domingo, 30 de septiembre de 2007

En la carretera



Debían de ser las siete de la mañana cuando unos golpes en la puerta me despertaron.

-Pepe?

-Si?

Carol abrió la puerta, solo vestía su slip, igual que yo. Su rostro reflejaba seriedad pero no gravedad sin embargo era claro que algo anormal estaba pasando.

-Perdona que te haya despertado pero, el viaje previsto para esta mañana ha salido antes de lo habitual, pudiste darles el sobre?

Tomé unos segundos para darme cuenta de lo que estaba pasando, en poder comprender cual era el problema exactamente.

-Eh? No, no les di el sobre… pero el lunes previne a Abdoulaye de que contaran conmigo para este viaje porque debía de entregarles el sobre.

-Voy a llamarlo para que pare el coche y podamos ir a su encuentro

- Empezó a marcar el numero de Abdoulaye con el teléfono móvil que entonces apercibí que tenía en su mano derecha.

-Vale, yo voy enseguida para el despacho y desayunaré mas tarde.

Cada semana teníamos varios viajes programados entre la Capital y los tres terrenos en los cuales aprovechábamos para enviar al personal allí o traerlo de vuelta a Bangui por diferentes razones. El viaje de aquel día sin embargo era algo especial pues yo tenía previsto hacerles llegar un sobre al terreno, ese sobre era especial porque contenía una cantidad importante de dinero que debía hacer llegar al terreno y por aquel motivo yo había prevenido a Abdoulaye; el asistente de André y encargado de la preparación de los viajes de que antes de salir el viaje me informase.

Me vestí rápidamente y salí en dirección al despacho, en apenas cinco minutos llegué y al mismo tiempo llegaba Abdoulaye, eran ya las siete y veinte.

-Lo siento Pepe, olvidé prevenirte que el viaje de hoy era con el camión y ellos siempre tienen constumbre salir a las 6 de la mañana para evitar imprevistos.

-Vale, tranquilo, no pasa nada, los habéis detenido?

-Sí, sí claro, después de Carol me llamase he dado orden inmediatamente de que les avisaran por radio para que se detuvieran y que nos esperen, Christian el chofer del coche 7 esta apunto de llegar, cuando tengas listo el sobre yo mismo puedo ir con él y hacérselo llegar.

-En qué punto se encuentran?

-En Damara.

Eso eran unos 60 km, calculé que en poco más de media hora podríamos alcanzarlos.

-Cuanto tiempo calculas que tardaríamos en llegar?- pregunté para asegurarme.

-Una hora y cuarto aproximadamente hasta llegar a Damara.

Mi rostro debió reflejar incredulidad pero no puse más preguntas, reflexioné un instante y pensé que la responsabilidad de llevar aquel sobre debía ser mía y no suya, además la probabilidad de que pasara algo raro con un blanco en el coche era menor.

-No, no te preocupes yo mismo iré con Christian, en 10 minutos estaré preparado.

Entré en mi despacho me cambié la camiseta y me enfundé la de MSF por primera vez, era un requisito de seguridad obligatorio, viajar siempre bien identificado. Preparé el sobre imprimí la documentación necesaria y Abdoulaye me dio la Orden de misión, que todo coche MSF debía llevar consigo en todo desplazamiento, identificando a las personas que iban en el vehiculo y su destino. Salí con mi mochila y entré en el Toyota.

-Listo Christian! Vamos a por los chicos del camión, han olvidado algo que debemos hacerles llegar.

-Pas de problème- Esa era la frase favorita de mi asistente y se convirtió pronto en la mía y parecía ser que era bastante común a todos, quería decir “No hay problema” y en realidad nunca sabíamos si iba haber un problema o no cuando lo decíamos, pero era una bonita frase para mostrar confianza al otro.

Esa era mi primera salida de Bangui, y la recuerdo perfectamente, aquel día iba a descubrir los famosos barrios PK 5 y PK 12, en realidad respondían al punto kilométrico en el que se encontraban respecto al centro de la ciudad. PK5 era el barrio musulmán por excelencia de Bangui y allí se concentraba un gran mercado pues muchos de los comercios, monopolios me atrevería a decir estaban en manos musulmanas. Allí pude ver que aquello era una especie de centro de suministro para todos los pequeños vendedores que luego veía por el centro de la ciudad. Seguramente vendrían aquí, recogían sus mercancías, iban a venderlas al centro y luego volvían con el dinero a aprovisionarse de más.

PK12 era ya la salida de Bangui y era como una pequeña ciudad de alrededores, el mayor mercado de Bangui se desarrollaba aquí pues toda la gente que venía del norte de la ciudad, lo hacían en su mayoría a pie y se paraban aquí para comerciar sus mercaderías a los comerciantes de Bangui. Era una especie de centro neurálgico de la compra venta. Ese día además había seis enormes camiones de PALM, la ONG que distribuía alimentos siguiendo sus programas de malnutrición y el caos que se organizaba entonces allí era especialmente importante.

