domingo, 7 de diciembre de 2008

KARIBU SANA

Habían pasado tres meses desde que regresé de Centroáfrica y todo aquel tiempo lo dediqué por entero a mi, a mi bien estar personal. El primer mes incluso lo viví al margen de las horas que me marcaba el reloj. Así dormía a partir de las seis de la mañana o de la tarde sin prestar demasiada atención a lo que pasaba a mi alrededor, me convertí en una especie de invitado anónimo en una fiesta que deambula de un rincón a otro sin pararse a hablar con nadie pero observándolo todo.
Igual pasaba largas horas frente al televisor mirando los juegos olímpicos que por entonces andaban por China que me dormía en la cama entre leyendo un libro o algún comic. Recuerdo que también aquel mes fui al cine indiscriminadamente para saciar mi sed después de un año vacío en grandes pantallas. Adoraba ir al cine, especialmente solo, cuando realmente disfrutaba desde el momento de comprar la entrada hasta el último título de crédito. Yo estaba convencido que para realmente interpretar una película era necesario ir al cine, allí en una sala oscura, sentado cómodamente en un sillón de cara a la gran pantalla sin nada que te perturbase la vista periférica, sólo podías hacer que concentrarte en la película y meterte dentro de ella. Además para mi las películas era como la belleza en la mujer me gustaban el 80 % de las que veía. Y del otro 20% tres cuartas partes no me desagradaban. En realidad creo que no tenía ningún criterio y esto era una gran ventaja frente al resto.
Los otros dos meses me fui integrando poco a poco a la vida que pasaba alrededor de mi, así comencé a viajar de manera casi compulsiva, dos veces a Valencia para colaborar con la delegación de MSF de Valencia, una vez a Madrid para despedir a mis queridas amigas que volvían a París. Alejandra pasaba por la ciudad de la luz una vez más pero en aquella ocasión para recogerlo todo y marcharse a Cork donde empezaba una nueva aventura en su vida y dulce Ana venía de su trabajo en Argelia durante toda la primavera para volver a París. Pasé por Barcelona para hacer mi debriefing y sobretodo bajé muchas veces a Alicante, donde cada vez tenía más claro que algún día me instalaría a vivir, pues era una ciudad que me atraía muchísimo.
Siempre me había gustado la ciudad de Alicante para vivir, sobre todo porque era una ciudad junto al mar, un mar al que se podía llegar paseando desde el centro de la ciudad. Además no tenía el tamaño de las grandes ciudades con lo cual no se perdía tiempo en los desplazamientos.

En mi tiempo en Elda a menudo iba a tomar café con mi grupo de amigos a la Aljaima, un salón de té que regentaba una pareja del grupo. Allí pasábamos las horas de la tertulia comentando las impresionantes noticias de los periódicos, los extravagantes programas de la tele, las asombrosas historias que recogíamos de Internet o simplemente hablando sobre películas o documentales que habíamos visto en los últimos tiempos. Nunca conseguíamos arreglar el mundo ni ponernos de acuerdo en casi nada, lo cual era un argumento muy recurrente para volver a tomar los mismos temas días más tarde. Lo cierto es que siempre había estado orgulloso de la mayoría de los amigos que tenía en Elda pues éramos de los más diverso y por lo tanto gratificante en cuanto a la suma de ideas.

Sería a mediados de octubre, en una tarde casi primaveral, y tras despedirme de ellos en la puerta de la Aljaim, me dirigía hacia mi viejo Citröen cuando me sonó el móvil, al otro lado estaba Marisol mi supervisora en la sede de MSF. Quería saber cómo me encontraba y si me podía proponer un nuevo proyecto. Le dije que sí enseguida, pues de repente despertó en mi una enorme curiosidad y emoción como el niño que tiene ante sí un enorme regalo envuelto de Navidad y que se dispone a abrirlo.
En la conversación sobre la nueva propuesta alcancé a retener dos conceptos “Congo” y “puesto de nueva creación”, aquello me interesó lo suficiente para pedirle que me mandara por mail toda la información que tuviera.
Cuando le colgué me di cuenta que inconscientemente me había metido en el coche y de que ya me había sentado frente al volante, alcé la vista y me vi reflejado en el retrovisor interior, con una especie de mueca le espeté a aquel reflejo algo así como “volvemos a África?”
Tardé poco más de quince minutos en llegar a casa, pero mientras aparcaba, en mi cabeza ya empezaba a tener claro que iba a aceptar aquel nuevo reto pues sinceramente no encontré ningún argumento de peso para pensar lo contrario.

Unos días más tarde tras varios intercambios de llamadas y mails ya había aceptado y comencé a comunicárselo a todo mi entorno. Como no podía ser de otra manera la noticia en casi todo el mundo a mi alrededor despertó preocupación y desconocimiento, y es que a pesar de que el Congo era un País arrasado por las guerras desde hacía quince años, en aquellos días el recrudecimiento de los ataques en una zona defendida por las Naciones Unidas, convirtió el combate en mediático y se hablaba de ello en todos los medios. A mi lo que realmente me motivaba más era que la presencia de MSF en aquella zona estaba más que justificada pues los desplazados se contaban por cientos de miles.
Antes de emprender mi viaje decidí ir a Portugal a visitar a Aurora que por aquella época hacía sus prácticas de enfermería en Coimbra, Tenía muchas ganas de volver a ver a la Pelirroja pues hacía mucho tiempo que no hablaba con ella tranquilamente y estar solos en Coimbra estaba convencido que nos brindaría aquella oportunidad.
Quedamos en vernos en Oporto donde ella había pensado pasar su fin de semana.
Nada más llegar al centro de la ciudad, vino a recogerme a la salida del metro, la vi estupenda y muy establecida, a pesar de que ella sólo había llegado la víspera, el haber pasado varias semanas sola en Portugal aprendiendo el idioma a marchas forzadas le había impregnado ese aire desenvuelto.
Pasamos dos días en Oporto recorriendo tranquilamente sus calles, comiendo en sus restaurantes, bebiendo en sus bares, hasta fuimos al teatro creyendo ir a ver un musical y topamos con un congreso de Tunas. Dos días en definitiva en los que pudimos mirarnos de frente y dentro de cada uno y contarnos las experiencias de nuestros pasados recientes. Francamente fue algo que nos sentó muy bien a ambos.
Los siguientes dos días los pasé en Coimbra, bonita ciudad con aire de burgo de principios de siglo XX y con una gente realmente amable poblando sus calles.
Me llamó agradablemente la atención de Aurora, que cuando le conté que me iba al Congo, su primera reacción no fuese de preocupación sino de felicidad al saber me iba a hacer lo que realmente quería.
El último día al despedirme de ella en la estación nos deseamos suerte mutuamente y nos citamos para el verano siguiente cuando ambos terminásemos nuestras aventuras.
Nada más llegar a Elda tuve que hacer corriendo las maletas para ir a Barcelona a recibir las últimas consignas antes de emprender el viaje.
De nuevo los días en la Sede fueron una auténtica locura andando de un departamento a otro y de cita en cita, viendo a todo aquél que tenía algo que aportar sobre mi nuevo destino y sobre mi nueva función. Mi puesto volvía tener un título rimbombante “Human resources and administration coordinator/assistant of head of mission”, empezaba a pensar que en MSF se pagaba a alguien expresamente para que se inventaran estos nombres. El cometido de mi trabajo era el de planificar, hacer un seguimiento y evaluar a todos los recursos humanos de la misión tanto expatriados como sobre todo personal local, con el objetivo de poder promocionar y revalorizar nuestro Capital humano. Además de la administración en general y el asistir/sustituir al Jefe de misión en lo que necesitase.
Me contaron que iba a encontrar una misión en la que se estaban cerrando dos proyectos y abriendo uno nuevo y con un cuarto en marcha, pero con un staff total de 150 personas, la mitad de lo que había gestionado en RCA con lo cual me pareció un reto muy interesante en el que iba a poder trabajar con dedicación.

