martes, 14 de abril de 2009

Echando la vista atrás




Hace ya cinco meses que llegué a Congo, cómo pasa el tiempo! Apenas me he dado cuenta de que ya ha pasado todo ese tiempo y sin embargo han ocurrido cosas muy importante en mi vida, no estaría exagerando si digo que habrá un antes y un después de esta brutal misión.

Es domingo por la mañana de un día de marzo y estoy sentado en el balcón de mi habitación mirando hacia el lago Kivu, el sol comienza a esconderse detrás de algunos nubarrones y la temperatura es ideal, como siempre. En el ordenador suenan los hermanos Auserón intentando desgranar el misterio de su negra flor y poco a poco comienza a llover, en unos pocos minutos ya llueve a cántaros como de costumbre en esta época del año, enciendo un cigarrillo mientras con una mano le doy vueltas a la cajetilla de Pall Mall mentolado y constato otra losa que me ha deparado esta misión, mientras en Centroáfrica era un raro hábito de evasión aquí se ha convertido en una dependencia, que es de lo que realmente se trata.

Con la primera calada echo la mirada atrás e intento poner un poco de orden en todo lo vivido en este tiempo.

Recuerdo por ejemplo cuando llegué aquí y al equipo que conocí, todo parecía gente muy maja, como suele pasar siempre que llegas a un nuevo lugar, aunque aquí lo refrendé al poco tiempo. Me llevé una especial alegría por reencontrar a mi amigo Aziz con quien coincidí varios meses en Bangui y a quien le cogí un afecto especial. Aziz es una de esas personas que su sola presencia sirve para levantar la moral del equipo más deprimido. También me alegró mucho reencontrar a John, compañero de promoción en MSF que llevaba en la misión ya más de seis meses y que estaba hacia el final de su contrato. John era medio sueco medio griego y era el chico por el que todas las tías solían suspirar, inteligente, alto, guapo, encantador, simpatiquísimo…en fin una joyita.

También conocí a Tere, que se ocupaba de las finanzas de la misión y de quien Lorena me había hablado mucho y bien, me dijo que me entendería muy bien con ella y así fue. Ella se autodenominaba Doris, aquel pececillo de la peli “buscando a Nemo” que perdía la memoria a cada cinco minutos, a tal punto era despistada, afortunadamente Tere tenía un hábito con el que sobrevivía en su puesto…ponerse alarmas en el móvil que le fuesen recordando todo lo que tenía que hacer, así a cualquier momento, comiendo, en el coche, antes de ir a dormir, en medio de una reunión se la podía ver con su móvil anotando tal cosa u tal otra de la que se acababa de acordar…y a cualquier momento su móvil iba sonando con mensajitos de lo que tenía que ir haciendo, la verdad es que todo lo llevaba con mucho humor.

Aquellos primeros días andaba yo expectante y algo ansioso en conocer los pormenores de mi nueva misión, cómo sería la gente del staff nacional, los proyectos que teníamos abiertos, trabajar en Congo, la ciudad de Bukavu donde iba a pasar la mayor parte de mis nueve meses…las comparaciones con Bangui serían inevitables.

Poco a poco fui poniendo cara y respuesta a todas mis curiosidades y así fui comenzando a trabajar. Lo primero de todo era ponerme al día sobre la legislación congolesa, sobretodo en materia laboral, pero también respecto a la leyes por las que se regían nuestras actividades, estudiar nuestros propios reglamentos internos, reglas de seguridad, informes del contexto, acuerdos de colaboración específicos con el gobierno congolés, etc…

Una de las primeras grandes noticias fue que uno de los miembros claves en todo el staff nacional, el cocinero, era un amante de su trabajo y así lo disfrutábamos cada vez que nos sentábamos a la mesa. Es muy importante para la vida de equipo contar con un buen cocinero, te hace la vida mucho más llevadera, o digamos que la falta de éste, complica la vida de un equipo de manera impecable.

Mi asistente, tan importante en mi trabajo, sobretodo en mis primeros días, se llamaba Flory, era un oriundo tipo que pasaba a penas los cuarenta años y el metro cincuenta de estatura, siempre con sus pantalones bien subidos hasta prácticamente los sobacos, desde luego era siempre una persona que no pasaba desapercibida a pesar de su escasa altura, siempre sonriente, amigo de todos, charlatán, algo despistado eso sí, pero se notaba que dominaba su trabajo, y que llevaba muchos años trabajando en ello.

Del resto de la plantilla sólo remarqué que contábamos únicamente con un chofer en nómina y el resto eran temporeros, cosa que me chocó notablemente, y que nuestra asistente financiera Hortense, era bastante joven y tímida, cosa que podía estar muy bien por un lado, pero que podía ser un peligro, pues su posición era clave para todos al manejar buena parte del dinero de la misión y solía ser un puesto objetivo de presiones por parte del resto del staff.

Una vez instalado en Bukavu ya solo me quedaba ponerme al día de nuestros proyectos y sobre todo ir a visitarlos en cuanto tuviera una ocasión. Estaba deseando poder empezar a viajar por este fantástico País, tan precioso, tan pobre, tan salvaje, tan incomprendido…

1 comentario:

Ana dijo...

Hombre Pepillo ya era hora de volverte a leer por aquí. Espero que sigas fenomenal como siempre y ya sabes que te queremos un montón, cuídate mucho.