Lo raro es que entre todo aquel caos el único incidente fue que un taxista golpeó ligeramente un ciclista sin consecuencias mayores delante justo de nosotros. Y es que cuando haces coincidir en una calzada de apenas cinco metros de ancha y unos cincuenta metros de larga, seis camiones de tres ejes, tráfico de vehículos en doble sentido, una treintena de personas en bici y una muchedumbre de gente haciendo la compra en un mercado cuyos puestos están pegados al arcén, lo menos que podía suceder es que hubiese un sólo contacto entre todos nosotros.

Cuando por fin conseguimos salir de Bangui, quedé sorprendido de la extraordinaria calidad del firme por el que circulábamos, incluso las líneas de la carreteras eran perfectamente visibles. A los pocos minutos empecé a hacerme una idea de lo que sucedía, éramos prácticamente el único vehículo que circulaba por aquella carretera que era por otro lado la principal del país, sin embargo el número de personas, marchando a pie y cargadas de todo tipo de productos, que fuimos viendo me recordaba a las romerías de los pueblecitos españoles.

Viajar por aquella carretera sin embargo era algo realmente peligroso, no para nosotros en sí, sino por todo lo que por allí transitaba. La probabilidad de que algún animal doméstico se cruzara delante de nosotros, era del cien por cien alrededor de cada seis kilómetros, cuando atravesábamos algún grupo de viviendas los niños jugaban entre el arcén y la calzada, y cuando no había viviendas al borde de la carretera, la vegetación era tan espesa y tan cercana a la carretera que a cada curva era imposible ver nada y había que circular a menos de 60 km/h para poder tener tiempo de reaccionar si al salir de la curva había peatones, carritos cargados de leña empujados por hombres, o algún Camión detenido en mitad de la carretera recogiendo o descargando mercancías. También eran frecuentes las bicicletas cargadas hasta arriba de todo suerte de cosas y que zigzagueaban delante de nosotros como moribundos a punto de caer. Realmente el viaje de ida fue bastante estresante.

Llegamos a cruzar tres barreras militares que según Christian era la manera que tenían de hacer el control de quien circulaba por RCA, a nosotros como era habitual también en Bangui cada vez que un control policial nos hacía el alto, no nos ponían nunca ningún problema y nos dejaban circular tranquilamente.

Cuando por fin llegamos a Damara, tras una hora y cuarto como había pronosticado Abdoulaye, encontramos rápidamente el camión de MSF y a sus dos chóferes, Simplice y Pierrot, esperando fuera del mismo, estábamos cerca del mercado de las afueras de Damara, allí constaté que el asfalto llegaba a su fin, y que a partir de aquellos 50 Km. La carretera que continuaba a partir de allá por hacia el norte de la RCA, unos 500 km. era sobre la tierra virgen y roja, exageradamente roja y exageradamente hermosa.

La gente del lugar estaba un poco extrañada de ver allí nuestros dos vehículos y como charlábamos entre nosotros, el mercado no diferenciaba mucho de los que ya había encontrado antes en Bangui, si acaso aquí a primera vista pude ver que lo que se vendía era casi en su totalidad autóctono y que no llegaban productos de fuera del País.

Tras unos quince minutos Christian y yo reprendimos la marcha en dirección a Bangui.

Una vez hecha la entrega y con la pequeña experiencia de la ida, pude relajarme bastante para el viaje de vuelta y fue entonces cuando pude empezar a disfrutar del paisaje natural que nos ofrecía aquella parte del País. Destacaban por encima de todo el verde intenso de la espesísima vegetación con el rojo arcilla de la tierra. Entre la carretera y la selva no había ni un centímetro de aclimatizacion, el corte era radical y la sensación era que discurríamos por un pasillo de asfalto incrustado en medio de ninguna parte, que era exactamente de lo que se trataba.

Entre los pocos coches que adelantamos o que nos cruzamos me llamaban poderosamente la atención, lo que terminé bautizando como “Taxis à mil”, que no eran ni más ni menos que los taxis corrientes que podíamos encontrar en la capital llenos hasta con ocho pasajeros dentro de ellos, les hablo de turismos de clase media. Con la salvedad de que los que cruzábamos en la carretera solían llevar al doble de pasajeros normalmente, es decir hasta 18 personas, que se repartían entre el interior, el techo y el maletero abierto del taxi. Era algo realmente digno de ver, yo me preguntaba si los que viajaban encima en el techo pagarían menos por el plus de peligrosidad evidente, o si pagarían más por aprovechar la brisa en sus cuerpos, pero Christian me indicó muy seriamente que todos pagaban por igual.