A Barcelona me vino a ver Lorena, una enfermera argentina con la que había trabajado en Bangui y que acababa de llegar precisamente de allí para volver a casa. Atravesaba unos momentos delicados por una herida de amor que no terminada de cicatrizar. Era un pedazo de pan andante, una de esas personas que de tan buenas, algunos desalmados se aprovechaban de ellas.
Vino a acompañarme hasta el aeropuerto para despedirme, todo un detalle de su parte.
Volé a Ámsterdam y de allí a Nairobi donde tuve que hacer una pesada escala antes de llegar a Ruanda. Afortunadamente encontré y pude hablar con Sophia, una médica alemana que trabajaba para MSF Holanda y que se dirigía a Goma. Era cirujana, de mi misma edad más o menos y primera misión y se iba al ojo del huracán en aquellos momentos. Pensé inmediatamente en sus padres, porque a los míos no sé de qué manera les hubiera podido explicar si yo me hubiese ido a una misión parecida. Lo que seguramente le ayudó a convencerlos de que estuvieran tranquilos es que la misión era únicamente para un mes.
Finalmente tomamos el avión hasta Kigali donde a cada uno le esperaba su taxista y allí nos despedimos deseándonos toda la suerte del mundo, ella iba al norte del lago Kivu y yo hacia el sur del mismo.
El último tramo de mi viaje sería sin duda el más espectacular, desde Kigali hasta la frontera con Congo atravesamos unos trescientos kilómetros durante cinco horas todo lleno de colinas impresionantemente verdes. Ruanda era un País precioso, pero lo realmente hermoso fue el último tercio del recorrido donde la carretera se adentraba en el parque Nacional Nyungwe, cuyo interior albergaba algunos de los últimos Gorilas de montaña que quedaban en el mundo, de hecho entre las fronteras de Ruanda, Uganda y Congo se podía censar las tres cuartas partes de toda esta espectacular especie en el planeta. Hacía entonces cuarenta años que Dian Fossey Había empezado su aventura con sus "Gorilas en la niebla" y veintitrés que fuera brutalmente asesinada a machetazos precisamente en Kigali por los propios asesinos de los gorilas que ella defendía.
Realmente el paisaje invitaba a bajarse el coche y comenzar a hacer senderismo hacia el interior de la jungla. Me parecía que en cualquier momento se nos fuese a cruzar Tarzán en una de sus lianas.

Durante el trayecto fui conversando con Jean Claude, el taxista, acerca de la vida en Ruanda y sobre el antes y el después al genocidio del noventa y cuatro entre Hutus y Tutsis. Su impresión era que aquella masacre no se había olvidado, pues era imposible, pero que sí había servido para mostrarles que aquel no era el camino y que ambas etnias estaban condenadas a convivir y trabajar juntas si querían ver al País prosperar. A mi se me hacía un nudo en el estómago nada más de pensar en aquello y que yo estaba entonces donde todo aquello había ocurrido.

En torno a las dos de la tarde llegamos por fin a la frontera y al otro lado pude vislumbrar el Land Cruiser de MSF que me esperaba. Tras las formalidades del visado me despedí de Jean Claude y crucé a pie mientras reconocí a una musungu que se dirigía hacia mí y que me saludaba “Jambo! Soy Tere, Karibu sana a Congo”.

viernes, 22 de agosto de 2008

Trescientos sesenta y cinco días



Cuando tomé la decisión de que no renovaría aquella primera misión, me cambió la manera de ver las cosas.

Se acabó aquella incertidumbre de los meses por venir, si seguiría en Bangui o en “mi casa”, se apagó la esperanza de seguir con la que había sido mi gente durante aquel buen año y en su lugar nació la luz de una nueva ilusión. La ilusión de volver con los mios de siempre y conmigo mismo. Iba a volver con mi familia, donde crecí, en el pueblo donde me crié y redeado por la gente que me moldeó, iba a volver a encontrarme con todo lo que yo era y con todas las referencias que había tenido desde el principio, en las que siempre me había apoyado, las que siempre me habían servido, incluso en los peores momentos, y así iba a encontrarme conmigo en el tiempo y en el espacio adecuado para descansar, para descomprimir.

De golpe, empecé a pensar que necesitaba ese tiempo, ese descanso, esa serenidad...ese desahogo.

Hasta entonces me había prometido no pensar en mi vuelta, ni en las cosas que haría en volver, pues temía que mi voluntad se viera afectada por el deseo de volver, y creo que así hubiese sido, pues en el momento que decidí que volvía, me costó pensar en otra cosa que no fuese volver.

De alguna manera, me hacía sentir culpable el hecho de que me fuera y de que decenas de asuntos se quedaran lanzados pero sin concluir, que no fuera a ser testigo del trabajo final de muchas de las cosas que poníamos en marcha, y como de costumbre desconfiaba de que lo que allí quedaban fueran hacer el mismo trabajo que yo...hasta que dejé de tomarme por imprescindible, me costó una buena dosis de amor propio convencerme de que todo marcharía igual o mejor cuando yo me fuese, pero lo conseguí.

Fue el momento de hacer balance de aquel año tan especial. Sagrado balance el que me quedaba por hacer, no sé si iba a ser capaz incluso de sacar alguna conclusión válida mientras siguiera allí. Tantas experiencias vividas, tan intensas, tan distintas a todo lo que hasta entonces había conocido.

Tantas lecciones por asimilar, tantos ejemplos para recordar, tantas gentes de las que aprender....el balance iba a ser tremendo. A la medida del año vivido.

Lo mejor de aquellos últimos días fue que pude vivirlos en el terreno, viviendo con la gente que trabajaba en los hospitales, con los desplazados, con las clínicas móbiles...palpando la realidad de lo que nuestra presencia aportaba a la gente que vivia en penuria, de primera mano.

Todo aquello es lo que daba sentido a mi año, al dinero donado por la gente, a los malos momentos, a las fustraciones....y estando allí desaparecía cualquier duda de que lo que se hacía allí, por encima de discusiones, estrategias, standares de aplicación obligatoria y medidas de seguridad, valía absolutamente la pena. Estar en el terreno, era intenso y duro mentalmente pero una experiencia gratificante como dudaba podría vivir otra en mi vida.

Retengo con cariño, por ejemplo, aquel día que junto a Lorena, una enfermera argentina que era todo dinamismo y corazón, fuimos a recorrer el campo de refugiados que había cerca de Kabo. Unas seis mil personas que estaban allí sin nada más que unos palos cubiertos con ramas de palmera y plásticos como casa y la manioca y los cacahuetes junto a la comida que de vez en cuando se les distribuía como único sustento.

Nosotros les procurábamos los cuidados sanitarios y un apoyo logístico haciendo letrinas y pozos de agua. Pero vivir allí no era el deseo de nadie de los que allí había, sino la obligación de los que tenían miedo a ser robados, maltratados, violados o matados en los poblados de decenas de kilómetros alrededor.

Recuerdo que aquel día visitando el sitio junto a Lorena, los niños (casi) siempre ajenos a la realidad e inocentes a todo, nos rodearon mientras caminábamos por entre las rudimentarias cabañas, y comenzaron a cantar una canción local, que Lorena había aprendido del tiempo que llevaba en Kabo. Al cabo de unos minutos una cincuentena de niños estaban alrededor de nosotros cantando y bailando junto a nosotros dos, poco a poco algunos adultos se fueron acercando e integrándose...El momento no duró más de quince minutos pero yo pensé que aquella imagen me duraría toda mi vida en la retina.

Pensé que allí estábamos todos cantando la misma canción y bailando de la misma manera, por un momento coincidimos todos aquellos niños y nosotros haciendo lo mismo en Kabo, pero yo sabía que si bien nuestros caminos se cruzaron en ese instante, de dónde veníamos y hacia dónde íbamos, eran caminos tan distantes que yo pensé que a pesar de esos quince minutos de coincidencia de realidades, nuestras vidas estaban tan lejos la una de las otras, que aquello nos debía servir a todos de referencia para el futuro del mundo tan desigual que habíamos creado.




