas y así incluso pudimos ponerle título a aquella semana, sería “Nuestra última semana de junio 07 en el fin del mundo” pues en aquellos días llegabamos a pie a Finis-terra.
Después de aquello, algunas llamadas, algunas frustraciones y una sensación de que aquello empezó y terminó aquella misma semana.
Christine y yo quedaríamos como cómplices de nuestra historia para el resto de nuestros caminos.


El gran sobresalto aconteció un viernes y trece, a las 18:30 de la tarde, yo estaba en Alicante a punto de entrar a la clase del último día del taller de literatura al que había asistido aquella semana con motivo de la feria del libro. Mi teléfono sonaba y al otro lado hablaba una voz femenina que me decía con una dulce contundencia que MSF ya me habían encontrado una primera misión para mí.
Sería en la República Centroafricana (RCA), para un año y lo que más me costó de encajar, empezaba en tres semanas!!! Guau es lo único que atinaba a pensar la mayor parte de mi cerebro, mientras una mínima parte se afanaba en balbucear “sí, sí, claro, la acepto”. “Si? Tiramos para a delante?” me preguntaba ella con lo que yo imaginé una mezcla de sonrisa de felicidad y compasión al mismo tiempo. A los tres segundos ya todas mis neuronas estaban intentando colocarse cada una en su sitio tras el terremoto encajado. “Sí, sí, por supuesto, esto es exactamente lo que estaba esperando” Así era en realidad, lo único que había causado el shock fue la premura del viaje y el chute de realidad que produce mirar a los ojos de tus propios sueños.
A partir de aquel momento, como pueden imaginar, mi día a día se convirtió en un segundo a segundo, me empezaron a llegar a mi cabeza todo tipo de ideas y tareas a realizar antes de irme.
Por supuesto que ya no entré a aquella clase de literatura. Llamé a Juan el encargado de mi viaje a Argelia, para decirle que tenía que anularlo, cogí el coche, me acerqué a la playa y me quedé allí hasta que el sol se fue, de cara al mar, con la mirada perdida, el cuerpo descompuesto por la emoción y mi cabeza ya en África.
A partir de entonces tuve incluso que ir anotando todo lo que tenía que ir haciendo para no olvidarme de nada.
Han intentado alguna vez prepararse para estar fuera de casa un año entero?, en dos semanas? No lo intenten puede ser peligrosos para su salud. Digo dos semanas, porque el giro de tuerca vino cuando me enteré que de esas tres semanas con las que contaba, resultaba que la última la pasaría en Barcelona, yendo a la sede de MSF para realizar el briefing que me pondría al día de cual iba a ser mi trabajo en RCA.
Aquellas dos semanas pasaron entre gestiones, llamadas, mails, estudios sobre mi misión, cafés con las/os amigas/os, cervezas con las/os amigas/os, fiestas con las/os amigas/os, y un sin fin de estresantes tareas que redujeron mi media de horas de sueño en cifras irrisorias y totalmente sorprendentes para mí.
Entre tanto y por si todo no era ya de por sí lo suficientemente embrollado, me sucedió algo maravilloso que solo podía que hacerme daño. Me volví a enamorar. Pero esta vez lo hice de alguien imposible, alguien que con todo el criterio que a mi me faltó, me recordó con la contundencia de aquellos escandalosos despertadores antiguos, que de momento, yo me iba un año a vivir a África.