De vez en cuando también encontrábamos algún particular que hacía lo mismo que los “Taxis à mil” pero en esas ocasiones no sabría decirles si todos eran miembros de la misma familia y si aquel se trataba del único medio de transporte familiar, pudiera ser.

Cuando estábamos a penas a unos 15 km de Bangui delante de nosotros a unos 300 metros vimos que la carretera estaba bloqueada, pero no distinguía muy bien que la bloqueaba, o más bien no quería creerlo, hasta que tuvimos que detener el coche y dejar que aquel rebaño de poco más o menos setenta vacas de cuernos del tamaño de mis brazos pasaran entre nuestro coche para que siguieran su paseo matutino. Yo esperaba ya no sorprenderme por nada hasta que llegásemos a casa, pero les reconozco que aquello me dejó un poco perplejo.

-En realidad Christian -le comenté- aquí la carretera es el lugar de paso para todo el mundo y ocasionalmente para los vehículos a motor, no?

El me miro con un gesto entre extrañado y sorprendido y con su enorme sonrisa y tras una breve pero sonora carcajada me dijo

-Sí, sí, exactamente.

A nuestra llegada al despacho, yo saludé a mis dos asistentes, comentamos las incidencias que había para aquel día y les dejé allí trabajando mientras me dispuse a ir a casa, debían de ser las diez de la mañana y estaba realmente hambriento.

domingo, 23 de septiembre de 2007

Primera toma de contacto




La primera semana que pasaría en Bangui sería dedicada casi exclusivamente a recibir las instrucciones que Maite debía hacerme llegar acerca del puesto que iba a ocupar. Mi puesto tenía un nombre de esos rimbombantes que tanto les gusta a los franceses “coordinateur financier et administratif”, con la salvedad que en esta ocasión el puesto sí llevaba adherida la responsabilidad y laboriosidad que a priori se podría pensar de un nombre tal o al menos esa es la impresión que yo me llevé después de una semana bombardeado a nuevos términos y funciones. Sin embargo pronto me haría una idea bastante aproximada de cual iba a ser mi función para MSF en Bangui. Y a pesar de que el presupuesto a mover era bastante significativo, he de reconocerles que lo que se refiere a trabajo a desarrollar era algo que me era bastante familiar pues en mi antiguo trabajo en Elda me había tocado lidiar con funciones parecidas o las habia visto lidiar desde cerca.

Para que se hagan una idea, básicamente yo era el responsable del área de administración y finanzas, y esto se traducía fundamentalmente en tres líneas maestras a seguir, la primera era que todos los trabajadores del país que trabajan en nuestros tres proyectos, algo más de doscientos, estuvieran en “regla” cumpliendo con la legislación vigente del País y con nuestro reglamento interno. Segunda que tanto la contabilidad como el presupuesto anual fueran fiables y respetados en la medida de lo posible. Y tercera hacer de enlace entre las sedes de Barcelona y Bruselas y todos los trabajadores expatriados que había en RCA trabajando. Y para ello me serviría de dos asistentes, uno experimentado, Oswald, asistente financiero y que llevaba varios años trabajando en el despacho y otro que contratamos, como Maite tenía ya previsto, a los cinco días de llegar yo allí, Stéphane, asistente administrativo.

La semana no se desarrolló exactamente como yo esperaba, es decir recibiendo un sin fin de informaciones a cerca de mi puesto, por el contrario Maite prefirió dedicar la mayor parte del tiempo a cerrar asuntos pendientes, para intentar dejarme el puesto lo más “limpio” posible, esto facilitaría mi comienzo por un lado pues tendría pocos problemas que afrontar nada más empezar, pero por otro lado me dejaría un poco a mi suerte, con la ayuda de los que allí quedaban conmigo, para hacer frente al día a día. No sabría decir cual de las dos opciones hubiese sido mejor, pero me queda claro el esfuerzo franco y comprometido que realizo Maite esa semana para dejarme el mínimo número de “pegados” posibles.

A pesar de que las horas en el despacho junto a Maite se harían interminables aquellos primeros días, pude eventualmente ir tomando el pulso a la vida en Bangui.

Por las mañanas, por motivos de trabajo saliamos con nuestro chofer en el Toyota de MSF a, principalmente a conocer los actores con los que yo me tendría que entender a lo largo de mi año allí, a saber, el inspector de trabajo, nuestra abogada, el director de la oficina de empleo, el inspector de impuestos de las regiones sobre las que trabajabamos, la compañía aseguradora, etc….así me fui forjando una idea más aproximada de cómo se trabajaba en Bangui, y supongo que por extensión en África.