A finales de julio terminaba mi misión. El 27 de julio de 2007 salía de mi casa en Elda para emprender aquel buen año y como cerrando un círculo el 27 de julio de 2008 volvía a dormir en mi casa. Aquel buen año marcaría para siempre mi manera de pensar, de ser y de vivir.

En la República Centroafricana, entre Kabo, Batangafo, Kagabandoro y Bangui había alrededor de trescientos trabajadores, que trabajaron o trabajan para MSF España/Bélgica, otros muchos lo hacen para MSF Holanda y Francia en otras ciudades del País, otros para otras organizaciones no gubernamentales o para las Naciones Unidas, y cientos de miles en todo el mundo hacen lo mismo.

La inmensa mayoría es gente local que intenta con su trabajo mejorar la situación en la que se encuentran sus barrios, sus ciudades, sus países....es un trabajo muy serio y muy importante y que realmente ayuda a hacer las vidas de los que más sufren algo más dignas y algo más esperanzadoras. Por supuesto que no será ni un sistema perfecto, ni el mejor posible a hacer, pero es muy válido y ayuda mucho a gente que lo necesita.



Gracias de corazón a todas esa personas que se esfuerzan para hacer ese trabajo y gracias también a todas las personas que colaboran desde su humilde posición a hacer esto posible.





domingo, 25 de mayo de 2008

Sintiendo tener que partir

Mientras mi primer año en África iba llegando a su fin, un insólito sentimiento se iba apoderando de mí. Una mezcla de amargor y dulzor se obraba en mi interior. Seguro que entienden que lo que había vivido durante todos aquellos meses en Bangui me había marcado interiormente y me negaba a pensar que se fuera a terminar, pero por otro lado a aquella altura del año me sentía bastante agotado mentalmente y cada vez me costaba mucho más esfuerzo poder continuar con mi trabajo.

Existía la posibilidad de poder prolongar mi misión por algunos meses más o incluso otro año, y en aquellos días dudaba a menudo entre llamar a Barcelona y pedir esa prolongación o hacerme ver que el descanso me era más necesario que deseado.

Había vivido tantos buenos momentos a lo largo de aquel tiempo que el hecho de pensar que tenía que irme me helaba el corazón.

De un lado pensaba mucho en mi madre a la que tanto echaba de menos y que tanto padecía por no tenerme a su lado, en los míos que a menudo me repetían que me extrañaban, tenía ganas de ver a mis sobrinas, a mis hermanos, quería volver abrazar a mi padre y pasar nuevas veladas con mis amigos, yo también echaba mucho de menos a toda mi gente. Pero en Bangui había conseguido hacerme un hueco, había conseguido echar unas pocas pero muy fuertes raíces, había mucha gente a la que quería que se quedaría allí, y lo que es peor, si me marchaba no sabría si algún día volvería por allí.

Por otro lado en aquellos días Gbane llegó al final de su misión y partió a Costa de Marfil, me dio muchísima pena que se fuera. Gbane había sido todo un ejemplo para mí los nueve meses de convivencia que estuvimos juntos, en el aspecto humano era un diez y me mostró muchas cosas sin darme un sólo consejo que yo fui añadiendo a mi particular manera de interpretar la vida. Me recordó en cierta manera a la Dulce Ana que conociera en París unos años atrás y que tanto me enseñó también. Personas que todo el mundo debería poder cruzarse al menos una vez en sus vidas. Un tipo de personas que destilaban humanidad en esencia pura por los cuatro costados y que eran el mejor antídoto contra la intolerancia, el egoísmo y el desprecio que muchas veces detectamos a diario.

Esa sensación de mezcla amarga me acompañaría durante muchos días y fue muy difícil de ignorar, pero intenté hacerlo pensando en cada momento que me quedaba allí, empecé a tomar la distancia suficiente a cada instante para poder mirar lo que me estaba pasando y poder disfrutarlo, decidí sacar la cabeza del manillar del día a día para mirar hacia todos los lados y poder apreciar todas las vistas y a toda la gente que había en torno de mí.

Empecé entonces a hacer balance de todo mi periodo en Bangui, y a pensar en todo lo bueno que había pasado en aquellos meses, en como habían crecido nuestros proyectos en el terreno, en toda esa gente a la que le habíamos facilitado el acceso primario a la salud, y en esa gente a la que nuestros médicos habían salvado la vida sencillamente por estar allí y poder atenderlos, en todos aquellos niños que habían nacido en nuestros hospitales gracias a cesáreas que de otro modo no lo hubiesen hecho, en todos los casos de malaria o de enfermedad del sueño que habíamos detectado y tratado, en todas las hernias que se habían operado…realmente poder ayudar a que todos aquellos médicos, enfermeros y personal en general pudiesen desarrollar su trabajo había sido una experiencia única. Al mismo tiempo me sentía orgulloso de todos aquellos amigos que con sus modestas donaciones hacían posible todo aquello, y en todas las personas anónimas que en todo el mundo hacía posible que la ayuda llegara a algunos sitios donde era muy necesaria. Aquellos sitios donde la diferencia entre recibir aquella ayuda o no recibirla significaba realmente salvar o aliviar vidas o no. Esto me mostraba un signo de esperanza a toda esa ausencia de interés general que el Norte siempre le había dedicado al Sur.

También hacía balance de todas las personas que había conocido personalmente durante todo aquel tiempo; el personal local y expatriado con el que había trabajado, y la gente de Bangui con quien había convivido. Cada persona a su manera había dejado una pincelada en mi mural.

Del personal local aprendí mucho de lo que significaba ser centroafricano, de lo mucho que costaba abrirse paso y poder procurarse una vida digna, me enseñaron que en Bangui no se podía dar nada por sentado, que el valor de las cosas estaba directamente ligado al sacrificio para obtenerlas, el precio de los logros no lo marcaba un indicativo material sino que se cuantificaba en la cantidad de sacrificio que había requerido. En uno, me mostraron el auténtico valor de las cosas en Bangui.

Entre todo el universo de personal expatriado que conocí, voluntarios de otras ONGs o personal de naciones unidas en su gran mayoría pude observar una basta fauna de personalidades y motivaciones diferentes. Gente que estaba allí convencida de que lo que estaba haciendo era lo mejor que podía hacer, gente que buscaba una aventura en su vida que poder valorar, gente que deambulaba en aquellos momentos entre dos aguas y que encontraban allí un refugio temporal y gente que estaba enganchada a aquella forma de vida. Cada punto de vista tenía cosas interesantes a aportar.

De toda la gente local que conocí en Bangui, aparte del personal que trabajaba conmigo, hubo una persona que me marcó principalmente pues era con quien más tiempo pasaba y era quien mejor me mostraba las diferencias entre Bangui y Elda, entre un africano y un europeo, entre aquellas dos galaxias en constante tangencia que nunca llegaban verdaderamente a tocarse.

Aquella persona era Marina, la camarera de Satis.

Entre los numerosos restaurantes y discotecas, Satis era uno de los pocos bares de Bangui donde se podía ir a tomar una cerveza y unos cacahuetes y charlar tranquilamente.

A Marina la conocí el primer día que llegué a Bangui pues aquella misma noche fui a cenar con Marta y dos compañeras más y pasamos por Satis. Pero no fue hasta unos meses más tardes cuando realmente tomé confianza con Marina y que empezamos a colocar sobre la barra de aquel bar nuestros diferentes enfoques de ver la vida. Allí la veía casi cada viernes y hablábamos de lo que nos unía y de lo que nos distanciaba durante horas y horas. Ella había trabajado de camarera desde hacía varios años y siempre había tratado con muchos blancos, nunca terminó unos estudios medios pero sabía mucho más de la vida que muchos académicos. Había conocido muchas historias locales y occidentales, vividas en primera o en tercera persona, historias de Amor y romanticismo y de odio y violencia. Todo esto hacía de ella a sus apenas 27 años cumplidos una persona con mucho recorrido.

