viernes, 17 de agosto de 2007

En Barcelona

Antes de viajar para Bangui pasé mis últimos días en España en Barcelona y aquellos días fueron muy intensos y algo extraños.
Los primeros tres, donde se incluía, mi primera visita a la sede como “expatriatado” el fin de semana, la visita de Ventura y de Ana y el concierto de Elbicho en Mataró. Fueron realmente bonitos en su esencia, pero salpicados de una gran dosis de nostalgia. No me refiero a ese tipo de nostalgia con la que recordamos los buenos tiempos vividos, sino a esa otra con la que vivimos en ocasiones unos hermosos momentos que sabemos a ciencia cierta que tienen sus días contados.


En cierta manera dejaba mi estilo de vida, mi pueblo, mi continente, mi familia, mis amigos y mi nuevo Amor “no correspondido”. No de forma definitiva, pero sí por un AÑO! Por lo que era natural que esos días corriera por mi cuerpo esa mezcla de felicidad, por estar todavía con quien se desea estar, y tristeza porque mis días disfrutando de aquello estaban contados.
Era tal la plenitud de mi estado, que no había espacio ni siquiera de pensar en África.

A casi nadie le gustan las despedidas, a ella especialmente tampoco le gustaban.
Yo intento pensar que siempre hay una vuelta, y en la que todo será diferente, alegre y dichoso. Pero a veces eso, tampoco funciona.

El domingo tuve que despedirme de Ventura y de Ana, de alguna forma era como terminar de cortar el cordón umbilical.
A partir de esa tarde todo tendría un único destino, una sola dirección y un hermoso y nuevo proyecto que a buen seguro iba a hacer cambiar muchas cosas en mí.
Cogí todas esas experiencias acumuladas hasta esa misma tarde, y mientras las ordenaba en recuerdos en mi maleta personal, iba dándole forma a mi nuevo equipaje. Tenía que prepararme para mi gran viaje.

Los días que siguieron al fin de semana, fueron realmente duros. En la sede de MSF tuve alrededor de una quincena de reuniones, briefins, charlas, una pila inhumana de documentación a leer, a revisar, una cantidad ingente de datos a asimilar y retener que evidentemente no sería capaz de hacerlo hasta pasados muchos días.
Por las noches cuando volvía al hostal siempre pensaba que la cabeza me iba a estallar con tanta información metida a presión. Afortunadamente aun me quedaba una válvula de escape en Barcelona, mi amigo José.
En él aliviaba todas mis sobrecargas acumuladas durante el día.
Déjenme que les diga que por mucho que crean que han perdido a un amigo porque hace muchos años que no han hablado con él, si realmente es un tal, siempre sabrán que lo es porque podrán contar con él en los momentos de apuro.
Realmente esos tres últimos días antes de partir volvieron a recordarme el stress vivido en Elda hacía unos días, y no serían lo tranquilos que yo hubiese deseado. Sin embargo sirvieron para no ponerme nervioso ante la próximidad del viaje.

Realmente el momento en que “realicé” que efectivamente me iba, fue veinte minutos antes de emprender viaje al aeropuerto, cuando tuve mis ultimas llamadas telefónicas, con mi hermano primero, con mi familia al completo después, Ventura, algún que otro amigo y finalmente Ana.

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