Los edificios de la administración publica que visitábamos, en su mayoria eran construcciones destartaladas, antiguas y en algunos casos con signos claros de ruina, donde el mobiliario era muy escaso, y los útiles de trabajo se limitaban a un ordenador (en ocasiones ni esto), y en la mejor de las ocasiones una fotocopiadora y/o una impresora. La falta de muebles hacía que las mesas desde donde nos recibían se convirtieran en auténticas trincheras de dosieres, folios, carpetas, tras las que se parapetaba el funcionario en cuestión, eso sí normalmente en traje y corbata puesto que su condición así lo requería.

Y allá me veía yo con mi camisa estampada en llamativos colores, mi pantalón de nylon a rayas, mi bolso peruano y mi fular al cuello, siendo recibido por un trajeado alto funcionario que apenas cobraría una tercera parte de lo que MSF me pagaba como per diem, en un ambiente que más tenía que ver con una película de Mad Max que con un despacho administrativo, y donde curiosamente yo ajustaba más con el entorno que mi interlocutor.

Advertí entonces que realmente para poder trabajar no es necesario más que buena voluntad y unos medios básicos. Una cosa que me llamó enseguida la atención fue que a pesar del nivel de trabajo que esta gente debía absorber en solitario, pues la escasez de asistentes y secretarias/os era alarmente, y muy al contrario de lo que yo estaba acostumbrado a percibir de la administración española y francesa en general, aquí los funcionarios siempre estaban dispuestos a ayudarte si estaba en su mano.

El circular de día por el centro de Bangui a pie o en coche, me fue también dando una idea sobre el tipo de vida que allí se desarrollaba. Andando por sus calles, con mi agenda bajo el brazo, mi bolso al hombro y mi gorra del Che para cubrirme del sol y siguiendo a Maite, lo que más me llamaba la atención seguía siendo la cantidad enorme de vendedores ambulantes, pequeños mercaderes errantes que ofrecían productos de lo más singular, tarjetas telefónicas de prepago, cepillos de dientes, toallas, pilas, bollos, fruta, réplicas de camisetas de equipos deportivos, entre las que solían destacar las relacionadas con el barça, libros usados, cuadros artesanales, mini bolsas de plástico cerradas que contenían diferentes tipos de alcoholes caseros, la abundante manioca (tubérculo básico en la cocina local) y un sin fin de artículos de lo más variopinto. Entre estos comerciantes andarines destacaban las mujeres que casi siempre llevaban sus mercancías en una gran bandeja redonda sobre sus cabezas o los poussers (algo así como empujadores) que transportaban en sus carritos las mercancías más pesadas, como podía ser la madera. Los niños y niñas también circulaban dentro de este gran carrusel ofreciendo sus bienes o acercándose a cualquier persona que salía de un coche para pedirles ayuda con el reclamo de “j’ai faim” (tengo hambre), cosa que era absolutamente cierta en ellos.

Los primeros días circulando por Bangui yo no era capaz de saber hasta que punto lo que yo veía de la ciudad era representativo de África o no, es decir si aquel ambiente salido como les decía de cualquier film de la saga de Mad Max era una relidad habitual o era característica de Bangui, pero más tarde sabría que no lo era ciertamente, pues la situación en esta capital africana era substancialmente pobre y devastadora debido a su reciente historia.

Desde el último golpe de Estado que había sufrido la ciudad hacía cinco años cuando se produjo manifiestamente una guerra abierta en sus calles con armamento pesado incluido, no se había podido recuperar por falta de medios. Por lo tanto el aspecto de ruina y algo fantasmagórico que presentaban muchas de sus calles y edificios y que se contraponía con el colorido y el movimiento de las gentes era un poco desproporcionado.

En una época anterior Bangui fue una capital con cierto auge económico y donde la gente vivía con más decencia, fue entonces seguramente cuando la capital fue bautizada con su apodo, Bangui “La Coquette”. Y es cierto que la gente, sobre todo las chicas eran realmente coquetas y gustaban de ir guapas y bien vestidas dentro de su modestia.

He de decirles que el personal femenino en Bangui era en ocasiones extraordinariamente bello, a esos cuerpos africanos soberbios de curvas interminables había que añadirles en numerosas ocasiones rostros realmente hermosos y les reconozco que en ocasiones se hacía más que difícil seguir las instrucciones de Maite mientras íbamos caminando por la calle.

Aquella primera semana le pedí a Maite que la formación debería de continuar más allá del trabajo en la oficina y que debía mostrarme también la ciudad de noche y señalarme cuales eran los lugares a frecuentar y los lugares a evitar con el fin de hacer una vida allende del trabajo.

Aquel primer viernes había una fiesta en la casa/mansión de un alto mando de las Naciones Unidas y todas mas ONGs sitas en Bangui estábamos invitadas. A Maite no le hacían mucha gracia aquellas recepciones llenas de blanquitos por todos lados como ella decía y sin ningún interés, yo sin embargo tenía muchas ganas de ir para primero conocer un poco qué tipo de ONGs trabajaban en Bangui y sobre todo ver qué tipo de gente.