No sabía realmente si estaba a dos meses de dejar Bangui, a dos meses de instalarme en Bangui, a dos meses de comenzar una nueva aventura o dos meses de una especie de depresión post parto. Lo único que tenía claro es que yo había ido a Bangui sin ni tan siquiera saber situarla en el mapa y a aquellas alturas ya sabría siempre donde situarla, en un lugar muy cerquita de mi corazón.

domingo, 11 de mayo de 2008

El sentido de las cosas

En ocasiones, en Bangui, tenía la suerte de ser invitado a casa de alguien para tomar un té, comer o simplemente pasar a conocer la familia o el distrito.
Y era en esas ocasiones cuando tenía la oportunidad de adentrarme en el corazón mismo de Bangui. Conocer el lado más escondido e atractivo de “la Coquette”, allí donde la gente hacía realmente su vida familiar, su vida de barrio, donde la presencia de un bonju no era el centro de atención por ser una posibilidad de dinero o de oportunidad de trabajo sino porque simplemente era extraordinariamente raro verlo allí…

Recuerdo con especial cariño a Maguy la ayudante de farmacia que trabajaba con nosotros en la capital ayudando a preparar los pedidos de medicamentos que llegaban de Europa y que enviábamos al terreno.
A Maguy la contratamos a principios de año como enfermera para mandarla a trabajar a Kabo. Tenía treinta y cinco años y acababa de terminar la carrera de enfermería. En su currículo figuraban siete años en blanco desde que terminó el instituto y obtuvo su titulo de acceso a la universidad con grandes notas, hasta que comenzó la carrera. Estos años eran completados con la frase “reposo por razones de salud”.
En realidad, esos años los pasó junto a sus padres adoptivos a las afueras de Bangui descansando un poco de “la vida”. Técnicamente se podría decir que pasó una gran depresión, yo aunque nunca llegué a conocer la verdadera causa creo simplemente que su familia “la apartó” cuando su padre murió. Por inadaptada.
Si hubiesen conocido a Maguy sabrían de qué les hablo. Era alguien brillante y muy trabajadora, siempre con la mirada perdida, siempre parecía ausente, metida en su mundo, como si viviera en una bola invisible de felicidad en la que casi nadie entraba. Y cuando conseguías “estar” con ella, esa burbuja no se rompía, más bien parecía que uno mismo estuviese dentro, viviendo con ella en ese mundo perfecto de placidez y armonía. Pero su especial forma de ser, no era demasiado apreciada en Bangui y por ello la mayoría de la gente hablaba de ella a sus espaldas y con cierta mofa, como “la rara”.

Empezar a trabajar con nosotros significó para ella poder tener su primer contrato, y recuerdo muy bien cuando estaba frente a mí el día para firmarlo, mientras lo leía se dirigió a mí con el gesto contrariado y señalando una de las cláusulas, me pregunto cual era el salario final que ganaría después de deducir las tasas, le contesté y me lanzó una tímida sonrisa mientras apartaba sus ojos con timidez para continuar la lectura.

Desgraciadamente a los dos meses de trabajar en Kabo el responsable del proyecto nos dijo que Maguy no podía seguir trabajando allí y que nos la enviaban de vuelta a Bangui.
Una vez más sus problemas de “inadaptación” le jugaron una mala pasada e hicieron que varios miembros del equipo la apartaran del trabajo de equipo y hasta de la vida de equipo, si bien esto ya era un problema, parece ser que el verdadero motivo fue cuando finalmente tuvo un comportamiento violento con una vendedora de bananas que entró en el hospital y que una Maguy furiosa e incrédula de que se hubiese “colado” allí, hizo salir de muy malos modos, montando una escena delante de todos los enfermos y del personal local y expatriado.
Yo no quería creerlo, pero imagino que la vida para ella en Kabo no tuvo que ser nada agradable durante eso dos meses y terminó por explotar aquel día.
En Bangui también comprendimos que la situación no tenía otra salida que la de hacer salir Maguy de Kabo. Afortunadamente el Dr. Gbane tenía las mismas sensaciones que yo respecto a ella, y cuando hablamos del tema me propuso reconducir su contrato de enfermera en Kabo a otro de ayudante de farmacia en Bangui para ayudar a nuestro farmacéutico titular que llevaba unas semanas desbordado y tenía frente a él como unas 5 toneladas de medicamentos a gestionar en los meses siguientes.

Les aseguro que retengo con mucha amargura el día que Maguy llegó de Kabo. Era sábado y no éramos muchos los que estábamos en el despacho. Yo estaba sentado en mi mesa y en ese momento estaban mi asistente junto con uno de los logistas tratando un asunto de facturas pendientes. El guardia se postró en el umbral de la puerta y nos previno.
-El coche de Kabo acaba de llegar, viene “la loca” en él- terminó de decirnos con una sonrisa como quien acaba de hacer una broma ingeniosa.
Mi asistente y el logista le dirigieron una mirada y tras una brevísima pausa de reflexión comenzaron a reír. Yo di un puñetazo de furia en la mesa y les miré muy seriamente a los tres que callaron súbitamente. Luego me dirigí a ellos con una mirada de esas que te muestran el diablo que todos llevamos dentro.
- Si me tenéis un mínimo de respeto os exijo tener el mismo por todos vuestros compañeros y sobre todo con los que están pasando un mal momento. No pienso tolerar una sola vez un comportamiento como ese en mi presencia. Queda claro?
Todos me miraron primero embarazados y luego entre ellos, bajaron sus cabezas y cada uno siguió a los suyo. Yo salí a recibir a Maguy. La encontré descargando sus cosas del coche, tenía como siempre la mirada perdida, pero su gesto era contrariado, ya no destilaba esa felicidad ni esa áurea, su sonrisa había desaparecido…. Me dio mucha pena encontrarla en ese estado, percibí que ella se sentía como en territorio hostil. Como si la brillante bola que la solía envolver se hubiese roto y apagado.
Respiré profundamente y me acerqué a ella, intenté sacar la mejor de mis sonrisas y toda la energía que podía llevar dentro para darle la bienvenida.
Nada más oír mis palabras de bienvenida me buscó extrañada con su mirada como sino se esperara escuchar nada agradable en cientos de días y un atisbo de sonrisa asomó en sus labios. Realmente estaba herida, nunca había visto hasta entonces a alguien que reflejara mejor su estado de ánimo con su expresión facial.
Le estreché la mano y la retuve cerrando la suya más de lo necesario mientras le mantenía mi mirada en sus ojos para intentar transmitirle algo de seguridad, comprensión y afecto. No había mucho que decir.


Empezó a trabajar para nosotros en Bangui el lunes siguiente, junto a Jean Paul, nuestro farmacéutico, una bellísima persona que le ofrecería el ambiente perfecto para que poco a poco recuperara su especial y particular personalidad.


