domingo, 24 de febrero de 2008

Amanecer en Bangui



Los días iban transcurriendo y los meses fueron cayendo inapelablemente. La fatiga fue atrapándome poco a poco, pero certeramente y casi sin darme cuenta un buen día mientras preparaba un baño a la luz de las velas y con música de fondo, me senté al borde de la bañera y me apresó una extraña sensación como si llevase toda la vida viviendo en aquella casa.

Apenas llevaba algo más de medio año trabajando en Bangui, pero me sentía tan cansado que me parecía llevar lustros sin descansar.

Busqué en el mp3 « Brothers in arms » de Dire Straits, me metí en el baño de agua tibia y empecé a reflexionar sobre qué es lo que me estaba sucediendo.

Fue un momento de esos en los que solía pararlo todo y empezaba a analizarlo desde todas las ópticas posibles. Pensé en mi vida de antes, en la que llevaba entonces y en la futura, pasé mi “mono” de melancolía pensando en mi vida pasada, sobre todo cuando vivía plácidamente con Aurora en nuestro pisito en Elda, también pensé en algo más allá cuando era un adolescente y mi querida Encarny y yo nos prometimos amistad eterna, también pensé en el sacrificio que suponía para mi madre en particular y para mi familia en general, el que yo estuviese tan lejos y en un lugar tan extraño para ellos.

Cuando el mp3 ya había dejado bien atrás la banda los Knopflers, y empezó a dejar entrar al Miguel Campello y los suyos, empecé a bajar a la Tierra y a volver en mi.

Lo que siempre me ayudaba en aquellos momentos es que por mucho que el pasado me recordara con fuerza que mi vida pasada en su mayoria fue feliz, yo seguía pensando que entonces estaba haciendo lo que realmente necesitaba hacer, y estaba en el lugar donde debía de estar, y que aquello después de tantos años era algo que no habia conocido, que significaba casi todo para mi y que no estaba dispuesto a pasar por alto. Y que aunque tuviera que pagar un precio por estar allí, lo iba a hacer pues tenía el crédito suficiente en mis alforjas.



Terminé mi baño y decidí llamar a mi amigo Desiré, era sábado a media tarde y quería salir a cenar y bailar para poder relajarme un poco. El ya estaba cenando con unos amigos y me propuso encontrarnos más tarde en el Habana club, un garito que había abierto hacia unas semanas y que yo todavía no conocía.

Convencí entonces a Marie, la chica enviada por la sede y que por entonces estaba echándome una mano en el despacho. Ella me había dicho que estaba muerta de sueño y que no saldría aquella noche, pero el que se lo pidiera explícitamente tuvo que ponerla en un compromiso pues aceptó.

Con Marie pasé una velada súper agradable, era una francesa pelirroja que hacía tres años había estado trabajando en mi mismo puesto durante diez meses, y que había sido enviada a principios de año para ayudarme con el cierre anual. En otra época les aseguro que una francesa y pelirroja hubiera sido ya una gran base para que me hubiese sentido atraído por ella, pero no fue el caso con Marie, y no sé muy bien explicarles por qué, supongo que las personas estamos en constante evolución y lo que en unos momentos es suficiente en otros no lo es.

Sin embargo era alguien a quien le encantaba reír todo el tiempo y cenar con ella me vino francamente bien, estuvimos arreglando el mundo, MSF y la RCA durante cerca de dos horas, y cuando llegamos a la solución de todos los problemas la llevé a casa.

Me dirigí entonces hacia el Habana Club y en su terraza encontré a Desiré acompañado por un chico y una chica de MSF Holanda, estuvimos allí un buen tiempo hasta que Desiré y yo decidimos ir a Mbye un bar de baile local en el que los sábados había bastante ambiante. Allí encontramos a Silvie y Caroline, como quiera que Desiré hacía tiempo que quería ligar con Caroline, lo dejé junto a ella para que tentara su penúltima oportunidad pues ella terminaba la misión la semana siguiente.

Silvie me animó a ir a la pista a bailar. Mbye era uno de los pocos sitios donde lo único que sonaba era música africana, y era de agradecer, pues nada como una sesión de música africana bailable para levantarle la moral y la sonrisa a uno.

La pista de Mbye era circular con un gran poste en medio que era el soporte principal del techo construido en paja. Allí era difícil para mi no sentirme especialmente torpe, pues todo el mundo se movía de una manera espectacular. Lo de las chicas era francamente increíble. Pero los chicos no le iban lejos. Allí me encontraba con Silvie que era de tez blanca como una muñeca de porcelana y yo. Destacábamos como pingüinos en el desierto, pero enseguida se acercaron algunos chicos y chicas para integrarnos con ellos, y de paso intentar enseñarnos un poco a movernos al ritmo apropiado.

Tras varias tentativas frustradas de intentar destacar sólo por nuestro color de piel en aquella pista, finalmente fuimos a tomar una cerveza.

A Silvie la había conocido en el viaje que habíamos hecho en barco por el río Ouham para ver los hipopótamos (que finalmente no vimos), era una londinense de rostro angelical que hablaba bastante bien el español y que trabajaba para Naciones Unidas en el desarrollo nutricional del país.

Ella ya llevaba varias misiones de experiencia a pesar de que era algo más joven que yo. Estuvimos hablando a cerca de lo que suponía llevar aquel tipo de vida en la que dejábamos muy lejos la familia y los amigos y a los que se veían en contadas ocasiones. Discutíamos si merecía la pena o no, y convenimos que lo merecería mientras estuviésemos dispuestos a hacerlo libremente, y que si un día por lo que fuera descubriésemos que aquello no es lo que queríamos hacer, que deberíamos ser capaces de detectarlo y poder cambiar. Que lo más importante era tener las ganas y el convencimiento de que aquel tipo de vida era realmente el que queríamos llevar a cabo.

En mitad de nuestra conversación se acercaron Desiré y Caroline, nos propusieron ir a Plantación, una discoteca de bastante buen gusto en cuanto a música, ya que estaban a punto de cerrar el bar, debían ser entorno a las dos de la madrugada.

Sylvie decidió volverse a casa y yo acompañé a la pareja, pues tenía ganas de terminar la noche en Plantación y poder bailar sin complejos hasta tarde.

En Plantación estuvimos los tres hasta bien tarde bebiendo, bailando y sin parar de reír como decía la canción. Hasta que nuestros cuerpos llegaron al limite y decidimos retirarnos.

Volví a casa bastante tarde pero lo suficiente “temprano” para asistir a otro precioso amanecer en Bangui. Porque, Bangui era pobre, necesitada y exigida, pero disponía de un sol, una luna llena y un cielo estrellado que yo nunca había conocido hasta entonces y que muchos lugares en el planeta estoy seguro que querrían para sus cielos.