Finalmente fuimos Carol, Marta, MTV y yo. MTV desapareció nada mas llegar al lugar, y Carol apenas se quedo una hora el tiempo de cumplir un poco con el expediente como jefe de misión para MSF España/Bélgica y allí nos quedamos Marta y yo haciendo un recorrido visual de toda la gente que allí había reunida.

La fiesta se desarrollaba en el enorme jardín de la residencia y allá distribuidos en varias mesas con bebida, fruta y dulces en cada una de ellas, como si de un banquete se tratara, nos repartíamos todos los invitados.

Marta me estuvo haciendo una especie de recapitulación de hechos, de cómo eran ese tipo de fiestas, de quien era quien en aquel lugar, de lo que buscaba cada uno. Su larga experiencia en el medio le hacían arriesgar a aventurarse a decirme quien pensaba que era cada uno de los que allí se encontraban. Luego pasamos a criticar a la mitad de los invitados entre bromas y risas, como buena representación española que éramos y finalmente terminamos confesándonos el uno al otro quien nos atraía más en aquella fiesta. Ella se decanto por un chico alto y atlético de color, con pinta de intelectual y yo por una morenita de melena corta y tez blanquísima, preciosa pero que desgraciadamente marchó muy pronto y a la que nunca más vería en Bangui.

La fiesta era amenizada por un Dj local que pinchaba sobre todo música africana y occidental a partes iguales y casi al final de la noche mientras Marta y yo estábamos de pie junto a la improvisada pista de baile y preparados para ir a alguna discoteca de la ciudad empezó a sonar una música que Marta reconoció como angoleña y que se bailaba como una especie de lambada pero más suave y ligera, se ofreció a enseñármela a bailar pues hacía mucho que no la danzaba y tras una ligera hesitación accedí. No se nos dio nada mal y pronto nos hicimos un hueco y quedamos solos junto a dos parejas más en la pista. Finalmente abandonamos la fiesta y quedamos con las secciones de MSF Holanda y Francia en vernos en el “Zaphire” una discoteca que quedaba muy cerca de casa.

Aquella discoteca tenía la pinta de una discoteca de hacía unos 15 años pero como suele ser normal lo más importante en una discoteca no es el lugar en sí, sino la música que se pincha y esta no estaba nada mal. Allí estuvimos bailando cerca de un par de horas hasta que ya no pudimos más y decidimos retirarnos a descansar.

De vuelta a casa yo iba pensando que un año en Bangui bien iba a dar para hacer de todo y que debía de ir poco a poco descubriendo la noche y el día de la ciudad, pero cada vez estaba más convencido de que aquel, realmente iba a ser un buen año.

domingo, 16 de septiembre de 2007

La Misión



Tras nuestra visita al despacho nos volvimos a subir al 4 x 4 y nos dirigimos a la casa que se encontraba a penas a unos 300 metros de allí.

Mientras nos conducían del despacho a la casa, un trayecto que a pie a penas se tardaba unos 8 minutos, fui constatando como era nuestro barrio. En fin yo pensaba que viviría en un barrio y supongo que a aquello habría que denominarlo barrio, pero realmente si ustedes hubiesen visto el entorno les aseguro que hubiesen sacado la misma conclusión que yo saqué. Un camino solo transitable por 4X4 o bien para recorrerlo con un turismo habría que ir de derecha a izquierda del mismo para sortear los desniveles que las lluvias y las roderas de los coches y los desprendimientos de tierra habían producido en él. A nuestra derecha todo eran hierbas de hasta dos metros de alturas, y algún huertecillo casero de las casitas de barro que teníamos a nuestra izquierda. Luego junto a nuestra casa había alguna otra del mismo tamaño que la nuestra, es decir muy grande, pero también viejas y descuidadas como la nuestra. En definitiva aquello tenía más pinta de un grupo de chabolas marginales en el extrarradio de una gran ciudad que a un barrio de ciudad normal. Sin embargo la cantidad de gentes que circulaban constantemente, niños y mujeres incluidos mostraban que aquella zona era una zona tranquila. Justo frente a nuestra casa había una iglesia baptista, luego descubriría que en el camino ya habíamos pasado otra, y es que como MTV señalaría más tarde, raro era el pueblecito más apartado del mundo en África que no contara con al menos una iglesia por pequeño que este fuese.

La primera impresión que tuve de la casa fue la misma que la del despacho, una gran y vieja edificación, al estilo de las casas de campo que encontraba en España de hacía unos 30 años.

En la casa conocí a Léonie y a Jean, la asistenta de la casa y el cocinero, es a causa de ellos que yo me sentiría en los siguientes días como un europeo de la época colonial, al que le hacen la cama, le limpian, le planchan todo, le preparan la mesa y le sirven la comida a la hora exacta en que nos sentábamos a comer.