Unas semanas más tarde organizamos, con motivo de una fiesta nacional, un partido de fútbol contra nuestros “primos” de MSF Holanda, por la mañana muy temprano y tras el partido, un refrigerio en un bar local donde las dos plantillas nos reunimos para comer algo y beber y bailar.
El partido lo ganaron los “holandeses” pero poco importaba el resultado, lo que realmente fue importante fue la comunión que conseguimos entre su personal y el nuestro. Después de comer y de beber algunas cervezas, la gente se fue animando a salir a bailar, y poco a poco se fueron organizando “duelos” de bailes, que parecían desvelar que nuestros empleados habían sido reclutados en discotecas en lugar de la oficina de empleo.
Yo tuve que hacer frente a Desiré, mi amigo y administrador de los holandeses, en mi particular duelo con una canción marfileña, por lo que él jugaba “en casa”. Decidí que mi estrategia no iba a ser bailar mejor que él pues estaría perdido, por lo que opté por montar el show, así mientras le dejé que “descorchara” el baile, yo intervine tirando mi bolso a un lado, descalzándome y subiéndome a una silla, donde a la vista de todos y bajo el clamor general, de ver al bonju allí arriba comencé mi baile particular, la aclamación general fue tal que Desiré decidió cogerme en brazos, han de saber que yo encima de la silla apenas le sobrepasaba en algunos centímetros, y declararme vencedor.
Lo pasamos francamente bien y nos sirvió mucho a unir nuestros equipos.
Hacia el final de la fiesta, eran las cuatro de la tarde y fuimos hacia el despacho a dejar algunas sillas y platos que habíamos cogido de allí. En el coche íbamos varios que fuimos dejando en sus casas y al despacho llegamos Maguy, Bea (nuestra mujer de la limpieza) que estaba completamente borracha y yo. Le dije a Maguy que había que llevar a Bea a su casa, así es que llamamos a su marido para que nos indicara donde vivían exactamente, y así lo hicimos. Cuando el buen hombre vio el estado de su esposa, no pudo parar de sonreír pues todos sabíamos que Bea no bebía prácticamente nunca y que aquel estado la tenía más confundida que otra cosa.
Volvimos al coche y le dije a Maguy que íbamos a llevarla a casa, tanto en el viaje de ida como en el devuelta, fuimos conversando mucho más de lo que lo habíamos hecho nunca, ahí pude conocer gran parte de lo que había sido su vida y lo que era en aquellos días. Como casi todas las historias personales que conocí en mi año en Bangui era realmente conmovedora, otro ejemplo más de perseverancia, ganas de luchar y en su caso además, optimismo.
Cuando el coche se detuvo para que ella bajase, me preguntó si quería ver donde vivía, pues me había estado explicando como era su barrio, la casa de sus padres adoptivos con quienes vivía, y como estaba siendo la casita que se estaba construyendo justo al lado. Yo acepté ilusionado, y pedimos al chófer que se metiese entre aquellas casas de adobe que había junto a la carretera, más que calles eran espacios entre casitas. Conforme fuimos avanzando con el coche entre todo aquel laberinto de casas, árboles y pozos de agua, fuimos llamando la atención de todo el mundo, para muchos debía ser la primera vez que veían un coche circular por allí, para los niños que jugaban por todos lados, el coche era como una “aparición” y sus gestos inverosímiles con las bocas abiertas sólo eran interrumpidon cuando identificaban que dentro iba un blanco y entonces todos comenzaban a gritar “bonju, bonju, bonju..” con unas sonrisas de oreja a oreja y señalando el coche mientras corrían algunos metros junto a nosotros.
Cuando por fin llegamos a la altura de su casa, su familia y vecinos se acercaron tímidamente entre confundidos y curiosos, bajamos del auto y ella fue presentándome uno por uno a los miembros de su familia, la sentí orgullosa y feliz de hacerlo, para ella entendí que era muy importante que yo hubiese aceptado el ir a ver a su familia y su familia también me mostraban una simpatía y acogida excepcional.
Mientras miraba los “cimientos” de lo que iba a ser su casita, Maguy se me acercó para decirme al oído que su madre estaba un poco incómoda porque no tenía nada preparado que ofrecerme. Levanté la vista por encima de su hombro y vi como su madre nos miraba expectante. Le envié una sonrisa de comprensión mientras asentía con mi cabeza y le dije que no se preocupara lo más mínimo que simplemente había venido a echar uno ojo a su nueva casa y saludar y que me iría pronto.
Para salir de aquel laberinto, el chófer pidió a Maguy de acompañarnos pues no sabría salir sin guía.




Al volver a la carretera, Maguy no paró de repetirme lo amable y generoso que era, yo intenté convencerla que lo que había hecho no tenía nada de extraordinario y que estaba dispuesto a volver cuantas veces me lo propusiera. Mientras pensaba que realmente el alma generosa era la suya capaz de agradecerme tantas veces mi pequeño gesto. Decididamente terminé por tomarle un cariño muy especial a la sensible Maguy.

domingo, 4 de mayo de 2008

domingo, 27 de abril de 2008

Piedra sobre piedra

Con el tiempo me fui dando cuenta que yo estaba dispuesto a quedarme allí el tiempo que fuese necesario, no había nada indispensable que echase en falta, y a pesar que las dificultades para hacer una vida cotidiana en RCA eran numerosas, como el clima o la falta de infraestructuras, no encontraba nada en la vida diaria que significase un problema para quedarse allí, al contrario, la vida en general era francamente apacible por regla general.

En ocasiones me imaginaba viviendo allí toda la vida, y la sensación era confortable, camino de los cuarenta y con la mochila bien cargada de ideales cuarteados, utopías estimulantes y sueños por realizar…claramente África era uno de lo más bellos marcos en los que encuadrar mi vida.

Como de costumbre mi lado más analítico y escéptico aparecía para apuntarme que yo ni pertenecía a aquellas latitudes del planeta ni tenía la experiencia suficiente para osar a creer estar preparado para vivir allí.

Sin embargo conseguía a menudo llegar a un acuerdo entre yo y mi escepticismo.

Poder continuar en MSF o alguna otra ONG que trabajase en el terreno, era la oportunidad que me ofrecía el tipo de vida que llevaba deseando desde antes siquiera que yo lo imaginase, y realizar esta actividad sería casi siempre en algún lugar en el SUR. Y decididamente el SUR era buen sitio donde vivir.

El problema, siempre radicaba en el nivel de trabajo que llevábamos a cabo, el cual sobrepasaba ampliamente al equipo humano que teníamos, esto unido a las dificultades de trabajar con aquellos medios tan limitadísimos, donde ningún día podías dar nada por sentado, ora era la electricidad que no funcionaba, ora era la pieza para el coche averiado que era imposible encontrar, ora era la cobertura telefónica que desaparecía, ora simplemente un representante del ministerio que venía a pedirte un libro de registro de todo el personal, que al parecer debía estar hecho desde el principio de la misión, hacía ya once años, o que había que pagar el impuesto X sobre el bien Y porque sino se nos iba a caer el imperio encima, en fin, el caso era poder “disfrutar” de una nueva aventura cada día. Y esto era lo que hacía las cosas difíciles en Bangui.

Estas dos cosas unidas, carga de trabajo (stress) junto a medios limitados, hacían que lo más importante a aprender en aquella misión fuera el autocontrol, saber encontrar la paciencia necesaria para poder gestionar bien la frustración y la impotencia de querer avanzar y no poder. Porque de lo contrario tu moral se iba extinguiendo poquito a poco.

En general éramos capaces de hacer un trabajo digno y sobre todo superimportante para nuestros beneficiarios, pero demasiado sacrificado para nuestros equipos y esto pasaba factura al personal nacional al que era difícil de tener motivado constantemente, pues para ellos finalmente no estaban de paso allí, sino que estaban en su casa y realizando su trabajo diario, y para el personal expatriado que durante el tiempo de su misión lo daban todo hasta llegar a la extenuación física y mental en muchas ocasiones.

Una vez superado con holgura el ecuador de mi misión, mi vida cotidiana en Bangui había evolucionado de una manera substancial. Hacía tiempo que me había dejado de ver con Lucie, pues finalmente esa relación se complicó con demasiados factores externos que yo no alcanzaba ni a interpretar ni a anticipar, con lo cual decidí pasar página, antes de cometer algún error irreparable. Desde entonces, dejé prácticamente de flirtear con chicas, supongo que era una especie de “cura” interna que mi cuerpo me pedía y que aceptaba complacido.

No obstante, aunque era difícil, intenté llevar una vida paralela a la del trabajo, marcarme un ritmo, unas pautas que delimitaran cuando estaba trabajando y cuando estaba dejándome llevar. Fue entonces cuando descubrí el placer de sentarse y hablar con el personal local, escuchar historias reales que serían tildadas de inverosímiles en cualquier película.

Descubrí por ejemplo como era en Bangui eso de quedar con los amigos para jugar un partido de fútbol, que era bastante parecido a lo que yo había hecho toda la vida, sólo que allí la cita era a las siete de la mañana para evitar a ese martirizante “amigo” el Sol, sin embargo las bromas como “corre más para sacar todas las cervezas de anoche” o los piques tras meter un gol de “no habéis tenido suficiente? aún queréis más?” eran algo habitual, había cosas que al parecer eran iguales en todas partes.