Reconozco que su presencia a posteriori la iba a considerar imprescindible, pues muchos días pasábamos en el despacho cerca de 13 horas y ninguna gana nos quedaba a la vuelta de hacer lo que fuera. Pero les reconozco que nunca terminé de acostumbrarme a ese tipo de servicios, seguramente por no haberlos vivido nunca tan de cerca. De hecho no saben hasta qué punto le pueden a uno “estupidizar” este tipo de servicios, por la noche o los domingos cuando no teníamos el servicio, yo era capaz de de tener que levantarme unas cinco veces a por algo que se me había olvidado después de haberme puesto la mesa para mí solo.

Jean había sido cocinero en la embajada francesa, y les puedo asegurar que con él volvimos a nacer, porque evidentemente no iba a ser capaz, nadie hubiera podido, de reemplazar la cocina de mamá, pero tenía oficio y gusto en lo que hacía, todo lo que nos proponía estaba delicioso, y por lo que más tarde escucharía que pasaba en otras casas de expatriados, encontrar un buen cocinero no estaba al alcance de todos.

Ellos dos trabajan como todos desde primera hora de la mañana hasta después de comer, pero Jean siempre hacía comida de más y excelentes postres para que no tuviéramos incluso ni que calentarnos la cabeza para la cena.

Tras saludarlos y hablar brevemente con ellos dos me dirigí a mi habitación, nada más entrar en ella me llamo la atención la enorme mosquitera que rodeaba mi cama, ese era el tipo de detalles que se me marcaban directamente en mi retina y me decían muy a las claras donde me encontraba.

Quedarían unas dos horas para la comida y tras una más que necesaria ducha decidí ir a dormir un poco para seguir afrontando el resto del día con cierta garantía.

La casa donde vivíamos era también la casa de paso para todos los expatriados que viajan desde o hacia RCA bien por vacaciones o para empezar o finalizar sus misiones en los diferentes terrenos donde trabajábamos. En total solíamos ser unos veinte expatriados en el País, con una media de duración en el terreno de unos 6 meses, rara era la vez que no teníamos alguna visita en la casa.

Aquel dia éramos Maite, Carol, André, Marta, MTV, Eliana, que acababa de llegar hacia unos días y que partiría en breve hacia Kabo y yo. Siete personas y cuatro nacionalidades distintas, aquello empezaba bien pero pronto lo íbamos a mejorar.

La tarde la pasé en el despacho por entero recibiendo los “briefins” o charlas sobre el contexto del País, de la ciudad, de MSF en RCA, de seguridad, administrativo, etc… ya me habían adelantado varias informaciones en España en el transcurso de mis briefins en Barcelona y la información enviada, pero allí la misma información tomada una dimensión diferente, ahora yo ya estaba allí y de lo que se me hablaba es de lo que yo iba a ver, con lo que yo debería llevar cuidado, de lo que tendría que estar alerta, y sobre lo que tendría que muy pronto opinar y dar mi punto de vista.

La situación en RCA, sobre todo en el norte donde llevábamos a cabo nuestras actividades la situación era especialmente delicada, la zona era dominada por dos grupos de rebeldes que luchaban contra las fuerzas nacionales. Las fuerzas nacionales rara vez salían de Bangui y cuando lo hacían era para arrasar algún pueblo del norte al que acusaban de colaborar con los rebeldes. Además había un peligro, el mayor de todos añadido a esta situación, los “coupers de route” (cortadores de carretera), bandidos que asaltaban los vehículos que circulaban por allí, eran especialmente violentos y no respetaban nada ni nadie, ni siquiera a las organizaciones humanitarias que allí trabajaban.

El resultado de todo esto era miles de civiles que se veían obligados a abandonar sus casas y sus pocas pertenencias para introducirse en la selva o a campo abierto para intentar refugiarse de los rebeldes, las fuerzas armadas y los coupers de route. Esto acentuaba de por sí aún más el difícil acceso a los centros de salud que había diseminados por la zona. El estado en el que vivían estas gentes era realmente sórdido, sin ninguna oportunidad más allá de la ayuda que le podían recibir de las ONGs allí desplazadas.

Nuestra misión en aquel lugar justamente era mantener los dos hospitales que allí había, contratando personal médico y formándolo al mismo tiempo, entre nuestro efectivo de expatriados disponíamos de un cirujano, que al tiempo que trabajaba iba formando a los médicos locales, lo mismo hacían el resto de médicos/as, enfermeros/as, la técnica de laboratorio, incluso el legista-administrativo formaba al personal local. La idea era, como siempre en MSF, dar las primeras atenciones y al mismo tiempo formar de la mejor manera posible al personal local que luego quedaría allí para que pudiesen continuar con la labor que nosotros habíamos empezado.

Otras de las actividades que desempeñábamos en el terreno, era la de salir a lo largo de la carretera todas las semanas para ofrecer unos servicios básicos de salud en lo que llamábamos clínicas móviles. Con estas actividades atendíamos a cerca de 150 personas por día. Personas enfermas de diversa gravedad, niños mal nutridos en casi su total mayoría, y los casos más graves los trasladábamos a los hospitales que manteníamos en activo. Estas salidas con las clínicas móviles se veían muy a menudo avocadas a suspenderse debido a los problemas de seguridad, principalmente a causa de los coupers de route y los rebeldes.

Comenzábamos también por aquellos días un proyecto para poder detectar y prepararnos para atender, en la zona los enfermos de tripanosomiasis (enfermedad del sueño) y de SIDA.

Realmente nuestra presencia allí estaba más que justificada y era más que necesaria. Y tener el convencimiento de que tu trabajo esta ayudando directamente a que todo esto se pudiera llevar adelante, hacía que las jornadas de trabajo de más de 60 horas semanales que llevaríamos a cabo más tarde durante las primeras semanas debido al cambio de equipo en capital lo que requería nuestra adaptación al entorno, no supusieran un gran esfuerzo. Aunque todos coincidíamos que por la salud del equipo de coordinación en capital deberíamos de ser capaces de gestionar mejor nuestro tiempo y trabajar menos horas para ser más eficaces y descansar lo suficiente.

Lo cierto es que no hacía ni 12 horas que había aterrizado en Bangui y ya empezaba sentir que realmente trabajar para MSF, había sido la decisión más adecuada que podía haber tomado.

Uno en su vida muchas veces no sabe si está haciendo lo que más le apetece o lo más adecuado o simplemente lo más fácil para él. Yo les aseguro en aquellos momentos empezaba a intuir que estaba haciendo las tres cosas a la vez, y el resultado de ello era un estado de armonía y serenidad que casi nada ni nadie podía perturbar.

domingo, 9 de septiembre de 2007

Presentación




La primera visita fue directamente al despacho, allí es donde iba a trabajar mi próximo año, y ese día iba a conocer a casi toda la gente con la que iba a trabajar. Yo sobre todo tenía muchas ganas de ver los rostros de dos personas, Oswald quien iba a ser mi asistente directo, y a Maite a quien yo iba a reemplazar. Había oído hablar y leído tanto sobre ellos dos, durante las últimas tres semanas en España en el transcurso de mi formación acerca de mi trabajo en Bangui, que tenía ya ganas de ponerle rostros a esos dos nombres.
El despacho era una gran casa en forma de H gigante con dos entradas, que daban a cada uno de sus enormes pasillos, y repartidos por éstos se distribuían las habitaciones. En total contaba con 5 despachos, 2 grandes salas, 1 cocina, 1 comedor, 1 sala para la cadena de frío de los medicamentos, 1 consultorio médico para el staff nacional y sus parejas e hijos… un auténtico laberinto para las primeras visitas.
El primer despacho que encontré fue el de Carol, el Coordinador general y primer responsable de la misión en RCA.
Les explicaré un poco por encima como era el funcionamiento de la organización. La misión en RCA era gestionada por una de las Células de Barcelona, había cuatro en total, y cada célula estaba compuesta por, un responsable de célula, que venía a ser el alter ego del Coordinador general en la misión (en RCA en este caso), un responsable logístico, alter ego del Coordinador Logístico en el terreno, un responsable financiero, mi alter ego y un responsable de de recursos humanos, también alter ego mío, pues yo tenía la “suerte” de desarrollar dos actividades paralelas, finanzas y administración.
Por lo que mi jefe jerárquico era Carol, Coordinador general de RCA, sin embargo yo trabajaría la mayor parte del tiempo en relación directa con los dos responsables de la célula en finanzas y RRHH y con los departamentos de contabilidad y tesorería de MSF en Barcelona. Estos últimos asesoraban a todos los terrenos.
Nuestro Coordinador médico en capital tenía como apoyo la sección belga en Bruxelas, pues MSF España en RCA, en ese momento trabajaba en colaboración con MSF Bélgica.