También fui testigo de como se afrontaban los entierros, tan cuantiosos por otro lado en Bangui, y que eran una mezcla de dolor y frustración como yo había conocido, pero junto a una especie de ensalzamiento y reconocimiento por la persona desaparecía que pasaban a menudo por las danzas y los cantos, y que yo nunca había conocido. Era bastante impresionante ver como por ejemplo la familia más allegada lloraba junto al féretro mientras los adolescentes de la familia vestían las ropas del difunto y danzaban alrededor.

En definitiva pude ir tomándole mejor la temperatura a Bangui de lo que lo había hecho hasta entonces. Yo mismo me sentía mucho mejor cada vez que paseaba por la ciudad o cuando recibía a un nuevo expatriado a la misión. El tiempo pasaba a una velocidad bárbara y yo comenzaba a sentirme un veterano en aquel territorio otrora totalmente extraño.

domingo, 13 de abril de 2008

ALEGORÍA BICHERA

Mancho las hojas con letras
sin sentío,
letras de lástima y pena
letras de olvído,
letras que cambian el blanco
y hasta el color de las letras,
letras de pena
que te he perdío.

Te pude olvidar y no quise,
me pude marchar de tu vida
y ahora ni siento ni pienso
si algún día fuiste mía.

Una razón me hace falta
Para volar
de este sitio,
lo tengo to
dentro de aquí
en un cajón vacío.

Cuántas veces has contao por contar tus pasos, niña
que dejaste en el camino?
Cuántas veces has pensao en mi?

Yo me mantengo con,
las pocas cosas que yo tengo con
los pocos sueños que yo sueño con
las pocas cosas que me dabas tú.

Se me olvidó pedirle a tu boca
Ay no te vayas!

No quiero volver a lo de antes,
ya perdimos mucho el tiempo.

Y a ver si una vez de una vez sale el sol y la luna a la vez.

De alguna manera me has quitao las penas,
busco en el silencio lo que no me cuenta
y al final me olvido,
nunca explico nada, me fui dejando al mas allá,
me subí en lo alto de aquel precipicio,
jamás intentaré volar.

Y aprendí del aire que me dió en la cara
y aprendí de los besos que tú no me dabas
y aprendí del aire que a mi me faltaba.

Buscamos la manera más fácil de vivir
aprendiendo a matar
lo malo del camino.

Siento y no pienso en tus besos.
Jamás intentaré volar.

Vente al sur, donde quieras si quieres …
es tan díficil encontrar la soledad
cuando estoy solo, solo contigo....

y es la noche la que trae las penas
y quita el sentio si llama tu ausencia
y es la noche la que me condena
a buscar tu estrella…

yo tuve una vida y no me acuerdo,
y no he terminado de aprender a caminar
sin agarrarme a tí;
y eso es lo que tengo: un millón de sueños.

Dejé de contar los días, ya no tengo dedos suficientes
pa’ contar las penas y alegrías me hacen falta tus manos... vente,
me hacen falta tus manos,

de eso me alimento, me hace falta tu sonrisa

y si mi corazon te dijera a ti
lo que te quiero yo,
que tu me querrias un poco mas.

y si mi corazon hablara el tuyo no tendria duda.

Si tu quieres yo me voy contigo
donde tu vayas donde tu quieras
me voy contigo,

donde se esconden los colores nuevos
donde se pintan las mañanas
y esperándote a ti,

que de colores
pa’ que tu bailes
si tu me bailas a mi
Ay! quien te va a bailar a ti.

Mira si tengo pa` tí
que mira si tengo pa' tanto
que hasta el viento me suspira
y es que el aire se ha calmao

si pienso en ti.

Dame lo que me quieras dar
y dame lo que tengo
el sol de la primavera que cae muy lento,
dame la sombra y la luz,
que sean tus ojos los que me traigan,

cerca de tí cuando tú estas mu lejos.

Voy a vivir más por ti
a ver si así se me enreda el alma,

que yo te voy a echar de menos
mientras siga acordándome de tí...

Y anda con cuidado

no te escondas más
que te vas a perder,
si es que te escondiste demasiao la última vez ,

Te imaginas que te escondes y me canso de buscarte?
Te imaginas con el mismo pensamiento toa la vida? me aburriría.

Ni llantos ni palabras malas,
para olvidarme de tus penas
voy a contar tos mis colores.

las mentiras no son sueños

son tus falsas y tus historias de pena
lo que me hacen padecer de esta manera
si tu quieres no me quieras, porque digo yo
que tu no me quieres ná.

Siento lo mismo, lo mismo de siempre yo siento lo mismo
y un dia nos veremos como extraños
como extraños que miran, te inventaras mi vida,
te inventaras mi nombre y al pasar nos veremos
y al pasar nos veremos como extraños…

Hay caricias que arañan la vida…

si no es por los suspiros se ahoga en las penas….
Ya me dormio
colgao de un hiloque se empieza a descolgar...
y me perdio
pensando en ti
no me puedo yo encontrar
y aunque despierte...

Gritaba y decía maldito el sentimiento que
Llevo dentro de mí no hay compasión ni caridad
Mi vida más loca que toas las cosas y tu loca perdía

Y un dia preguntarás por mi
y no me volverás a ver.

domingo, 24 de febrero de 2008

Amanecer en Bangui



Los días iban transcurriendo y los meses fueron cayendo inapelablemente. La fatiga fue atrapándome poco a poco, pero certeramente y casi sin darme cuenta un buen día mientras preparaba un baño a la luz de las velas y con música de fondo, me senté al borde de la bañera y me apresó una extraña sensación como si llevase toda la vida viviendo en aquella casa.

Apenas llevaba algo más de medio año trabajando en Bangui, pero me sentía tan cansado que me parecía llevar lustros sin descansar.

Busqué en el mp3 « Brothers in arms » de Dire Straits, me metí en el baño de agua tibia y empecé a reflexionar sobre qué es lo que me estaba sucediendo.

Fue un momento de esos en los que solía pararlo todo y empezaba a analizarlo desde todas las ópticas posibles. Pensé en mi vida de antes, en la que llevaba entonces y en la futura, pasé mi “mono” de melancolía pensando en mi vida pasada, sobre todo cuando vivía plácidamente con Aurora en nuestro pisito en Elda, también pensé en algo más allá cuando era un adolescente y mi querida Encarny y yo nos prometimos amistad eterna, también pensé en el sacrificio que suponía para mi madre en particular y para mi familia en general, el que yo estuviese tan lejos y en un lugar tan extraño para ellos.

Cuando el mp3 ya había dejado bien atrás la banda los Knopflers, y empezó a dejar entrar al Miguel Campello y los suyos, empecé a bajar a la Tierra y a volver en mi.

Lo que siempre me ayudaba en aquellos momentos es que por mucho que el pasado me recordara con fuerza que mi vida pasada en su mayoria fue feliz, yo seguía pensando que entonces estaba haciendo lo que realmente necesitaba hacer, y estaba en el lugar donde debía de estar, y que aquello después de tantos años era algo que no habia conocido, que significaba casi todo para mi y que no estaba dispuesto a pasar por alto. Y que aunque tuviera que pagar un precio por estar allí, lo iba a hacer pues tenía el crédito suficiente en mis alforjas.



Terminé mi baño y decidí llamar a mi amigo Desiré, era sábado a media tarde y quería salir a cenar y bailar para poder relajarme un poco. El ya estaba cenando con unos amigos y me propuso encontrarnos más tarde en el Habana club, un garito que había abierto hacia unas semanas y que yo todavía no conocía.

Convencí entonces a Marie, la chica enviada por la sede y que por entonces estaba echándome una mano en el despacho. Ella me había dicho que estaba muerta de sueño y que no saldría aquella noche, pero el que se lo pidiera explícitamente tuvo que ponerla en un compromiso pues aceptó.

Con Marie pasé una velada súper agradable, era una francesa pelirroja que hacía tres años había estado trabajando en mi mismo puesto durante diez meses, y que había sido enviada a principios de año para ayudarme con el cierre anual. En otra época les aseguro que una francesa y pelirroja hubiera sido ya una gran base para que me hubiese sentido atraído por ella, pero no fue el caso con Marie, y no sé muy bien explicarles por qué, supongo que las personas estamos en constante evolución y lo que en unos momentos es suficiente en otros no lo es.

Sin embargo era alguien a quien le encantaba reír todo el tiempo y cenar con ella me vino francamente bien, estuvimos arreglando el mundo, MSF y la RCA durante cerca de dos horas, y cuando llegamos a la solución de todos los problemas la llevé a casa.

Me dirigí entonces hacia el Habana Club y en su terraza encontré a Desiré acompañado por un chico y una chica de MSF Holanda, estuvimos allí un buen tiempo hasta que Desiré y yo decidimos ir a Mbye un bar de baile local en el que los sábados había bastante ambiante. Allí encontramos a Silvie y Caroline, como quiera que Desiré hacía tiempo que quería ligar con Caroline, lo dejé junto a ella para que tentara su penúltima oportunidad pues ella terminaba la misión la semana siguiente.

Silvie me animó a ir a la pista a bailar. Mbye era uno de los pocos sitios donde lo único que sonaba era música africana, y era de agradecer, pues nada como una sesión de música africana bailable para levantarle la moral y la sonrisa a uno.

La pista de Mbye era circular con un gran poste en medio que era el soporte principal del techo construido en paja. Allí era difícil para mi no sentirme especialmente torpe, pues todo el mundo se movía de una manera espectacular. Lo de las chicas era francamente increíble. Pero los chicos no le iban lejos. Allí me encontraba con Silvie que era de tez blanca como una muñeca de porcelana y yo. Destacábamos como pingüinos en el desierto, pero enseguida se acercaron algunos chicos y chicas para integrarnos con ellos, y de paso intentar enseñarnos un poco a movernos al ritmo apropiado.

Tras varias tentativas frustradas de intentar destacar sólo por nuestro color de piel en aquella pista, finalmente fuimos a tomar una cerveza.

A Silvie la había conocido en el viaje que habíamos hecho en barco por el río Ouham para ver los hipopótamos (que finalmente no vimos), era una londinense de rostro angelical que hablaba bastante bien el español y que trabajaba para Naciones Unidas en el desarrollo nutricional del país.

Ella ya llevaba varias misiones de experiencia a pesar de que era algo más joven que yo. Estuvimos hablando a cerca de lo que suponía llevar aquel tipo de vida en la que dejábamos muy lejos la familia y los amigos y a los que se veían en contadas ocasiones. Discutíamos si merecía la pena o no, y convenimos que lo merecería mientras estuviésemos dispuestos a hacerlo libremente, y que si un día por lo que fuera descubriésemos que aquello no es lo que queríamos hacer, que deberíamos ser capaces de detectarlo y poder cambiar. Que lo más importante era tener las ganas y el convencimiento de que aquel tipo de vida era realmente el que queríamos llevar a cabo.

En mitad de nuestra conversación se acercaron Desiré y Caroline, nos propusieron ir a Plantación, una discoteca de bastante buen gusto en cuanto a música, ya que estaban a punto de cerrar el bar, debían ser entorno a las dos de la madrugada.

Sylvie decidió volverse a casa y yo acompañé a la pareja, pues tenía ganas de terminar la noche en Plantación y poder bailar sin complejos hasta tarde.

En Plantación estuvimos los tres hasta bien tarde bebiendo, bailando y sin parar de reír como decía la canción. Hasta que nuestros cuerpos llegaron al limite y decidimos retirarnos.

Volví a casa bastante tarde pero lo suficiente “temprano” para asistir a otro precioso amanecer en Bangui. Porque, Bangui era pobre, necesitada y exigida, pero disponía de un sol, una luna llena y un cielo estrellado que yo nunca había conocido hasta entonces y que muchos lugares en el planeta estoy seguro que querrían para sus cielos.

domingo, 13 de enero de 2008

Gracia de Dios y Ornela




Aquel martes sería otro día extraordinario más en mi vida en Bangui. De aquellos de los que estaba convencido no olvidaría nunca.

La mañana se presentaba ya algo estresante para mí, pues debía acabar un informe presupuestario que el coordinador general me había pedido para la reunión que teníamos esa misma tarde. Nada más poner en marcha el ordenador abrí el informe en concreto para no olvidarlo, y seguidamente empecé a leer los mails del terreno y de la sede, la cosa empezó a torcerse con diferentes problemas surgidos en un lugar y en otro y a eso se sumó el corte eléctrico que padecimos durante más de tres horas y la pésima comunicación que ese día teníamos en la radio, lo que hacía desesperante hablar con el terreno para llegar a arreglar cualquier contratiempo. El tipo de cosas que solían poner a prueba mi paciencia

La mañana pasaba y el informe no avanzaba por sí mismo. Tenía además varias salidas previstas que aplacé hasta el final de la mañana.

Decidí que lo mejor sería hacer una sola salida; ineludible al banco, y que después de comer iría antes al despacho para terminar el asunto del informe.

La salida al banco fue realmente bien y tardé menos de lo previsto, sin embargo de vuelta al despacho todos mis compañeros se habían ido para casa a comer excepto mi amigo el doctor Gbane que se estaba preparando para ello. Le pedí que me esperara fuera el tiempo de dejar lo que había recogido del banco.

Cuando salí lo vi hablando con nuestro guardián y con un chico al que no conocía.

Al parecer una persona estaba tiraba en el suelo en la calle de atrás a la nuestra. Gbane intentaba recabar información de si era una persona que estaría enferma o bien si era alguien que simplemente se había caído.

El muchacho no nos supo responder y decidimos tomar el coche para acercarnos ya que en caso de tratarse de una urgencia habría que llevar a la persona al hospital pues en el despacho no teníamos los medios para atenderla.

Conforme nos aproximábamos al lugar acerté a ver a la persona en el suelo y a tres mujeres que la observaban, una de ellas en cuclillas le daba aire con unas hojas.

Cuando bajamos del coche y nos acercamos, descubrí también dos niños, una niña y un niño, seguramente hermanos que miraban también lo que pasaba de cerca.

Se trataba de una mujer de menos de cuarenta años, estaba tumbada boca abajo y completamente empapada en sudor, brazos y ropa. Tenía la cabeza girada hacia un lado y los ojos asombrosamente abiertos, con la mirada perdida, mirando a un infinito ficticio a ras del suelo. No hablaba, y respiraba produciendo un sonoro ruido a la altura de sus pulmones.

La llegada de nuestro coche atrajo a los curiosos que por allí rondaban.

Gbane empezó a preguntarles a las mujeres que allí estaba qué es lo que habían visto, al tiempo que comenzaba a realizar sus primeras observaciones visuales y táctiles.

Le preguntábamos a la enferma donde vivía y tras varios intentos, con un hilo de voz apenas atino a darnos el nombre de un barrio que yo no conocía, afortunadamente uno de los recién llegados identifico enseguida el barrio diciendo que él vivía también por allí. Le preguntamos si estaría dispuesto a acompañarnos para mostrarnos el sitio en caso de necesidad y aceptó sin dudarlo un instante.

Gbane ordenó introducir a la enferma en el coche. Íbamos a llevarla a urgencias al hospital pues para él aquello no tenía para nada buena pinta y estaba empezando a preocuparse seriamente por ella.

Al introducir a la mujer en el coche por la puerta de atrás del Land Cruiser advertí que los dos niños nos habían seguido, pero ninguno de los adultos se dirigió a ellos, mientras estos miraban con demasiada curiosidad lo que hacíamos, Gbane y yo nos miramos al mismo instante y casi al unísono nos dirigimos a las tres primeras mujeres que encontramos, “los niños son de ella?” Si nos afirmaron, “estaban con ella antes de desplomarse”.

A mí por un momento se me heló el corazón. Ver esas dos criaturas, tan pequeñas, tan inocentes y tan ajenas a todo lo que le estaba pasando a su madre, me produjo una enorme tristeza.