Carol era un canadiense de Québec, de unos 50 años, delgado, alto, pelo ligeramente rizado que empezaba a canear visiblemente, con un elegante bigote, y que a primera vista parecía alguien muy simpático, y luego constataría que no engañaba a nadie, era realmente amable, y con un fino sentido del humor, súper abordable en todo momento, el tipo de jefe que se sueña tener normalmente.
Tenía mucha experiencia a sus espaldas, en la sección de MSF Holanda y en Oxfan Québec ente otras.
Me dio la bienvenida nada más verme entrar en el despacho. Yo estaba algo expectante por oírlo hablar, pues el acento francés de los quebecois suele ser bastante “particular” y difícil de entender, pero no fue el caso, su acento era muy ligero.
Yo continué mi recorrido por las estancias mientras Marta y MTV se quedaron departiendo con Carol.
A continuación estaba el que iba a ser mi despacho. De aspecto destartalado y viejo como todo era allí, pero en nada me importaba eso. Desde el momento que uno sabe que los medios son limitados deja de ser exigente con las cosas más triviales.
El despacho contaba con tres mesas, una de ellas estaba vacía. En la primera estaba sentado Oswald, un chico delgado y muy alto, de enormes ojos y de aspecto respetuoso y algo tímido. Nos presentaron y me dio a estrechar su enorme mano mientras ambos nos observamos conscientes de que íbamos a pasar un año trabajando muy estrechamente el uno con el otro. Sentí que me daba la bienvenida y noté una pizca de reserva en su gesto, como quien no sabe con qué tipo de sorpresa se va a encontrar, yo le exprimí la mayor de mis sonrisas para transmitirle seguridad, y que no se preocupara que de él esperaba que se convirtiera realmente en la persona de mayor confianza que pudiese tener.
Tras la última mesa se encontraba parapetada tras el ordenador y con unas llamativas gafas de pasta, Maite. Estaba hablando por teléfono y no pudimos hablar hasta más tarde, levantó la mano que no tenía ocupada y me saludó mientras me hacía un gesto invitándome a que pasara un poco más tarde por allí. Luego pensé que no pude encontrarla en mejor posición, trabajando, pues era realmente una currante nata.
Seguí la visita y encontré el despacho del coordinador médico, que no llegaría hasta dos semanas después, pero allí conocí a Péguy que sería su adjunto, médico local que trabajaba para MSF en Bangui desde hacía varios años y a Eliana una joven médica argentina que pasaba allí unos días antes de partir a Kabo, una de las tres ciudades donde teníamos un proyecto abierto.
En mi visita conocería a la mayor parte de la plantilla, guardias, al radio operador, asistentes logistas, chóferes, al almacenista, al jardinero, y finalmente encontraría a André el Coordinador logista, el cuarto miembro del equipo de expatriados que trabajaríamos en la capital.
André, otro quebecois delgado, desgarbado y barbudo, era todo un personaje, sería él quien días más tarde me apuntaría una frase que retendría para mí.
-Sabes lo que se suele decir Pepe? Que para trabajar para MSF no hay que estar loco, pero ayuda.
Y creo que era eso exactamente lo que le sucedía a él. Llevaba nueve años trabajando para MSF, había estado en Congo, Palestina, Marruecos, Chad, Haití,… y creo que seguía sobreviviendo gracias a su punto de locura que deambulaba entre el umbral de la neurosis y la retrospección a la infancia, era como un niño grande, pero tremendamente comprometido e incansable, y aunque era bastante experto seguía acusando un mal endémico en MSF que yo descubriría al cabo de mi primer mes, da igual cuanto tiempo dedicaras a trabajar en una misión, siempre habría cosas por hacer. Uno terminaba por acostumbrarse a vivir con sus limitaciones cotidianamente. Al principio resulta un poco frustrante, hasta el día que te paras cinco minutos y te dices “entre el ideal de querer hacer todo lo que hay por hacer y la realidad diaria, lo más sensato es que empiece por lo fundamental” y a partir de ahí la cosa va mejor, y algún día incluso logras acabar con todo lo que te propusiste al principio de la jornada.

Finalmente pude hablar con Maite, una catalana de mi misma edad y que se encontraba terminando lo que había sido para ella también su primera misión, había llevado a cabo un trabajo formidable en Bangui, pues al parecer MSF había tenido problemas con las últimas tres personas que había enviado para aquel puesto, por lo que se habían acumulado una serie de retrasos importantes, que ella fue casi capaz de poner al día. Precisamente ese iba a ser mi reto, poner finalmente todo a punto para que la maquinaria funcionase a velocidad de crucero, por lo que durante los dos primeros meses tendría que estar nadando y guardando la ropa, es decir aprendiendo todo lo relacionado con mi puesto, pero a la vez conseguir que mi incorporación allí no significara un “peso” para la misión, y no se perdiera la velocidad de inercia que comenzaba a tener. En principio, para alguien de corte pragmático y con ganas de resolver problemas más que de lamentarse de ellos, pienso que era ideal haber llegado en ese momento y no en el que llegó Maite. Sin embargo pienso que ella llegó en el mejor momento para todos, vista su capacidad de trabajo y su nivel de compromiso.
Terminé de conocer a todo el mundo que por allí andaba, pero fue tal el número de personas a las que saludar, que todo terminó siendo una amalgama de la que no pude sacar más que una conclusión; yo era “el bienvenido” al País, es lo que todos me señalaban y yo se lo agradecí a todos y cada uno de ellos.