Eran adorables, vestían ropas hechas jirones, estaban sucios y olían fatal, pero eran dos ángeles, tenían realmente un rostro y una sonrisa sacados de un cuento de hadas.

Los subimos detrás junto a su madre, al acompañante y Gbane, yo subí delante junto al chofer y tomamos rumbo al Hospital de la Comunidad, el más importante de Bangui.

A nuestra llegada nadie salió a recibirnos, había bastante gente por allí, pero ninguno era medical. Bajamos a la enferma entre todos pues era incapaz de tenerse de pie y entramos con ella en brazos. Yo decidí ocuparme de los niños y los tomé de la mano para que no se perdieran, muy educadamente me dieron sus diminutas manecillas y entramos detrás del grupo.

Seguía sin aparecer nadie, pero encontramos una camilla en el hall y decidieron depositarla en ella. Gbane que ya se conocía el sistema de urgencias del hospital nos guió por los pasillos hasta llegar al lugar indicado, afortunadamente pudo enseguida conseguir una sala donde pudo atenderla con la ayuda de un enfermero que allí había y a la espera de la llegada del médico de urgencias.

Yo me quedé esperando en el pasillo junto a los niños. Los senté en un banco y yo junto a ellos. Ella que sería a penas un año mayor que él, llevaba una bolsa con algunos cacahuetes y dos bolas de lo que debía ser una especie de pasta de harina y agua, poco cocinada pero lo suficiente para ser comida. Su hermano le predio abrir la bolsa para comer algunos cacahuetes a lo que ella asintió. Con la gracia innata de los niños de esas edades comenzó a abrir la bolsita y a dejar caer en la mano de su hermano algunos cacahuetes que éste fue guardando sobre su sucia camiseta, yo le señalé el banco para hacerle ver que era un lugar menos sucio que su improvisada mesa, y allí fue colocando sus frutos secos, mientras yo les partía en dos trozos una de aquellas dos bolas de “pan”.

Entre ellos hablaban en sango y yo no los entendía nada, sin embargo yo quería conocer sus nombres, así pues empecé a imitar a Tarzán en las películas que había visto y mientras miraba a la niña directamente a los ojos, me golpeaba el pecho suavemente mientras repetía mi nombre “Pepe, yo Pepe”, luego la señalaba a ella y le preguntaba “y tu?” ella me miraba divertida y luego miraba a su hermano con una sonrisa, éste le devolvía la sonrisa y ambos comenzaban a reír. Lo intenté varias veces sin resultado, evidentemente ella no estaba comprendiendo nada. Y la gente que pasaba por allí de vez en cuanto tampoco. Finalmente me acerqué a una enfermera que estaba sentada no lejos de allí y tras darles los buenos días le pregunté si me podía decir como se decía en sango “como te llamas?”, ella al principio se ruborizo un tanto y esbozo una tímida sonrisa, yo comprendí que ella pensaba que yo estaba tratando de ligar con ella, pero enseguida le señalé con el dedo a los niños y le dije “es porque quiero saber como se llaman los niños a los que vigilo mientras cuidan de su madre”. Entonces abrió los ojos con una expresión de quien entiende lo que esta pasando y me espeto una frase en sango que a duras penas pude mal repetir, ella rió y decidió acompañarme hasta los niños.

- Ella se llama Ornela y él Grâce de Dieu

Le di las gracias y volvió a su sitio. El nombre de él significaba en español Gracia de Dios, lo que al principio me chocaba un poco, ahora ya estaba mas habituado a escuchar nombre del tipo, Dios dado, Juan de Dieu Dios gracias, etc…

Una mujer que por allí pasaba nos miro especialmente extrañada y no pudo evitar preguntarme “son suyos los niños?”

-No, no, son de una mujer a la que están atendiendo dentro y yo los vigilo mientras tanto.

- Pertenece usted a su comunidad?

- No, trabajo para Médicos si fronteras

- Ah! De acuerdo, que Dios le bendiga.

En cuento se marcho me quedé pensando en el cuadro que formábamos Ornela, Grâce de Dieu y yo allí sentados en el banco. Luego no pude evitar pensar en el feo asunto que recientemente había acontecido en Chad con la ONG Arca de Zoé y por un momento pensé que si la información hubiera calado en Bangui, mi situación en aquel momento no era la mas ideal.

Tras una media hora, Gbane salio de la sala y vino a verme:

- Necesito dinero para pagar estos medicamentos para poder tratarla, y no llevo nada encima, llevas tu?

- Si, algo levo, cuanto es?

- No lo sé exactamente, pero menos de cinco mil francos.

- Y si no hay dinero no le dan los medicamentos? Es así?

- Exactamente.

Aquello era una de las cosas más repugnantes que sucedían en Bangui y en toda RCA, daba igual si te estabas muriendo o no, si eras un niño o no, si querías ser tratado en el hospital había que pagar las medicinas por adelantado.

Le di el dinero y se acerco a la farmacia del hospital para comprarlos.

Al tiempo que regresaba Gbane, el médico de urgencias llegó y ambos entraron juntos.

El tiempo que allí pasé esperando con los niños iba viendo y comprendiendo que vivir en Bangui no era sencillo para la mayoría de la gente, pero especialmente difícil para los que caían enfermos. Las condiciones del hospital estaban por debajo de cualquier mínimo exigible para un centro de salud. Estaba tremendamente sucio y mal conservado, la gente circulaba por todas partes los enfermos atendían de cualquier manera en cualquier sitio.

Cuando Gbane volvió a salir me señaló que la íbamos a llevar a su casa en terminar de recuperarla pues la gravedad había pasado, yo sentí un gran alivio y me emocioné al mirar a los dos pequeños y verlos sonreír, no habían entendido nada de lo que había sucedido, pero es como si ellos en todo momento supieran que no iba ha suceder nada grave y que fuéramos justamente nosotros los que nos preocupábamos por nada.

- Lo ideal es que se quedara aquí en el hospital pero no hay camas disponibles como siempre. De todas formas con la medicación lo que necesita básicamente es reposo.

Aquella situación me parecía desagradable y frustrante, pero aunque hubiese habido cama, ni la mujer tenía pinta de poder pagarla ni había ningún familiar para poder quedarse con ella.

Así pues, cuando por fin la sacaron de la sala en la misma camilla en la que la habíamos entrado, nos dirigimos hacia el coche y la subimos con cuidado, el acompañante que se había quedado pacientemente esperando fuera con el chofer nos ayudaron a subirla.

Aquello reflejaba bien a las claras los extremos de Bangui, por un lado podías morir por no tener 3 euros para pagar unos medicamentos, sin embargo alguien a quien no conocías de nada era capaz de ayudarte y dedicarte toda su jornada para echar una mano. De un lado la crueldad y del otro la solidaridad viviendo una pegada a la otra.

El chofer nos llevo hacia el barrio donde vivía la mujer, en realidad más que un barrio era Damala, un poblado a doce kilómetros de Bangui, un lugar por el que nunca había pasado hasta entonces.

Al llegar allí fuimos a ver al jefe del poblado y le explicamos lo sucedido, ella comenzaba a caminar y pudo alcanzar una silla que le ofrecieron la decena de personas que se acercaron al ver llegar el coche.

Nos agradecieron infinitamente el servicio a lo que respondimos que era lo mínimo que podíamos hacer.

Gbane les dejó los medicamentos necesarios para el tratamiento mientras yo fui a despedirme de Ornela y de Grâce de Dieu, que me regalaron su última sonrisa y no pude evitar volver a emocionarme, mientras les decía adiós, pensaba en la poca fortuna que tenía la gente que nacía en sitios como aquel poblado y de lo poco conscientes que éramos los que no nacíamos en sitios como Damala.

De vuelta a Bangui fuimos directamente a casa, para entonces nuestros estómagos empezaron a recordarnos que todavía no habíamos comido. Pero una cosa estaba clara, mi jefe no tendría el informe como me había pedido, al menos no para aquella tarde que empezaba a tocar su fin.